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El espionaje como tratado de geopolítica

En los últimos capítulos no escrito de una historia de la novela policíaca, ya no hay duda de que con John le Carré la figura del espía ha neutralizado a los policías, detectives e investigadores privados de la entrañable serie negra. En la evolución de este género literario, considerado como subcultura por los puristas que no tienen lectores, el espionaje domina los últimos veinte años por su capacidad de no-ficción.A partir de la primera guerra mundial, la insaciable curiosidad humana dispone de un campo de operaciones ideal para desarrollar su juego favorito, lo que en lenguaje académico significa «acechar disimuladamente lo que otros dicen o hacen». Con la ayuda de la técnica y el marketing, los creadores literarios pueden dotar a sus héroes de sofisticadas capacidades de acción, pero tendrán que echar un vistazo a los cambios de la actualidad, las esferas de influencia, la carrera de armamentos, las sesiones de Naciones Unidas y las penetraciones llamadas pacíficas. John le Carré se limita en su última novela, El honorable colegial, a escribir un tratado de geopolítica para uso de estadistas en las «cumbres», políticos sin playa y ciudadanos libres de toda sospecha.

El honorable colegial, John le Carré

Editorial Noguer. Barcelona, 1978.

La publicidad es sabia e imaginativa; en nuestro país, ingenua y perezosa. Cuando el año pasado se publicó, en Londres, The honourable schoolboy, David Cornwelf, de 46 años, llamado John le Carré para los libros que se leen, ocupó la portada del Time como un fetiche más de los anglosajones. Aquí, las vallas publicitarias ofrecen el producto como el espía que acabó con James Bond, a base de un tipo entre Gene Hackman y Richard, Burton, intérprete de la película El espía que surgió del frío, basada en El espía no vuelve, novela que consagró a Le Carré. Nada tiene que ver el cerebral y humano George Smiley con el chulo y frío James Bond. Como dato sociológico, la publicación de las primeras novelas de Le Carré, Llamada para el muerto y Asesinato de calidad, en los años sesenta, coincide como factor negativo con las aventura imaginadas por Ian Fleming, que más tarde serían mejoradas en el cine con la serie Bond, agente 007 con licencia para matar, pero incapaz de refugiarse en el silencio doloroso de la paradoja, sentirse como un pelele frente a decisiones de interés superior o preguntarse por qué su mujer tiene un nuevo amante.

Espía novelista

John le Carré conoce bien la densa trama del espionaje. Fue miembro de la sección de inteligencia del Ejército británico y ocupó cargos diplomáticos en varias embajadas europeas. Sus personajes saben situarse en las «inocentes» actividades del Foreign Office. Considerado como «el primer espía novelista de la época», otra etiqueta para simplificar, también es consciente de que la novela de espionaje, para que sea posible su desarrollo y aceptación, debe ir pegada a los acontecimientos, a la actualidad. Ya lo hizo con El topo, El espejo de los espías y Una pequeña ciudad en Alemania. Una vez superados los años calientes de la «guerra fría», los servicios secretos ya no se entretienen con la vieja Europa. El imperialismo yanqui y el socialimperialismo soviético buscan su excitación en la milenaría China. Este simple pretexto ocupa las 650 páginas de El honorable colegial.El sureste asiático es el escenario pateado por Le Carré a través de cinco viajes y charlas personales con periodistas, funcionarios, policías y chinos, que prefieren que dar en el anonimato. Una documentación de apoyo que se extiende a Hong-Kong, Bangkok, Phnom Penh, Saigón, Vientiane, en los últimos meses de la derrota de Estados Unidos. Una zona que saben de memoria George Smiley, desde su despacho de Londres; Gerald Westerby, ejecutor de órdenes sobre el terreno, y sus «primos» los agentes norteamericanos, con los que comparten los desperdicios de la información y la dependencia como potencia inferior.

El reparto del poder

Los hechos frente a la teoría política. Le Carré ama a Balzac. La información como insaciable objetivo. El turismo del espía alimenta las centrales de inteligencia. Los agentes de Le Carré hacen un trabajo profesional, sin ideología, suministrando los datos necesarios para lograr una operación. En sus actividades llevan como «niñera» al padre-Estado, aunque a veces las pulsiones del espía hagan un corte de mangas a, las poltronas del poder. «No habrá guerra, pero en la lucha pro la paz no quedará piedra sobre piedra.» El lector ingenuo queda atrapado y fascinado ante el reparto del poder, se siente humillado de impotencia y hace bien en creerse la ficción. Le Carré maneja sus personajes con soltura, respiran al lado, son héroes alienados con unas gotas de humor. Hay trozos de la novela que se pueden incluir en las noticias internacionales. La actualídad es el mundo del espionaje. John le Carré ofrece una lectura interpretativa para uso de comparsas en un baile de disfraces. Deja un puñado, de interrogantes, una realidad, y se vuelve a su casa de Cornwall a mirar por un telescopio. El poder no descansa y la novela de espionaje se vuelve cada día más difícil.

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