"La falta de autonomía de las escuelas de estudios árabes constituye un freno para la investigación"
Entrevista con el profesor Emilio García Gómez
Con motivo de la jubilación académica del profesor Emilio García Gómez y coincidiendo con el L aniversario de la primera edición de su obra Poemas arábigo-andaluces, publicada en el verano de 1928, las fundaciones Juan Marck y Rodríguez-Acosta han rendido un homenaje conjunto en Granada al ilustre arabista español. El profesor Garcia Gómez, de 73 años de edad, ex embajador español en Bagdad, Beirut y El Cairo y ex catedrático de Lenguas y Literatura Arabe en la Universidad de Madrid, es miembro numerario de las Academias de la Lengua y de la Historia, doctor honoris causa por varias universidades árabes y europeas, miembro de la Academia Arabe de Damasco, correspondiente de EL Cairo y Bagdad y miembro de la comisión consultiva de los Congresos Internacionales de Orientalistas.
Pregunta. A pesar de que el arabismo cuenta en Europa con una larga tradición, lo cierto es que el arabismo propiamente universitario, entendido como escuela específica, no comenzó en nuestro país hasta el siglo pasado, ¿A qué se debe esto?, ¿cuándo se da el punto de arranque de la actual escuela arabista a la que usted pertenece y cómo se desarrolla posteriormente el arabismo español?Respuesta. Hay que tener en cuenta que en España, después de la salida de los árabes, hubo una fuerte reacción antiárabe que impidió durante bastante tiempo el contacto con el arabismo que entonces nacía y se desarrollaba en Europa. Aunque, en realidad, siempre ha existido aquí una especie de arabismo vago (incluso escritores como Estébanez Calderón pueden considerarse como una especie de aprendices de arabistas), no fue hasta tiempos de Carlos III y de la Ilustración, cuando el arabismo como tal empieza a adquirir una cierta importancia. Hasta que, en la segunda mitad del siglo XIX, el profesor Pascual de Gallangos inaugura en Madrid la que sería primera cátedra de árabe en la Universidad española. Posteriormente, su alumno y continuador, Francisco Codera, terminaría convirtiéndose en el verdadero patriarca de nuestros estudios, hasta el punto de crear escuela y de que todos nosotros, a partir de él, nos sigamos llamando con orgullo los benicodera, considerándonos, en cierto modo, sus descendientes espirituales.
P. ¿De dónde le vino a usted la vocación por el arabismo?
R. Yo empecé a dedicarme al arabismo como por casualidad, debido principalmente a las enseñanzas de mi maestro Asin Palacios, que había sido alumno, a su vez, de Julián Ribera, el continuador de la escuela de Codera. Yo fui muy temprano a El Cairo, con una pequeña beca para ampliación de estudios, y allí tuve la suerte de que un pachá de Egipto me proporcionara un manuscrito de poesía arábigo-andaluza, que fue el que yo empecé a investigar en el año 27 y cuyas conclusiones y primera traducción publiqué en la Revista de Occidente al año siguiente, de manera que ahora acaban de cumplirse cincuenta años de esta dedicación mía a los estudios de poesía arábigo-andaluza. Ese primer libro, que desde su primera publicación completa en el año treinta ha tenido más de cinco ediciones posteriores en la Colección Austral de Espasa Calpe y ha sido traducido a varias lenguas, me sirvió luego de base para mi definitivo libro Las banderas de los campeones, del año 42 y recientemente reeditado por Seix-Barral, donde la vertiente literaria del tema se completaba además con la erudita. Ambas actividades, la literaria y la erudita, serían ya en adelante como una corriente continua en mi vida de arabista, junto a la otra vertiente propiamente docente en la Universidad y las escuelas de estudios árabes.
P. ¿Cómo y cuándo nacieron estas escuelas y qué importancia han tenido en el desarrollo del arabismo en España?
R. Las escuelas de estudios árabes se constituyeron en tiempos de la República, en Madrid y Granada. En cierto modo, yo mismo fui el que trató ese asunto con el propio Fernando de los Ríos. La de Madrid se creó bajo la dirección de Ribera y Asín, y yo me encargué de la de Granada. Entonces fue cuando se decidió la publicación de la revista Al-Andalus, que supuso la homologación de nuestro arabismo con el arabismo internacional, al adoptar con ella, por primera vez en España, la transcripción científica que desde entonces se viene usando. Al-Andalus ha sido durante mucho tiempo la mejor revista arabista de Europa, aunque en el momento actual, cuando va por el tomo 43, tiene grandes dificultades para publicarse, debido, a mi entender, a la falta de autonomía de las escuelas de estudios árabes -perdida tras la guerra civil- y su pertenencia al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, organismo que actualmente se encuentra inmerso en una crisis de la que nadie sabe cómo saldrá.
P. ¿Cómo han evolucionado los estudios arabistas dentro de la Universidad española?
R. En general, el arabismo universitario español ha tenido principalmente un carácter erudito para estudiar no los problemas del Oriente contemporáneo o las diferentes épocas en que esos estudios se han ido desarrollando en la Universidad, sino que ha estado orientado durante mucho tiempo al estudio de nuestro propio pasado en cuanto tiene relación con los musulmanes. Esto se ve, por ejemplo, en los libros de Américo Castro o Sánchez Albornoz y en la polémica mantenida por ambos a lo largo de varios años. Yo nunca he querido intervenir en dicha polémica, entre otras razones, porque nos han aportado ideas importantes, pero, en el fondo, ninguno de ellos sabía árabe y, por consiguiente, sus trabajos quedaban un tanto al margen del que hacíamos en nuestra escuela. El caso es que también nosotros nos hemos limitado siempre al arabismo en relación con la historia medieval española. Al mismo tiempo ha habido otro tipo de arabismo, llamado africanismo, que no tenía manifestación universitaria y venía dado casi exclusivamente por la presencia colonial española en el norte de Africa, por lo que desapareció con el fin del colonialismo en Marruecos.
P. ¿Qué papel juega la literatura arábigo-andaluza dentro de la literatura árabe en general?
R. Siempre he mantenido la tesis de que la arábigo-andaluza ha sido una literatura formalmente perfecta, de un interés enorme, pero con un tono provincial, dado su carácter fronterizo y de enorme lejanía del foco original de la cultura (lo que, sin embargo, sirvió para que sus expresiones filológicas: glosarios, gramáticas, diccionarios, etcétera, fueran superiores a las de dicho foco, precisamente por estar más en peligro la lengua al entrar en conflicto con las colindantes). Así, pues, aun siendo el nivel no solamente estimable, sino sobresaliente, la literatura arábigo-española no ha producido, sin embargo, más que tres grandes obras maestras sin rival en el mundo árabe oriental: «El collar de la paloma, de Ben-Hazin, de finales del siglo X, y de la que publiqué yo la primera edición a principios de los años cincuenta, la poesía de Ben-Guzman, del siglo XII, que fue el primero en reivindicar y usar literatura con el árabe coloquial, cuyo manuscrito se conserva en Rusia y que yo he traducido entero en mi libro Todo Ben-Guzman, y finalmente, El filósofo autodidacto, novela filosófica también del siglo XII, de un gran filósofo de Guadix llamado Ben-Tufail, de la que sólo me he ocupado con ocasión de mi tesis doctoral, en el año veintiséis, pero de la que me gustaría hacer una nueva versión.
P. ¿En qué trabaja usted actualmente, una vez retirado de su labor docente?
R. La verdad es que, por mucho que haga y mucho que viva, dejaré infinidad de cosas empezadas y no terminadas. Ahora mismo tengo muchísimas cosas en el telar pero de todas ellas, la más importante es, sin duda, la investigación sobre el refranero, sobre la influencia del refranero árabe en el español, trabajo que haré en colaboración con dos personas más jóvenes que yo.
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