La responsabilidad del PNV
Presidente del Consejo Nacional del Partido Nacionalista Vasco
Uno de los recuerdos que conservo profundamente grabado desde mi niñez, cuando espontáneamente empezaba a sentir el drama vasco, es aquella grave acusación que se hacía por entonces al PNV: su asociación con las hordas rojas durante la guerra. Frente a los cruzados de Franco, desde mi vasquismo incipiente y a contrapelo, yo protestaba que el PNV no había buscado alianzas, sino que, tras negársele el pan y la sal, la propia razón de su existencia, había quedado, fiel al orden constituido, irremisiblemente alineado frente a los insurgentes... Pero mis protestas eran enérgicamente acalladas con una letanía de anatemas a mi pobre partido, que había traicionado el cristianismo del pueblo vasco, sosteniendo la revolución roja de Euskadi y perturbando el buen desarrollo de la cruzada.
«Mutatis mutandis», parece que el PNV sigue sufriendo el mismo sino. Tras ver rechazados, uno tras otro, sus planteamientos en el debate constitucional, todo tipo de voces, hasta las habitualmente más razonables y comprensivas con su causa, airean las responsabilidades del PNV si no presta su apoyo a la constitución, haciendo que en Euskadi logre ésta una mayoría de votos afirmativos y permitiendo con ello la paz de Euskadi y la democracia de España. Para fundamentar estas responsabilidades se pretende hacer ver, que el « caso vasco» ha obtenido ya respuesta satisfactoria en el proyecto constitucional y que el PNV dispone, por ello, de armas definitivas; para crear un clima de satisfacción en Euskadi, neutralizando así las posturas radicalizadas y haciendo revolverse unánimemente a la inmensa mayoría de los vascos contra tales posturas.
En resumen, si el PNV no expresa su complacencia ante la Constitución, la transmite al pueblo vasco y logra que éste se revuelva contra la izquierda radical, será reo de grave complicidad con los grupos desestabilizadores y su responsabilidad histórica será tan grave como la que se nos adjudicaba en el 36.
Perdóneseme la comparación, pero quien conozca la acogida que han tenido las ciento y pico enmiendas presentadas por el PNV en la Comisión Constitucional (ni una aceptada) reconocerá que las responsabilidades que se le adjudican no están a tono con la receptividad ofrecida a sus planteamientos.
Comoquiera que la gran preocupación que suscita el nacionalismo vasco radica en el fin secesionista o no que encierre dicho nacionalismo, más de un lector se preguntará si dichas enmiendas contenían el veneno del independentismo o si, por el contrario, implicaban una aceptación inequívoca del Estado español. Pues bien, ninguna de las proposiciones del PNV transgredía ese umbral crítico de la incuestionabilidad del Estado que, al parecer, es la preocupación fundamental de quienes rechazan el independentismo, pero no la autonomía concebida en profundidad.
Al final del debate, tras ver rechazadas sistemáticam ente todas sus enmiendas, el PNV habría considerado aceptable el proyecto si éste hubiera contenido un reconocimiento real de los derechos históricos forales del pueblo vasco, y ello no por narcisismo o por mantener «tercamente» unos principios, sino por razones esrictamente prácticas. Además de pedir la devolución de unos poderes originarios que nos fueron arrebatados en las guerras carlistas, sin que jamás los hayamos considerado prescritos, nosotros deseábamos tener en la Constitución una vía específica para completar las facultades de autogobierno del pueblo vasco a través de un procedimiento consensual que, por definición, siempre reservaría al Estado la facultad de participar decisoriamente en tal consenso oponiéndose a eventuales «extralimitaciones». Por añadidura, en nuestra proposición señalábamos una serie de competencias que, en todo caso, no serían transferibles a los territorios forales, nadie podíadolerse de independentismos.
Claro que hay que reconocer que aceptar tal planteamiento implicaría reconocer una cierta especificidad del caso vasco, con todo lo que de odioso parecen tener las discriminaciones. Nosotros no pretendemos ser el ombligo del Estado. Queremos entrañablemente a todos los pueblos de España, y como sentimos afinidades y preocupaciones solidarias con ellos, les deseamos también lo mejor. Pero no creemos ofender a nadie si nos permitimos plantear con crudeza la especificidad de nuestro caso, que se basa en la pervivencia hasta hace poco de un poder político originario permanentemente reivindicado, y en la evidencia de una profunda conciencia nacional que pide desesperadamente los instrumentos indispensables para proteger y desarrollar la identidad en crisis de uno de los pueblos más viejos de Europa... Esta especificidad, al fin y al cabo, está implícitamente reconocida en la preocupación que continuamente parecemos provocar los vascos, que, en opinión casi generalizada, venimos siendo el problema del Estado.
Pues bien, repito, tras ver rechazadas una por una nuestras enmiendas, con el disgusto de no ver reinstaurados, por aplicación de una pura amnistía, los regímenes especiales de Vizcaya y Guipúzcoa, suprimidos por Franco y previstos en el régimen preautonómico, con el descorazonamiento que éstos y otros aspectos parecidos nos producen, hemos visto rechazados nuestros últimos, y a nuestro entender, «discretos» planteamientos forales, y a cambio se nos ofrece como panacea universal un reconocimiento retórico de los derechos históricos forales, añadiendo que deberán ajustarse a lo que establece la Constitución, es decir, a la lista de competencias que para cualquier territorio autónomo permitirá el famoso artículo 141. ¡Para este viaje, no necesitábamos alforjas, y podíamos haber dejado en paz los derechos forales, pues, sin invocarlos, ya teníamos al artículo 141!
Por ello, creo sinceramente que, aun no estando de acuerdo con nuestros planteamientos, no se nos debería zaherir presentándonos como chicos insaciables que, después de conseguirlo casi todo, nos dedicamos a crear frustraciones y desestabilización en el País Vasco. Nosotros hemos dicho claramente que aceptamos un modelo de Estado (ahuyentando así el famoso fantasma del secesionismo) que pueda proporcionar a Euskadi cotas de autogobierno evidentemente inferiores a las que disfruta un land alemán o un cantón suizo. Por eso devolvemos la pelota de las responsabilidades a quienes dicen que es imposible admitir nuestro planteamiento y denunciamos el maniqueísmo de los que proclaman que, a partir de lo dictaminado en la Constitucion, vienen las posturas radicales.
A todos ellos les recordaría el artículo 178 de la Constitución de Baviera (en donde nadie verá una desintegración de Alemania) cuando dice que «... el pueblo bávaro se da a sí mismo la presente Constitución... », y que «... Baviera ingresa en un futuro Estado Federal Alemán que se basará en la conjunción voluntaria de los Estados alemanes ... ».
Esto, que acompañado de un profundo autogobierno se replanteaba en 1946 en Alemania, resulta mucho más sonoro que nuestros invocados derechos forales dentro de la Constitución.
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