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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

EEUU-URSS: el diálogo de los imperialismos

LA UNION Soviética puede haber flanqueado el límite de lo tolerable para Estados Unidos con su intervención en Africa. Del discurso del presidente Carter en la Academia Naval de Annapolis parece desprenderse que ya no habrá guerra extraña a la que sean ajenas las dos superpotencias y que las situaciones que aún quedan por resolver en el continente africano -Rodesia, Namibia y Eritrea- no se abordarán sin riesgo contra la opinión del Gobierno norteamericano o sin su consentimiento. Lo que queda por saber es si en el contencioso de Africa las salidas se encontrarán o no a través de la negociación URSS-EEUU. Si el terreno de juego será el campo de batalla o la mesa de conferencias. Este enfrentamiento entre los dos grandes, y el recrudecimiento de la tensión a que asistimos, en poco afecta, sin embargo, a las relaciones puramente bilaterales entre Washington y Moscú. Cuando los ánimos se caldean entre ambos Gobiernos sólo muy indirectamente se ponen en cuestión datos tan significativos cómo los de la balanza comercial de los dos países, por ejemplo; las dos superpotencias se han acostumbrado al manejo de los problemas globales, en donde los objetivos, y las víctimas también, son siempre interpuestos, lejanos a los intereses inmediatos de sus pueblos. Los enfrentamientos africanos en poco dañan así a la seguridad de la URSS o de Estados Unidos; tan sólo pueden perjudicar a las eternas hegemonías y los orgullos nacionales siempre latentes. O sea, que es posible que, a pesar de todo, se alcance un nuevo acuerdo SALT para limitación de armas estratégicas este verano. La opinión pública mundial tendrá que acostumbrarse así a una política de las superpotencias aparentemente contradictoria, pero muy rentable para ellas: la seguridad en la cima y la tensión en los alrededores. Pero, a la postre, todo intervencionismo puede resultar peligroso, y en el caso de la URSS, a medida que se aproxima el problema de la sucesión de Brejnev, en muy mal estado de salud, y cuando se considera que el crecimiento de la economía soviética en los 80 decrecerá notablemente, cabe preguntarse si la amarga experiencia de un Vietnam está sólo reservada a Estados Unidos.

Al igual que en ciertos montajes escénicos, los diálogos, las situaciones, son perfectamente intercambiables. Soviéticos y norteamericanos llegan a ser sorprendentemente similares en supuestos muy parecidos. Brejnev en Praga y Carter en Annapolis pronuncian palabras que en otro tiempo y en circuntancias opuestas podrían haber sido mutuamente sustituidas. Es preciso acabar dudando de las palabras mismas, ante un trasfondo real que, se sospecha, no sea sino el de los imperialismos, intolerables para todos, excepto ellos.

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