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Tribuna
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La ira de las minorias

Manuel Vicent

Al señor Alvarez de Miranda la duda le bloquea el cerebro, el enojo le obtura el caño de la palabra. Cuando el presidente del Congreso anda sumido entre la duda y el enojo, obligado a decidir, se comporta con la brusquedad del tímido. Se convierte en un puro impulso contra el cogote del orador. En este caso el cogote pertenecía a Heribert Barrera, que había abierto la sesión. Estaba el diputado catalán defendiendo la República con ese aire amable, vegetariano y excursionista de último boticario jacobino, estaba distinguiendo con su fonética gutural entre nación y Estado, entre Cataluña y España, cuando en estas disquisiciones herbolario-políticas se agotó el tiempo. Alvarez de Miranda sacó la tijera y cortó el verbo del republicano como el que parte el cable de un enchufe. Ni media caridad para redondear el párrafo, ni esa cortesía de un folio. Era un automatismo electrónico, pero dio la sensación de que al presidente no le gusta la República y no acertó a disimular. Heribert Barrera volvió castigado al pupitre.El debate constitucional en el Pleno del Congreso comenzó con un desahogo verbal de las minorías contra el consenso. Heribert Barrera habló con la República a cuestas. El democratacristiano catalán Antón Canyellas abrió el maletín de los derechos humanos como un muestrario de bisutería fina. Llegó después el invicto Gastón Sariz, orador de banquete de homenaje, y como siempre dio las gracias a todos, pidió perdón a todos, recordó que el Ebro pasa por Zaragoza y empalmó la moral política con las centrales eléctricas. Fernández de las Roces, independiente aragonés, que lo dice todo sin acabar de abrir la boca, anduvo por la tribuna un rato para dejar constancia de su existencia. Letamendía hizo finalmente el número de la agreste machada. Atacó a la Constitución y después se abrazó su buena barriga, cla vó la barba en el esternón y guardó un minuto de silencio por sus muertos, él solo, allí arriba encaramado como un fakir sobrealimentado. Mientras tanto, Alvarez de Miranda había mandado pedir unas cuentas. Y hacía garabatos en un papel al tiempo que las minorías bailaban la pataleta contra la Constitución, contra la Monarquía, contra el centralismo, contra el consenso o contra lo poco que se les había permitido hablar. Como quien hace una gracia, para zanjar la cuestión, el presidente Alvarez de Miranda dijo que las protestas de estos diputados representaban solo un poco más de 300.000 votos. Alvarez de Miranda de pronto excitó la rabadilla del señor d'Hont y fue obsequiado con un pateo por parte de la izquierda. En esta sesión inaugural, los grupos parlamentarios renunciaron a la palabra, excepto Alianza Popular y el Partido Comunista. Fraga hizo un discurso de apertura, en clave de sol sostenido mayor, que es el tono de los himnos de derechas. Cogió la unidad de la patria, la familia, la propiedad privada, la libertad de enseñanza, el derecho a la vida, la pena de muerte, todo ello con la zarpa contra el teclado del órgano, y formó un acorde triunfal. Prometió defender esa partida de esencias en el articulado. Santiago Carrillo se limitó a ensalzar el consenso como una forma positiva de trabajo, como excusa para no volver a matarse. El Pleno constitucional del Congreso ha comenzado con unos discursos que marcan los cuatro puntos calientes, no digeridos por el consenso, que habrá que ensalivar durante dos semanas en el hemiciclo. Es lo que se va a hacer en sesiones de manana y tarde hasta alcanzar la suavidad del canto rodado.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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