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Un reformista demasiasdo cauteloso

Juan Arias

Terminada la fase triunfalista, a la italiana, de elogios, incluso excesivos, hacia un pontificado que hasta ayer fue duramente criticado por las izquierdas y las derechas, empiezan a levantarse cautamente las primeras reacciones menos eufóricas sobre la personalidad del Papa recién enterrado. La nueva izquierda había criticado estos días el hecho de que la muerte de Pablo VI hiciera olvidar que no todo fueron rosas en este pontificado. Recuerdan que, sin quitarle nada a la honradez personal del Papa Montini, y a su gran capacidad de trabajo, no es justo que el mundo laico y de izquierdas se olvide de que este pontificado fue un freno a ciertas batallas, que fueron innumerables las intervencíones de condena de Pablo VI hacia los católicos progresistas y hacia la teología de la liberación del catolicismo más abierto de América Latina. Recuerdan que Montini suspendio a divinis al ex abad de San Pablo, monseñor Franzoni, una de las figuras más eminentes y más preparadas de la Iglesia crítica del Vaticano II, y, sin embargo, no tuvo el coraje de excomulgar al tradicionalista Lefebvre.

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Ayer, mientras toda la prensa de Italia lanzaba las campanas al vuelo ante la publicación del testamento de Pablo VI, presentado casi como un canto a la vida y un documento de gran apertura al mundo, el mayor crítico de la historia del cristianismo en Italia, el comunista Ambrogio Donini, declaró a la radio que este testamento significa una vuelta hacia atrás y que recuerda los tiempos anteriores a Juan XXIII, la fase de un catolicismo místico y puramente espiritualista.

En los ambientes más progresistas se recuerda que, después de la revolución realizada por Juan XXIII con el Concilio, no hay motivo para que se considere algo extraordinario el que un Papa pida que su tumba sea sencilla. No es nada sorprendente que un Papa, como cualquier buen cristiano, demuestre confianza en Jesucristo en la hora de la muerte. Lo que preocupa, en un momento en el cual se está hablando de un cambio radical en la identidad del Papa, es que Montini se presenta en su testamento con mucha humildad, como el gran Pontífice de la Iglesia y del mundo, indicando incluso a la ciudad de Roma cómo debe vivir hasta el final del mundo. Obien, que se haya permitido en su testamento indicar a su sucesor que deberá continuar su camino de «reforma gradual de la Iglesia». Es algo que ni siquiera Pío XII se permitió hacer. Si lo hubiese hecho, Juan XXIII lo hubiera desmentido. Es demasiado, dicen aquí las comunidades de base más progresistas, que un Papa se permita condicionar. antes de morir, la acción siempre imprevisible del Espíritu Santo.

Tampoco ha gustado a algunos que el Papa dijera en su testamento que se repartan objetos suyos personales corno recuerdo, que es como llamarlos reliquias.

Hay quien dice que podría ser Pablo VI el último personaje de un cierto tipo de Papa, ya que él fue una mezcla de la figura clásica, regia, espiritualista, de Pío XII y la figura inconformista, pero religiosa y tradicional en los concerniente a los problemas internos de la Iglesia, de Juan XXIII.

De Holanda llegan a Roma los primeros indicios de un deseo de los católicos de un cambio radical de la figura del Papa. Se recordará que durante el Concilio fueron los católicos holandeses, empezando por los obispos, quienes contribuyeron de modo formidable al Concilio, creando en Roma una agencia internacional de noticias (IDOC) para contrarrestar a la agencia oficial de noticias del Vaticano.

La revista católica De Ti¡d escribió ayer que hoy la Iglesia necesita misticismo y restablecer los valores auténticos de la figura del Pontífice». Unos holandeses dicen que el Papa debe ser un poco menos católico y un poco más ecuménico; aunque sea paradójico, católico significa, etimológicamente, universal.

El semanario Viij Nederland dice que en el fondo Pablo VI fue un Papa que vivió una gran desilusión porque fue el primer Pontífice que empezó a comprender que una cierta forma de ser Papa ya no gusta a muchos católicos. Añade que si es cierto que Pablo VI fue el mayor «reformista» de la Iglesia católica fue, al mismo tiempo, «un timorato, que frenó muchas veces el progreso». Mientras los cardenales se preparan para el cónclave empiezan los malhumores de los extranjeros por el aparato policíaco que les han puesto a las espaldas y que, según ellos, podría ser un peligro para el secreto.

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