Los traductores exigen reconocimiento profesional
Las traducciones, como se pudo observar en la última Feria del Libro, representan cada vez un mayor porcentaje de la producción editorial. Sin embargo, el traductor sigue siendo el elemento peor retribuido y menos considerado de los que intervienen en el proceso de producción del libro.Sin reconocimiento profesional ni oficial, el traductor realiza en ínfimas condiciones económicas y laborales una tarea que, la mayor parte de los casos, es ignorada.
Por otra parte, la baja calidad de muchas traducciones que se publican, consecuencia de esas precarias condiciones de trabajo, sirve para justificar la continuidad de las mismas. Así pues, el problema parece encallado ante un típico círculo vicioso...
Sobre esta cuestión EL PAÍS habló con María Luisa Balseiro, Francisco Torres, María Esther Benítez Fernando Villaverde, miembros de la junta directiva de APETI (Asociación Profesional Española de Traductores e Intérpretes), el único organismo representativo con el que cuentan estos profesionales. APETI aglutina 320 personas; traductores, intérpretes e intérpretes jurados, un pequeño porcentaje de todos los que se dedican de manera más o menos flotante a dicha actividad. Hablemos primero de la cuestión laboral. «El régimen de trabajo del traductor es claramente injusto. Las Cláusulas del contrato -cuando lo hay- son insuficientes e insatisfactorias. No tenemos Seguridad Social, ni derecho a vacaciones pagadas, ni están fijados los plazos de cobro. En cuanto a las tarifas: son ridículas. APETI recomienda un mínimo de 2.100 pesetas por folio traducido y mecanografiado, pero en la realidad no se suele pagar más de doscientas pesetas por término medio.»
«Un hecho significativo es que los traductores somos los únicos trabajadores del libro que no tenemos representación en el Instituto Nacional del Libro Español (INLE), y que, según el director de dicho organismo, no tenemos posibilidades de incorporarnos a él. A los traductores nos interesaría entrar en el INLE para disponer de un marco material de organización y una plataforma de negociación con los editores.»
«Pero esta falta de reconocimiento oficial -la ley del Libro nombra sólo de pasada la figura del traductor- no es más que el reflejo de un estado de opinión, tanto del público lector como de los críticos.»
«En las críticas de libros se menciona al traductor muy contadas veces, cuando es conocido por su producción como autor, por ejemplo. Incluso se llega a la aberración de aconsejar libros que según los propios cítricos están mal traducidos. En general no se respetan en absoluto las recomendaciones que hace la UNESCO sobre protección jurídica de traductores: garantizar al traductor una publicidad proporcional a la que se da al autor.»
¿A qué factores se puede achacar la baja calidad de muchas traducciones que se publican? « En primer lugar, a las editoriales. Excepto a las de qualité, no les interesa la calidad de la traducción sino poner en el mercado libros que se vendan lo más pronto posible. Otro factor es que hay pocos traductores profesionales. Y al decir profesionales no me refiero a que vivan de la traducción sirio a que ésta sea su ocupación fundamental.»
«La escasez de traductores profesionales se debe a que la traducción no se considera comúnmente como una profesión digna de una persona intelectual. Sin embargo, ser buen traductor no sólo exige dominar el idioma de partida (el que se traduce), exige cumplir una serie de requisitos que únicamente los da una formación universitaria: conocer la cultura de partida, dominar el castellano, saber escribir y tener una especie de olfato, una capacidad para entender y conectar con el autor. Esto último es especialmente importante cuando se trata de poesía o literatura. Pero en general están mejor pagados y considerados los traductores que se dedican a materias técnicas.»
De la dramática situación de muchos traductores sin empleo e inermes ante el paro se benefician las agencias que se dedican a mercantilizar las traducciones.
«Uno de los objetivos de APETI es poner en contacto directo a los clientes -empresas, editoriales etcétera-, con los traductores. Además intentamos presionar a nivel colectivo para conseguir un tratamiento similar al que reciben los autores.»
Babelia
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