Lo único bueno de la corrida: que se acabó
Plaza de Las Ventas. Quinta corrida de feria. Tres toros de Ramón Sánchez (con hierro de Arranz): primero y tercero, bien presentados; segundo, protestado por chico; con casta, los tres; el tercero fue un bravo y noble ejemplar que se premió con gran ovación en el arrastre. Y tres de Antonio Arribas: bien presentados, mansos, manejables. Dámaso González: dos pinchazos y media perpendicular y baja (silencio). Pinchazo y estocada desprendida (indiferencia). Niño de la Capea: pinchazo, rueda de peones y estocada sin cruzar (bronca, con leve reacción de palmas). Pinchazo y estocada quedándose en la cara (indiferencia). José Luis Palomar, que confirmó la alternativa: pinchazo y metisaca (aplausos, y también protestas cuando saluda por su cuenta). Dos pinchazos, estocada perdiendo la muleta, rueda de peones y descabello (aplausos y saludos).
Presidió, sin apenas complicaciones, el comisario Corominas. Gran entrada con fuerte representación de Soria que animó a su torero -Palomar- y que alegró los tendidos con bullicio, pancartas y canciones.
Ayayay, que son muchos los que quieren saber cómo estuvo la corrida. Todo el mundo que te conoce pregunta lo mismo: ¿Cómo ha estado la corrida? 0 si no, más breve: ¿Qué tal? Y uno responde con espaciosos resúmenes procurando, eso sí, no poner la voz engolada.
Pero de lo sucedido ayer, ¿qué decir, para no desmoralizar al personal, para no aburrir tanto como se aburrió el público de Las Ventas? El más acertado resumen quizá sea éste: La mayor alegría de la tarde fue cuando acabó la corrida. La calle era la liberación. Hasta el tráfico, tan enloquecedor como siempre, parecía bonito. ¡Qué gusto estar fuera de la plaza! ¡Qué alivio haber salvado con bien aquel suplicio!
Antes que nada digamos que no toreó Palomo Linares como estaba anunciado en los carteles, y mucha gente creía, ni tampoco Andrés Vázquez, como también amplios sectores de público esperaban, porque su participación se había dado como cierta, sino Dámaso González. ¡Toma orejitas! El presidente del día anterior, que le regaló una, él sabrá por qué, no debió imaginar las consecuencias de su magnanimidad: tenerle que soportar otra tarde en Las Ventas.
A un toro de carril, que con toda justicia fue protestado por chico, le dio medio centener de pases, ninguno de los cuales merece ni mentarse. Los de la andanada, en aquella ocasión marcador simultáneo, se los contaban: «uno, dos, tres ... » Contaron 51. A otro aborregado, manso como es de suponer, quiso darle similar ración, pero ya no había paciencia en la plaza para aguantar tanto. A uno de sol que se le ocurrió aplaudir después de la tanda diecisiete, por poco lo matan a gorrazos. Le gritaban: « ¡No aplaudas, que le das cuerda!»
Pero para fracaso, y gordo, el del Niño de la Capea, que no pudo ni con el bravo arranz ni con el manso-manejable-corto de arrancada arribas. Casi todo eran enganchones con cites fuera de cacho, y hasta hubo un desarme. Tres derechazos ligados fue el jugo que le sacó a la nobleza de su primer toro Le abucheaban al principio, pero luego tuvo la más elocuente de las indiferencias. ¿Puede un torero con fama de figura venir en estas condiciones a Madrid? Evidentemente no puede, aparte de que aquello de figura habría que verlo...
Y de José Luis Palomar, nada mucho mejor hay que decir, si no e una referencia a su voluntad; que se le supone -como el valor en el soldado- pues si está empezando y llega a Madrid a confirmar la alternativa, nada menos, con un paisanaje volcado a su favor, no se va a poner a jugar al guá. Perdió los papeles con el arranz, que se revolvía en un palmo de terreno. Le citaba inadecuadamente en corto, cuando de largo -es una opinión- quizá habría ido mucho mejor. Al sexto le banderilleó con facilidad, que es mucho si lo comparamos con Alcalde y Ortega Cano, pero muy poco si es exigible un factor de calidad, por pequeño que sea, cuando el matador coge los palos. Y luego desaprovechó la condición del toro, que era manejable. Cortó mucho la faena, para ensayar el unipase, que además no le salía bien; provocó las embestidas con la patadita; todo fue un sí pero no, absolutamente impropio de un torero que ha de abrirse camino y, decíamos, en la tarde solemne de su alternativa.
El paisanaje, a todo esto, hacía lo que podía y le echaba olés, aplausos y alegría al acontecimiento. Pancartas y posters del torero se veían por todas partes en los tendidos de sol. « ¡Animo, José, que eres de tierra fina! ». «Lo dice porque es de Soria, ¿sabe usted?». «Y yo también soy soriano, ¿pasa algo?». «No hay agallas para meterse en el tendido de sol y gritar abajo Soria.» Y con este ambiente -decíamos-, la patadita, el unipase, el remilgo. ¿Pasa contigo, tío?
Lástima que Ramón Sánchez no tuviera género más aparente, pues el resto de su propiedad que saltó al ruedo tuvo casta, y el tercero fue un gran toro, que aunque protestó en la segunda vara tomó con alegría y entrega la primera, muy de largo y fijo un picotazo, y para la muleta embistió de dulce, incansable, con ritmo, encima sin molestar para nada al torero. Pero ¿qué digo de lástima, si fue bocado para quien no tenía paladar? Con estos usos, mejor servían no ya los mansos de arribas que siguieron después, sino seis bueyes de carreta.
Mas a lo que importa ahora que todo pasó: Dámaso y el Niño de la Capea tienen otra tarde en la feria. i Ayayay!
Babelia
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