Dificultades para la economía mundial
ACABA DE finalizar en París, la XVII reunión del Consejo de Ministros de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), que ha examinado las perspectivas de la economía mundial en 1978 buscando soluciones para conseguir un crecimiento aceptable de los países miembros. Aun cuando la delegación española, presidida por el ministro de Hacienda, señor Fernández Ordóñez, acudió a la sede de la Organización con sus propios problemas, no dejará de ser útil para los responsables de nuestra política económica el conocer de primera mano la evolución previsible de magnitudes que afectan directamente al futuro de nuestra propia economía.Y es que el tema capital de estas conversaciones ha sido el examen de las posibilidades de forzar una reactivación que permita salir a las economías industrializadas de la recesión de los años 1974-76. La situación es francamente preocupante. La tasa real de crecimiento de los países industrial izados fue en 1977 de un 3,7 % y sólo Estados Unidos mantuvo un ritmo similar al previsto a comienzos de año por los expertos de la OCDE. Esta circunstancia resulta aún más alarmante al tener en cuenta que economías tan importantes como Japón, Italia, Gran Bretaña y Alemania Federal no habían recuperado a comienzos de 1978 el nivel medio de producción alcanzado en 1973.
Durante estos cuatro últimos años dos estrategias han intentado ofrecer solución a los problemas de estancamiento e inflación mundiales. La estrategia antiinflacionista se basaba, por un lado, en el convencimiento de que no existe compensación a largo plazo entre la inflación y el paro y, por otro, en que la estabilidad en los precios constituye requisito esencial para eliminar incertidumbres y favorecer un relanzamiento de la inversión privada. Alemania Federal y Japón han sido los apóstoles de este planteamiento, pero los resultados no parecen haberles sido muy beneficiosos. Si bien han conseguido alejar la amenaza de la inflación, sus tasas de crecimiento han sido bajas y la combinación de ambas circunstancias ha originado una revaluación de sus monedas que ha desanimando aún más las perspectivas de la inversión privada.
La teoría alternativa, bautizada con el nombre de «las locomotoras», y patrocinada por el Secretariado de la OCDE y por Estados Unidos, insiste en la necesidad de aprovechar los excesos de capacidad productiva existentes en la mayoría de las grandes economías occidentales para estimular un aumento de la demanda agregada -en especial, de sus componentes de consumo e inversión privados-. De hecho, sólo la economía americana se ha ajustado a ese patrón. Su tasa de crecimiento durante el último bienio ha sido la más alta de la OCDE -con la excepción de Japón- y la única que ha superado su tasa de desarrollo a largo plazo. Este papel positivo no ha dejado de causarle problemas. El fuerte crecimiento ha originado un mayor ritmo de inflación, un fuerte empeo,ramiento de la balanza comercial y, en consecuencia, una espectacular depreciación del dólar en los mercados internacionales.
Pero la triste realidad es que ninguno de los dos enfoques parece haber funcionado satisfactoriamente, a juzgar por los resultados conseguidos en 1977. En efecto, la situación que los ministros de los países miembros de la Organización han encontrado sobre sus mesas de trabajo en París puede caracterizarse como de débil crecimiento, rebrote de las tensiones inflacionistas en algunas economías con mayor peso específico, y profundos desequilibrios en las balanzas corrientes de los países de la OCDE.
Ante tan problemático panorama, los expertos de la Organización, que nunca se han caracterizado por su imaginación económica, se han sacado de la manga una nueva estrategia, que denominan de «estímulo concertado». Se trata, en definitiva, de una versión revisada de la teoría de las locomotoras, en la cual se amplía el número de países llamados a ejercer un papel estimulante. Naciones con baja tasa de inflación y una posición sólida en la balanza de pagos, tales como Holanda o Suiza, podrían permitirse n crecimiento mayor que animase la recuperación de gitras economías en situación más delicada a través de un crecimiento sostenido del comercio mundial que repercutiera en los componentes internos de inversión, primero, y consumo, después. De acuerdo con los cálculos del Secretariado de la Organización, una política económica que estimulase la demanda interna de Japón, Alemania, -Francia, Italia, Canadá y Gran Bretaña, entre un 0,25 y un 1,75 % de sus respectivos productos brutos, resultaría, por medio de los efectos multiplicadores, en incrementos reales del productómedio de los países de la OCDE situados en la zona del 0,75 al 1,25 %, con sólo un empeoramiento de la balanza de pagos conjunta de 2.000 millones de dólares.
¿Puede confiarse en que estos cálculos se conviertan en realidad y la economía mundial salga, definitivamente, de la fase de estancamiento en que está sumida desde 1974? A juzgar por la experiencia de los dos últimos años, no. Los grandes países, y también los pequeños, suelen asignar una prioridad excesivamente alta a la solución particular de sus propios problemas y en el terreno de la economía, como en otros muchos, los principios de la cooperación internacional no suelen pasar del terreno de las declaraciones para la galería.
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