Fragamentos de un filme de Frankenheimer
1. Lo que se ve. Tras una irregular carrera. John Frankenheimer realizó, a finales de los sesenta y principios, de los setenta, sus tres mejores películas: Los temerarios del aire (The gvpsv moths). Yo vigilo el camino (I walk the line), y Orgullo de estirpe (The horsemen). Inmediatamente después rueda íntegramente en Europa Imposible object (Sueños prohibidos). En ella abandona el relativo vitalismo de las películas anteriores para entregarse a un ejercicio intelectual, con claras influencias de Resnais, que constituyó un rotundo y merecido fracaso en Estados Unidos Y que, después de seis años, nos llega a España rebautizado hasta en su título original.
Para narrarnos la historia de amor de un escritor casado con una joven en pretendidamente misteriosa. Frankenhaimer despliega un inventario de recursos propios del cine que, durante parte de los años sesenta, paso por moderno: juega con lo objetivo y lo subjetivo, con la realidad y la fantasía, con el tiempo y el espacio y nos ofrece una pintura del artista y su mundo trucada, tópica y torpe. Si despojamos a Sueños prohibidos de su envoltorio estético rebuscado y «a la europea», nos hallamos ante un folletín de poca monta, eso sí: externamente manipulado para ver si «cuela» entre el público más o menos progre. Un filme comercialmente indigerible, estéticamente falso e intelectualmente hueco y pretencioso, con un Alan Bates que llega a estar ridículo una Dominique Sanda lamentablemente encasillada en el papel de mujer libre, excéntrica, extravagante, misteriosa, inteligente, etcétera.
Impossible Object (Store of a love store)
Dirección: John Frankenheimer, Guión: Nicholas Mosley, basado en su propia novela
Música: Michel Legrand. Intérpretes: Alan Bates, Dominique Sanda, Michel Auclair, Evans Evans y Lea Massari. Inglesa, 1972. Local de estreno: Carlos III.
II. Lo que no se ve. La liquidación de la censura no ha significado la liquidación de los censores, raza inextinguible camaleónica donde as haya. Siguen existiendo censores oficiales (señor que decide que El imperio de los sentidos ha de exhibirse en las nuevas salas especiales —porno—, mientras que Enmanuelle en América puede hacerlo en cualquier sala) y censores no oficiales, pertenecientes en su mayoría a los sectores de distribución y exhibición. Hace poco se estrenó en Madrid Alerta: ¡missiles!, de Robert Aldrich, con su metraje considerablemente aligerado. Ahora le toca el turno a Sueños prohibidos, a la que su distribuidora —Izaro Films— ha creído conveniente privar nada menos que de veintiséis minutos de proyección, es decir, una cuarta parte de la totalidad de la obra, cuya duración original era de dos horas. Ya que ello es legalmente factible, me permito desde estas páginas aconsejar al Ministerio de Cultura, para que haga honor a su nombre, que dicte una norma por la cual, cuando una distribuidora mutile una película según su criterio, esté obligada a anunciarlo tanto en la publicidad, como en la sala. De este modo, el espectador no será estafado. Derecho incontestable, ¿o no?
Babelia
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