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El Siglo de Oro de Amberes

Al césar lo que es del césar, pues, por esta vez, ha sido en las salas de la Biblioteca Nacional donde ha quedado inaugurada, con todos los honores, la ya presente temporada. En concordancia, supongo, con la llegada de los regios visitantes belgas, se nos presenta una colección de dibujos y aguafuertes de los siglos XVI y XVII debidos al buen hacer de los maestros de la Corporación de San Lucas, en Amberes. Procedentes del gabinete de estampas de dicha villa, las obras han sido seleccionadas por el doctor L. Voet, a quien también se debe la meticulosa erudición del catálogo. El resultado global puede tildarse, sin temor al despropósito, de pequeña joya, rara por estos ]ares y, por ello, mejor, recibida. Todos los géneros del complejo universo iconográfico del manierismo y barroco flamencos se hallan aquí cumplidamente representados: retratos, paisajes, tenias sacros, escenas costumbristas y mitológicas, decoraciones festivas, alegorías morales...Entre los cuarenta dibujos expuestos será preciso destacar algunos que trascienden su lugar en el repertorio para justificar en sí mismos su presencia. En primer término, por supuesto, los Rubens. Son éstos un estudio para la cabeza de Enrique IV de la «Presentación del retrato de María de Médicis» y un apunte de la lucha de Hércules con el león de Nemea, del que se conserva una versión casi idéntica, aunque más elaborada, en el Clark Institute, de Williarnston. Siguen después los bocetos de Jordaens y Van Dyck. Pero quizá por menos evidentes que lo debido a la mano de esa «triada capitolina», nos satisfará el paisaje antropomórfico atribuido a uno de los hermanos Cock o ese magnífico guache de Bonaventura Peeters, «Velero en tempestad». Pues son precisamente estas muestras de amplio abanico las que diluyen la aplastante figura de los grandes maestros en favor de los muy honrosos menores. Así descubrimos un delicioso «Sileno ebrio con faunas y bacantes», de Cornelius Schut, o los bocetos con alegorías de los cuatro continentes realizados por Martín de Vos para un arco triunfal erigido con motivo de la entrada del archiduque Ernesto en Amberes.

El tema de los grabados es caso aparte. En su conjunto vienen a definir mejor, con sus múltiples ramificaciones, el panorama plástico de su momento. Darán por un lado, cuando se trate de meras reproducciones de lienzos, testimonio de los diversos avatares de la batalla pictórica. Tal es el caso frecuente de los italianizantes Martín de Vos y su maestro Francis Floris, llamado por Vasari el Rafael flamenco y, sobre todo, el de Rubens, por su abrumadora presencia. En el campo de la creación original o el de la ilustración bibliográfica habrán de completar el amplio espectro de los géneros, desde el emblema al testimonio arquitectónico. También es preciso destacar aquí algunas notables presencias, independientemente del derroche de calidad atribuible a los mejores entre estos artesanos. Tenemos así cuatro ejemplos de la «Iconografía de príncipes, doctores, pintores, grabadores, escultores, así como de amantes de la pintura, en número de cien», realizados por Antonio Van Dyck. Y, sobre todo, una buena selección de trece de, los grabados sobre dibujos de Pieter Brueghel el Viejo, que fueron editados por Jerome Cock en «Los cuatro vientos» y ejecutados por Huys, Galle, Van Der Heyden y el propio Cock. Queda así conformado, con todo ello, un testimonio verosímil de la imagen que los afortunados habitantes de un Amberes floreciente supieron dar de sí.

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