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Reportaje:

El palacio de Aranjuez, un Versalles junto al Tajo

Por un curioso designio, Aranjuez tiene desde hace siglos una cierta vocación cortesana. Fue una posesión de la Orden de Santiago hasta que los Reyes Católicos incorporaron a la Corona los bienes de las órdenes militares, en lo que parecía ser un antecedente de las modernas nacionalizaciones. Desde entonces, sería una especie de querencia para distintos monarcas, que procuraron enriquecer el patrimonio artístico de la localidad con sucesivas edificaciones y complementos interiores. Arquitectos como Herrera, Idrogo y Sabatini recibieron, en distintas épocas, el encargo de dotar al palacio inicial de las dependencias y servicios precisos para que pudiesen convivir cómodamente los administradores del país; el casco de la villa adquirió una estructura radial: en el centro, el palacio, que simbolizaría el origen del poder, y en torno suyo, unas vías y unos edificios convergentes. Poco a poco, Aranjuez fue convirtiéndose en un Versalles a orillas del Tajo.El día 18 de marzo de 1808, cuando reinaba Carlos IV y gobernaba Manuel Godoy, sonó un pistoletazo a la una de la madrugada en las profundidades de palacio. El Príncipe de Asturias salió de pronto de sus habitaciones, escoltado por varios componentes del cuerpo de guardia. El disparo señaló el principio del motín de Aranjuez, y el final del esplendor cortesano de aquel palacio al que el rey Carlos III había añadido dos alas. Fue un ocaso con detonación.

Pero el próximo miércoles, 170 años después, Valery Giscard d'Estaing y Aimone escucharán las salvas de ordenanza y se dispondrán a ocupar la nueva residencia para jefes de Estado extranjeros, que ha sido fijada en el Ala de la Ría, dadas las excesivas dimensiones globales del palacio. El coste de las obras de acondicionamiento no es una cifra muy indicativa del valor del equipo: casi todos los elementos decorativos han sido trasladados desde los depósitos del Patrimonio Nacional; no han sido precisas las adquisiciones costosas. A la llegada del presidente de la República francesa, todas las modernas instalaciones de calefacción, aire acondicionado, red eléctrica y telefónica y un servicio de plancha y secado estarán en perfecto uso. Si se consideran los dormitorios del servicio como una sola pieza, serán unas veintiséis las estancias que utilicen habitualmente los esposos Giscard, su séquito y la guardia. El eje de la fachada sur será el dormitorio presidencial, cuyo mobiliario incluye dos camas independientes, de corte clásico y finamente decoradas, dos mesillas coloniales, dos tulipas con pies de porcelana, una tercera mesilla central y un sofá. Dos cuadros, una araña luminosa, el juego de alfombras, las cortinas adamascadas y el tapizado color vino rosado completan el cálido efecto del dormitorio, que se prolonga hasta una sala de estar en verde y salmón.

Si los esposos Giscard se asoman a cualquiera de los balcones orientados hacia el exterior del monumento alcanzarán a ver, al otro lado de la ría, las fuentes y los jardines, también restaurados, donde los cortesanos de otros tiempos comentaban en voz baja el último rumor sobre las intenciones de Napoleón Bonaparte. Las estatuas, las fuentes y los florones dan a la vista un aire pintoresco y sedante.

Si deciden utilizar el comedor de gala, podrán disfrutar de la decoración de Santiago Bonavia, de los frescos de Amiconi y de los centros florales de mesa: todos los remates, desde las cenefas de la bóveda hasta los pomos de las puertas tienen un suave brillo, matizado por la luz de lámparas colgantes. Pero si prefieren utilizar el comedor de diario apenas si renunciarán a comodidades: el suelo es de mármol bicolor, y hay, alrededor de la mesa, un agradable conjunto de muebles fernandinos, jarrones y cuadros firmados por Nani y Del Mazo.

Caso de que den un paseo por los accesos de la residencia, el charme les acompañará a través del corredor, decorado en un tono oro viejo dominante, y si reciben visitas, podrán elegir varios encuadres, igualmente plásticos, en el despacho oficial. En la nueva residencia para jefes de Estado extranjeros siempre hay muy cerca un paisaje, un cristal, una porcelana o un espejo. La única suciedad la ponen las aguas contaminadas del Tajo. Pero el Tajo pasa.

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