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El nuevo Papa: un decidido conservador

Experto en temas religiosos de II Messaggero, de RomaEra importante ver el paso marcial de los suizos que, armas en mano, se movían al son de los tambores hacia la basílica de San Pedro para rendir honores al nuevo Pontífice, para comprender lo que significa el triunfo de la continuidad. En el momento de elegir un nuevo Papa después de dos pontificados llenos de fermentos y tensiones, los cardenales reunidos en la capilla Sixtina han optado por una elección sin aventuras, por una tregua, por una pausa. Pero para obtenerlo han votado por un candidato ciertamente más conservadcir que Montini, un exponente de aquel catolicismo veneciano que, excluidas las minorias inquietas, se ha quedado siempre parado en el surco de la tradición y raramente ha demostrado una apertura a las novedades emergentes.

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La biografía de Luciani lo demuestra muy bien. En la Iglesia italiana pertenece al grupo conservador. En política es un defensor decidido de la llamada doctrina social de la Iglesia y enemigo de un verdadero pluralismo de los católicos. Es contrario a las comunidades de base, a los sacerdotes que no desean convertirse en simples distribuidores de sacramentos; se opone a todo lo que signifique una teología crítica capaz de leer el mensaj e cristiano con: ojos distintos de los del pensamiento teológico tradicional. En la historia reciente de Italia es famoso porque combatió en primera fila en la cruzada antidivorcista y en la batalla anticomunista de 1976.

¿Por qué ha sido elegido Papa precisamente Luciani en un cónclave en el cual nunca como esta vez estuvieron presentes tan masivamente representantes de todas «las provincias» de la Iglesia católica, especialmente del Tercer Mundo? ¿Por qué se ha realizado todo tan rápidamente: sólo tres votaciones en veinticuatro horas? Más aún, ¿por qué un cardenal que no tiene la mínima experiencia internacional y que era un desconocido hace algunas semanas a la mayor parte de los cardenales?

Una primera explicación se puede hallar en los rasgos de identidad de las numerosas declaraciones de cardenales:, debe ser, sobúe todo, un pastor, más obispo que diplomático, un «hombre santo». Luciani es estas tres cosas. Ha vivido casi exclusivamente dentro de las diócesis que gobernó: Beluno, Victorio Veneto, Venecia. No tuvo nunca experiencias curiales o diplomáticas. Tuvo siempre fama de hombre sencillo, de hombre de oración. Un obispo con el marco del espiritualismo.

Pero también es verdad que la candidatura de Luciani la lanzó diez días antes del cónclave la derecha curial, el cardenal Felici, prestigioso abogado de una Iglesia firmemente arraigada en su tradición secular, sin debilidades hacia las innovaciones. Luciani -de esto no existen dudas- fue el candidato dé la derecha, contra puesto a,dos papables prestigio sos y muy conocidos: el centrista Baggio y el progresista Pignedoli. Ambos con pocas posibilidades de recoger los votos suricientes, pero de todos modos representantes de un grupo de centro-izquierda extremadamente amplio, y, sin embargo, la candidatura que a todos parecía minoritaria, la del patriarca de Venecia, acabó imponiéndose. La solución a este enigma quizá se pueda'encon trar en los acuerdos secretos de las últimas, 48 horas antes del cónclave y que habían producido una cierta atmósfera de calma después de las tensiones de los días anteriores. La explicación se puede descubrir en las declara ciones, sorprendentemente a fa vor de Juan XXIII y de Pablo VI del cardenal Siri, que es desde los años sesenta el representante por excelencia del grupo conserva dor del episcopado italiano.Por tanto, debió haber un acuerdo entre el grupo conservador y el progresista basado, a nuestro juicio, en garantías recíprocas: por una parte el nuevo Papa permi tirá un gradual y controlado desarrollo de las formas de parti cipación de los obispos en el go bierno de la Iglesia (lo confirma también una declaración del cardenal Benelli antes de entrar en el cónclave, en la cual no se excluían «nuevas formas» para el Sínodo de los Obispos). Por otra, pondría un cierto freno contra toda tentación de desviación doctrinal. En otras palabras: apertura en la colegialidad y dureza en el campo doctrinal.

Faltaba sólo una cosa para la fifrna de este pacto: la prueba de los números. Evidentemente, las primeras votacione,; del sábado han demostrado la seriedad de este acuerdo madurado en el secreto de las conversaciones. Debieron convencerse también los demás candidatos de su validez y seguramente fue aceptada la propuesta de cuantes ponían de relieve la imagen eViderítemente positiva ofrecida a los fieles y a la opinión pública con un cónclave relámpago, el más'breve de la historia. Una imagen de unidad y de fuerza. Los próxmos días, pero sobre todo los meses y los años próximos, demostrarán si estaréconstrucción hecha sobre la marcha es exacta.

Las líneas de programa expuestas en el primer mensaje de Juan Pablo I ofrecen ya en parte una demostración de que no se trata de fantasías. De lo que no cabe duda es de que la elección del patriarca de Venecia es testimonio de la propensión evidente de la jerarquía eclesiástica hacia una línea de transición que garantice el rodaje de las reformas conciliares. El cónclave no quiso correr el riesgo de una gran personalidad. No quiso un Papa que pudiera reservar sorpresas. Le bastó la perspectiva de administrar prudentemente una herencia importante. Lo demuestra de manera demasiado clara la decisión. del Papa de no escoger un nombre que lo pudiera caracterizar en una u otra dirección, manteniéndose dentro de los límites trazados por sus predecesores Juan y Pablo.

El desarrollo de los acontecimientos indicará si esta estrategia es suficiente para guiar a la Iglesia en un período que, si es verdad que te es más favorable que en el pasado, está también marcado por cambios muy profundos cuyos procesos, frecuentemente, siguen caminos subterráneos.

No parece probable entrever en el nuevo Papa a un interlocutor más avanzado de lo que fue Pablo VI en, el diálogo con la cultura laica y marxista, y en las relaciones con una sociedad que mientras respeta todos los fenómenos sociales. rechaza también íntimamente toda huella de clericalismo.

En el seminario de Beluno, Luciani no compartió las inquietudes de un Maritain, y como patriarca de Venecia se sintió probablemente más cerca de Pío X que de Juan XXIII. El nuevo Pontífice no pertenece a ninguna experiencia de vanguardia. Es muy religioso. Está muy apegado a,la Iglesia considerada como institución. No promete cosas nuevas, a n.o ser -que el futuro desmienta los pronósticos pesimistas de la primera hora.

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