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Reportaje:Viaje al canal centroamericano / 1

Panamá, un rostro popular para una dictadura encubierta

«La actual situación en Panamá es uno de los más claros casos de despiste internacional que recuerda la historia», comentaba amargamente un dirigente político recién llegado a la ciudad del canal, después de diecisiete meses de ex¡lio. Y esa es la impresión que obtiene cualquier observador imparcial después de un somero análisis de la realidad del país, puesto de moda en todo el mundo por las negociaciones entre el Gobierno de Estados Unidos y el del general Torrijos para la renovación de los acuerdos sobre el canal que une los océanos Pacífico y Atlántico.El despiste, realmente, es grandioso. No hay país del mundo, democrático o no, que no haya saludado con alborozo la ratificación en el Senado de Estados Unidos de los nuevos tratados sobre el canal. La China de Hua Kuo-feng y el Chile de Pinochet coinciden casi literalmente en los términos de los elogios.

Presidentes democráticos como Pérez, de Venezuela, o López Michelsen, de Colombia, consideran los nuevos tratados como «una victoría hemisférica». Todo el mundo alaba, ensalza y mitifica a Omar Torrijos, como el gran patricio del nacionalismo latinoamericano. Y lo que hacen estos dirigentes, de buena o mala fe, es simplemente respaldar una de las más meridianas dictaduras latinoamericanas y aplaudir unos tratados que en nada -o en casi nada- han variado la situación de dependencia panamena con respecto de Estados Unidos.

La cortina de los nuevos tratados ha servido al actual régimen panameño para ocultar durante diez largos años su auténtica condición dictatorial y, lo que es más significativo, acumular uno de los más sustanciosos saldos de simpatía internacional de que se tiene memoria. La oposición política, acallada durante dos lustros por la amenaza o el exilio, trata ahora de mostrar la auténtica imagen del Gobierno panameño.

La toma del poder

Es preciso recordar cómo se instaló en el poder Omar Torrijos, el único general con que cuenta el Ejército o Guardia Nacional panameño. El 11 de octubre de 1968 el comandante Boris Martínez, al frente de un grupo de oficiales de la Guardia Nacional, derroca a Arnulfo Arias, un anciano presidente de corte populista, mayoritariamente elegido en los comicios celebrados pocas semanas antes. El entonces coronel Torrijos no participó para nada en el golpe militar. El mayor Martínez, sin embargo, ofreció inmediatamente a su amigo y superior el mando de las Fuerzas Armadas.

Desde octubre a marzo, Martínez realizó una actividad política encaminada, sobre todo, a sanear la Administración pública y a tratar de corregir las enormes desigualdades sociales del país: encarceló a personajes intocables, de cuya constante corrupción se tenía constancia, inició investigaciones para descubrir a los malversadores de fondos públicos, prometió la nacionalización de importantes empresas extranjeras y anunció una radical reforma agraria.

A los dos días del discurso en que Martínez, hizo estos anuncios, Torrijos arresta a su antiguo camarada, le acusa de comunista y, despuésde una serie de vejaciones, le deporta sin documentación a Miami, donde vive desde entonces estrechamente vigilado por agentes de la inteligencia civil y militar norteamericana.

Desde su instalación en el poder, Torrijos muestra sus propósitos: libera inmediatamente a todos los acusados de corrupción, destruye los expedientes de investigación iniciados por Martínez y persigue, encarcel,a y a veces asesina a sus opositorn. En la larga lista hay sacerdotes, líderes campesinos y dirigentes estudiantiles.

Torrijos disolvió la Asamblea Nacional, destituyó jueces, se incautó de todos los periódicos -salvo La Estrella de Panamá, al que sojuzgó sustituyendo a su director por unade las personas enjuiciadas por Martínez por corrupción, que hoy es ministro de la Vivienda- y cerró cinco emisoras de radio.

En 1972 una asamblea constituyente redactó una Constitución cortada según los patrones torrijistas, encomendó a Demetro Lakas, un oscuro ingeniero de origen griego, la presidencia de la República y fijó los poderes del jefe del Gobierno, que son absolutos. La Constiración panameña es única en su género: señala con nombres y apellidos a Omar Torrijos y le otorga poderes absolutos. El artículo 277 de dicha carta empieza así: «Se reconoce como líder máximo de la revolución panameña al general de Brigada Omar Torrijos Herrera, comandante en jefe de la Guardia Nacional. En consecuencia -y para asegurar el cumplimiento de los objetivos del proceso revolucionario- se le otorga, por el término de seis años, el ejercicio de las siguientes atribuciones... Y a continuación una larguísima serie de derechos, que hacen de Torrijos uno de los políticos proporcionalmente más poderosos del mundo.

La bandera del canal, enérgicas declaraciones «antiimperialistas» y algunas medidas de gobierno para mejorar el nivel de vida de las clases marginadas, disimulan la imagen autoritaria del general.

Corrupción

A lo largo de los años, una nueva clase dirigente, todopoderosa y enriquecida, surge a la sombra del general. Sus asesores más directos -Rodrigo Rory González, Arístides Royo, Rómulo Escovar- son al mismo tiempo poderosos hombres de negocios. En la familia del propio Torrijos se nota la influencia del poder.

Uno de los hermanos del general, es el gerente de la red de florecientes casinos repartidos por el país. Otro, embajador en Madrid, se ve envuelto en un oscuro episodio de tráfico de estupefacientes. Al propio Omar Torrijos se le atribuye el monopolio de la comercialización de la carne en el país, e intereses en algunas empresas constructoras.

Torrijos gobierna Panamá de una manera su¡ generis. No tiene despacho, ni siquiera una residencia fija. A veces pasa el día en la casa de su amigo y consejero Rodrigo González y allí recibe a sus ministros. Otras, las más, se desplaza a una casa a la orilla del mar, en Farallón, a sesenta kilómetros de la capital. Desprecia olímpicamente las obligaciones protocolarias de un jefe de Gobierno, y utiliza para esas funciones al presidente Demetrio Lakas «No me gusta recibir embajadores encorbatados», ha dicho en más de una ocasión. A veces, sufre crisis de ira. Se encierra en sí mismo y según sus adversarios, en el whisky

Que le ha presentado siempre como un caudillo nacionalista y ha ocultado sus claras actitudes de dictador. Desde hace semanas se niega a recibir periodistas.

Grave crisis económica

Dedicado casi por entero a la negociación de los nuevos tratados, Torrijos ha descuidado los problemas interiores. Y las consecuencias comienzan a verse ahora. Panamá es un país en franca bancarrota: 2.000 millones de dólares de deuda exterior -deuda que exige unos servicios anuales equivalentes a 160 millones de dólares, la tercera parte del presupuesto nacional- hacen de Panamá el país con mayor deuda externa por habitante: 3.500 dólares. El país ni siquiera obtiene ya dinero fácil y barato. Los últimos meses, el Gobierno ha tenido que recurrir a créditos de la banca privada europea, en unas condiciones leoninas: el 13% de interés anual y ningún plazo de carencia.

El desempleo ha aumentado al 15% y la tasa de crecimiento es cero desde hace dos años.

Los tratados sobre el canal no van a resolver en absoluto la grave situación económica panameña. El Gobierno percibe ahora alrededor de dos millones de dólares anuales que le paga la compañía del canal en concepto de participación en los peajes. A partir del año que viene, pasará a recibir alrededor de ochenta millones, la mitad tan sólo de lo que suponen los intereses de la deuda externa panameña. De aquí al año 2000 Panamá obtendrá del canal 2.200 millones de dólares en concepto de peajes, más otros 3.000, en valores e instalaciones del canal. Hay una ayuda suplementaria de cincuenta millones de dólares en material militar.

Panamá sigue siendo fundamentalmente un país de tránsito y de servicios, pero cada día ve menos el fruto de su facilista sistema fiscal. Las multinacionales, los más importantes bancos mundiales, siguen abriendo oficinas en la capital, pero con fines puramente especulativos.

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