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Juan Pablo I ratifica todos los cargos de la curia

Juan Arias

Después de la primera sorpresa de un cónclave relámpago que dio a la Iglesia católica un s'ucesor de Pablo VI que era uno de los menos papables, lo que se puede decir, sin equivocarse, es que Juan Pablo I, desde su primera aparición en público ante las 300.000 personas de la plaza de San Pedro, se presenta como un Papa popular, simpático, que gusta a la gente.

El cardenal Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal Española, ha invitado al nuevo Papa a visitar Madrid y éste «no ha dicho que no».

Maurizio Costanzo, uno de los periodistas más populares de la televisión italiana, escribió ayer en Corriere della Sera: «Es un candidato seguro a aumentar incluso la popularidad de Juan XXIII, porque tiene dos condiciones de primer orden: habla como nosotros y sabe reír.» Dice que otros papas apenas si sabían sonreír.

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De hecho, Juan Pablo I, en su primera aparición dominical, después de haber contado, casi como un cuento, lo que pasó en el cónclave; que en la primera votación «estaba muy tranquilo», que cuando. empezó el peligro para él los cardenales que estaban a su la do le dieron ánimos diciéndole que «quien da la responsabilidad da también la fuerza»; después de haber confesado que no tenía ni la sabiduría del corazón de Juan XXIII ni la. preparación y la cultura de Pablo VI, se echó a reír recordando que el papa Montini, cuan do pasó el año pasado por Venecia, le puso ante 20.000 personas sobre los hombros su estola roja: «Nunca me sonrojé tanto como entonces.» Dicen que será sobre todo un párroco, que es lo que ha sido toda la vida. Pero entonces, ¿a quién en cargará la gran política de la Iglesia? Esto es lo que más preocupa en ciertas esferas eclesiásticas y laicas. Se había corrido la voz que por un año habría confirmado al secretario de Estado cardenal Villot-, y que después lo habría sustituido. En la elección de los cargos más impor tantes de la curia se podrá ver la verdadera línea del pontificado del nuevo Papa. Pero precisamente mientras despachamos esta cróni ca llega la noticia del Vaticano de que Juan Pablo I, como primer ac tib,de su pontificado, acaba de confirmar en sus cargos no sólo al cardenal en Villot como secretario de Estado, sino también al sustituto de Secretaría de Estado, monseñor Caprio, a monsenor Casaroli y a. todos los preceptos de los d1casterios de la curia romana. Parece ser que lo hizo porque para él el mayor problema, para poder llevar adelante una cierta reforma de la Iglesia, según la línea del Concilio, fue la dificultad para sustituir a ciertos personajes claves de la vieja guardia, como por ejemplo el cardenal Ottaviani. Parece ser que el temperamento del nuevo Papa no es el de un impulsivo. Nacido y crecido a los pies de las grandes montañas de los Dolomitas, con gente pobre, en un silencio que es casi oración, el joven albino amó más los paseos y la bicicleta que los coches, los libros y la reflexión-que la vida moderna y la fascinación de las cosas nuevas. Por eso pudo escribir: «Nada es inmutable, pero no se piense que el curso de la historia se pueda cambiar con la impaciencia y la rebelión. »

Su primer discurso programático demuestra, como indicaban ayer todos los observadores religiosos, que su elección fue el fruto de un compromiso entre conservadores, moderados y progresistas. Gustó en el cónclave a quienes no querían un Papa diplomático. A quienes no querían un hombre de la curia. A quienes temían un Papa demasiado amigo de las izquierdas. Y, de hecho, hijo de un padre socialista, pero de uña madre catolicísima, que convirtió al marido y se casó con él en segundas nupcias, después de haberle hecho prometer que se casaría en la Iglesia y que educaría a los hijos en la fe católica. Las mayores dificultades en su pastoral italiana las ha encontrado Luciani con los católicos de izquierda y con los nuevos teólogos abiertos al diálogo con el marxismo, un diálogo que el patriarca de Venecia consideró siempre «contra la doctrina de la Iglesia». Pero gustó también a los obispos que deseaban un Papa que abriese más la mano en la participación de los obispos en el gobierno de la Iglesla y de hecho lo ha prometido en el diálogo ecuménico, aunque ha añadido que este diálogo se debe realizar dentro de la «mayor fidelidad a la doctrina de la Iglesia». Será, sin duda, y lo ha dicho muy claro, un Papa. muy preocupado por los pobres y los últimos, y será muy exigente con los eclesiásticos en materia de pobreza, porque él fue siempre pobre y nunca amó el dinero. Cuando llegó a Venecia lo primero que dijo fuie: «Vengo sin dinero y así deseo marcharme. » De hecho vendió hastael anillo que le había regalado Juan XXIII y autorizó a los párrocos Para que vendieran el oro a favor de los subnormales. Pero incluso el obispo rebelde Léfebvre le ha. alabado, porque, en realidad, mientras ha llamado a los obispos a una mayor participación, también les ha recordado que han sido llamados «a la estricta ejecución de nuestra voluntad ». Ha presentado una Iglesia que es la única que puede salvar a un mundo que dejado sin la gracia «se corrompe», y ha afirmado categóricamente: «Queremos conservar intacta la gran disciplina de la Iglesia» mediante «la solidez y la firmeza de las estructuras jurídicas». El nuevo Papa ha presentado a los cardenales que lo han elegido sucesor de Pedro la imagen de una Iglesia como institución puesta por encima del mundo, una Iglesia que, gracias a su supenondad, puede permitirse decir al mundo que sin ella no existe salvación ni bondad posible. De hecho, antes de ser elegido Papa, había declarado que «el terrorismo no podrá desaparecer hasta que la gente no se acerque a Cristo». El único cardenal que de alguna forma rompió el secreto del cónclave antes de dejar Roma fue Koenig, el arzobispo de Viena, uno de los «papables progresistas». Dijo en una entrevista: «Al principio las ideas eran muy diversas. Se podía esperar un cónclave largo y dificil. Hubo una convergencia a la tercera y sobre todo a la cuarta votación. » El cardenal Koenig añadió que se había realizado el viejo refrán que dice: «Quien entra Papa en el cónclave, sale cardenal. » Que antes de entrar en el cónclave existía un grupo que había hecho campaña por Luciani lo demuestra el hecho de que uno de los cardenales españoles antes de entrar en clausura pidió a un periodista una biografla del patriarca de Venecia.

El cardenal Peflegrino, otro de los papales más abiertos, entrevistado por EL PAIS mientras esperaba la salida del tren en la estación, con un billete de segunda clase, afirmó sin triunfalismos: «Creo que es importante que el nuevo Papa haya llamado a los obispos a una mayor colegialidad.»

El cardenal Benelli, que salió del cónclave contento como unas pascuas y abrazando a los amigos, dijo que esta elección «fue una demostración de la gran unidad que reina hoy en la Iglesia».

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