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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El futuro de nuestra industria pesquera

MIL NOVECIENTOS setenta y ocho será considerado como el año negro de la pesca española. Apresados en los caladeros del Norte (aguas del Mercado Común), hostigados en el Sur (aguas de Mauritania y Marruecos), sometidos a limitaciones en Noruega, Canadá y Estados Unidos.... y encontrando por doquier dificultades crecientes a su labor, nadie parece querer en el mundo a nuestros pesqueros. La decisión irlandesa de aplicar con rigidez las reglamentaciones comunitarias a los barcos que faenan en el Gran Sol no es sino una nueva etapa en una tendencia suficientemente clara de cerco o expulsión a nuestra pesca, ante la que no es fácil hacerse ilusiones.Las negociaciones con el Mercado Común o con sus países miembros (cosa que en lo que a pesca se refiere no es exactamente lo mismo) comenzadas en el pasado mes de abril, después de casi un mes de amarre forzoso de la flota, difícilmente llegarán a lograr un acuerdo satisfactorio para nuestra industria. Podrán conseguirse algunas licencias de más -nunca todas las que necesitaríamos-, o superiores límites en las capturas autorizadas -siempre menores que los volúmenes alcanzados antes-, pero en cualquier caso los resultados serán mediocres. La ampliación de la zona económica exclusiva del Mercado Común a las doscientas millas es un hecho irreversible desde cualquier punto de vista, que paulatinamente jugará en contra de nuestros intereses. Hasta que se consiga un acuerdo global con el Mercado Común o hasta que las naciones comunitarias unifiquen su política pesquera, las perspectivas que se nos ofrecen en esta zona son las de la precariedad absoluta. Nuestros pesqueros estarán sometidos constantemente a los cambios de humor, a la discrecionalidad en la interpretación y aplicación de las reglamentaciones comunitarias de pesca, cuando no -una vez agotados todos los recursos- a las acusaciones de realizar actividades depredatorias para la fauna marítima.

Esta situación, agravada repentinamente en Europa y que puede adquirir malos carices similares en otras zonas, es la consecuencia tanto de nuestra falta de compenetración con el Mercado Común como del retraso en la reestructuración y modernización en la flota pesquera española. Porque se nos dificulta frecuentar los caladeros tradicionales (?) y hay que escoger otros como alternativa, la principal cuestión reside en saber si la flota española está preparada para ello y si el Estado está dispuesto a entregarse de lleno a una operación industrial que no admite demoras. En el sector la crisis es ya estructural, porque no se inició a tiempo una política agresiva capaz de responder con eficacia al reto de las doscientas millas y a aco modar los efectivos y las infraestructuras portuaria y comercial-a las exigencias de los tiempos. Nos encontramos, pues, con un sector que ha crecido y cambiado de fisonomía, pero no por un impulso racional, sino, más bien, por el de los múltiples intereses privados.

Si el reto no ha sido aceptado mediante las transformaciones que permitiesen a nuestros barcos la ampliación de sus zonas, tampoco hemos gozado, precisamente, de una adecuada acción exterior, diplomática y comercial, que combatiera con decisión en favor de nuestros pesqueros. Esto en el momento en que todavía se podían obtener resultados relativos en las negociaciones, porque hoy pocas esperanzas hay de encontrar generosidad en las autoridades comunitarias y de otros países; los caladeros tradicionales y los derechos históricos se convierten en una quimera del Derecho internacional subsurnida en la exclusividad de los países ribereños ante los que apenas hay arreglo, sino necesidad de sustitución. Se trata, pues, de posibilitar a nuestra flota, por la modernización de sus efectivos y mediante negociaciones con países hispanoamericanos y africanos, especialmente, el encuentro de nuevos caladeros y el establecimiento de fórmulas de cooperación. Lo demás: nuevas licencias, benignidad en la interpretación y aplicación de reglamentaciones, eventuales represalias españolas, etcétera, aunque no sean desdeñables, constituirán siempre medidas a corto plazo que no aliviarán el futuro de nuestra industria pesquera y que cualquier día se vendrán abajo por un nuevo empeoramiento de la situación.

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