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Reportaje:

El mar Mediterráneo ha alcanzado sus niveles de contaminación

El Mediterráneo, que era inmenso cuando, para los griegos, era el Mar, por antonomasia, no tiene hoy otras dimensiones que las de la contaminación que sufre. Se ha hecho pequeño y frágil: sus tres millones de kilómetros cuadrados quizá sean un mundo, pero sólo es la 35.ª parte del Atlántico. Cuando una mano descuidada deja caer unas gotas de tinta negra en 35 litros de agua, apenas se nota; pero las mismas gotas de la misma tinta en un litro de agua dejan una sombra imborrable. Las manchas de petróleo producidas por los barcos no pueden disolverse en un mar cuya anchura no supera los ochocientos kilómetros en ningún momento, disminuyendo hasta los 140 entre Sicilia y Túnez. Y, además, sus mareas son con frecuencia insignificantes: de veinte centímetros de media en Marsella, llegan excepcionalmente a 1,40 metros en Sfax, a dos metros en Gabés y, en ocasiones, desgraciadas ocasiones, a casi dos metros en Venecia, cuando sopla el viento del Sureste. El Mediterráneo no sabe limpiar sus orillas. (...)

El mercurio que mata

Minamata es un nombre que empieza a ser conocido en todo el mundo. Es el de una bahía japonesa en la cual arrojaba una fábrica derivados del mercurio. A partir de entonces es, para todos los especialistas en medio ambiente, el nombre de una enfermedad provocada por el mercurio cuando éste se acumula en el organismo humano. En Minamata murieron decenas de japoneses y millares quedaron marcados para el resto de sus vidas; nacieron niños anormales. Pues bien, el fenómeno de Minamata ya apunta en el Mediterráneo, en las costas de Italia, Grecia, España y, sobre todo, Francia. (...)Los análisis más recientes descubren que el atún rojo, la lija, el salmonete, el congrio, la pescadilla y el rape, por citar los pescados comunes, contienen concentraciones de mercurio que sobrepasan de dos a cinco veces la dosis permitida por la OMS. En la práctica, esto significa que un pescador o un habitante del litoral mediterráneo que consuman mucho pescado pueden caer seriamente enfermos en una decena de años. Las cantidades ya son conocidas; dos kilos de pescado a la semana suponen, en la mayoría de los casos, la absorción de dos miligramos de mercurio. Con tales dosis, la enfermedad es una cita fija a siete años de distancia, y, en el caso de los más débiles, la muerte a los veinte años. Los que sólo coman 300 gramos de pescado a la semana sitúan la fecha fatídica a treinta o cuarenta años de distancia a partir del principio de la «cura». Y el ejemplo de Minamata muestra cómo puede acelerarse el riesgo hasta extremos aberrantes. Estos vencimientos han sido calculados a partir de tasas de concentración medias actuales. Pero a menudo se fijan plazos más inquietantes: en la Toscana, la mayoría de los crustáceos contienen alrededor de 5 miligramos de mercurio por kilo. En los seis cachalotes muertos hallados a principios de 1976 en las playas corsas, los biólogos llegaron a detectar ¡600 miligramos de mercurio por kilo en algunos músculos!

Hace diez años eran escasos los peces del Mediterráneo cuya dosis de mercurio sobrepasara de 0,5 miligramos por kilo. En 1975, según revela el número 37 de la Révue Internationale d'Océanographie Médicale, diecisiete especies de peces sobrepasan esta dosis, considerada como «la norma autorizada». No se trata de cifras averiguadas en zonas especialmente contaminadas por un río o por fábricas, sino de cifras medias de todas las zonas. Y tales sobrecargas han de ser consideradas en serio: la cantidad media del pez-espada mediterráneo es 2,96 miligramos por kilo; la de los cangrejos, 1,86; la de la lija, 1,88; la del rape, 2,61; la del salmonete, 1,44; la del atún rojo, 1,20; la del langostino, 1,04, etcétera.

En un informe destinado al Programa de las Naciones Unidas para el medio ambiente, conocido por los especialistas bajo la denominación de Plan azul para el Mediterráneo, aparecía en enero de 1976 este juicio sin posibilidades de apelación: «El mar Mediterráneo, poco nutritivo de por sí, no puede soportar un fuerte aumento de su nivel de contaminación sin ver en peligro para siempre una de las actividades fundamentales que suscita: la pesca». Para siempre...

Algunos especialistas, como el comandante Cousteau, afirman que la vitalidad del Mediterráneo ha disminuido en un 30% en los últimos veinte años; otros consideran esta cifra exagerada. No es tarea nuestra mediar en el asunto pero de los informes de la FAO o del Consejo General de Pesca para el Mediterráneo se desprenden algunas certidumbres: el Mediterráneo, ya pobre en plancton -puesto que contiene, por ejemplo, cuatro veces menos que el mar del Norte-, ve decrecer con rapidez creciente este alimento básico de los peces.

Cada año son miles los pescadores que marchan a aumentar el proletariado urbano, abandonando sus poblaciones a los turistas. De aquí a diez años habrá un tercio de pescadores menos en el Mediterráneo, mientras que los países ribereños ya se ven en la necesidad de importar pescado.

La pesca, afectada por las industrias, los desechos urbanos y el turismo, tiende a desaparecer de entre las actividades mediterráneas y decrece al ritmo de la desaparición de los peces. Hace diez años, los atunes empezaron a abandonar ciertas zonas y a dar vueltas rápidamente por la cuenca en busca de un alimento cada vez más escaso. Cuán extraña es la visión de estos bancos de peces que parecen volverse locos nadando cada vez más rápidamente en pos de su comida. El mismo fenómeno amenaza claramente a la caballa, la escorpina, la pescadilla, el lenguado y el langostino. Esta última especie está físicamente fascinada por las gotas de petróleo dispersas por el mar: son la causa de su muerte. Barcelona, Marsella, Génova, Venecia, Trieste, Split, la bahía de Corfú, en Chipre; el estuario del Kishon, en Israel; Beirut, Bizerta, Túnez... : otras tantas zonas buenas para la pesca de las que prácticamente han desaparecido los peces y crustáceos o de las que desaparecerán de aquí a unos años.

Hace diez años, en las playas del Mediterráneo apenas se contraían, como recuerdan las estadísticas médicas disponibles, sino insolaciones o urticarias. En el informe del grupo interministerial de estudio de los problemas de la contaminación de los mares (publicado en 1973 con una discreción digna de ser considerada) se señala que el 30% de los enfermos que acuden a consulta a los médidos instalados en la costa francesa del Mediterráneo presentan síntomas de afecciones oculares y rinofaríngeas, vaginitis, forúnculos, micosis, dermatosis y reacciones alérgicas de causa desconocida. Posteriormente a la publicación de este estudio se ha sabido, por sondeos cabe los mismos médicos, que la mitad de los enfermos que acuden a consulta en verano eran víctimas del mar o de sus productos. El mismo informe explica tranquilamente que en Italia los moluscos son responsables de la cuarta parte de los casos tíficos.

El Mediterráneo es corrompido diariamente, en virtud del trabajo de los hombres, con el más espantoso de los combinados químicos. Sí, hemos dicho espantoso. No pretendemos recurrir a la inflación verbal por el gusto de provocar miedo; decimos espantoso porque hoy día, verdaderamente, ya no se puede apreciar la extensión del desastre ni sus posibles complicaciones progresivas. Puede suceder cualquier cosa. Las corrientes que mezclan los continentes pueden, cualquier día, producir una convulsión en el Mediterráneo totalmente imprevista e inimaginada. En 1973, con el tono mesurado de los especialistas que trabajan en los laboratorios oficiales y que no quieren solicitar cifras estadísticas, el profesor Aubert, director del CERBOM, declaraba: « Los fenómenos de contaminación química son sumamente alarmantes.» Un fenómeno denominado de «sinergia» lleva a los contaminantes a intensificar mutuamente sus efectos. Esto se verifica de modo totalmente imprevisible, facilitando el mar combinaciones que ni el más demoníaco de los químicos imaginaria en la calma de su laboratorio. Hay que tener esto presente cuando se bosqueja una exposición rápida de algunos de los perjuicios de ciertos contaminantes del Mediterráneo.

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