Un mal "best-seller"

La afición de Jarrot por la épica de bolsillo y la grandilocuencia no es nueva. El otro lado de la medianoche, que ha sido espectacularmente lanzada, tanto en América como en Europa, es un filme decepcionante desde todos Ios puntos de vista.En la peor tradición literaria, trata de recrear y reaprovechar la estructura y los temas de aquellos interminables best-sellers de los años cincuenta. Pasados los años gloriosos de los Pearl S. Buck, los Frank Yerby, hasta de los Leon Uris, ahora es la película la que suele convertir al libro original en, best-seller, cuando lo que se vende no es una novelización posterior del filme, cosa que empieza a ser fre uente. La novela de Sidney Shel don en que se basa el filme de Jarrot es desconocida y, desde luego, la película no provoca ganas de leer el libro. Trasposición fílmica del folletón de mil páginas, género en vías de desaparición, su adaptación se prestaba más para una fotonovela o para un serial radiofónico de esos que dejan colgado al personal de un día para otro. Estas comparaciones no son en absoluto gratuitas, ya que en El otro lado de la medianoche se dan cita todos los ingredientes, los tópicos, las convenciones 37 los lugares comunes del peor melodrama: la niña inocente que acaba perversa, la provinciana sola en la gran ciudad, el don Juan que engaña y desaparece, el hijo ilegítimo y no deseado, el magnate para quien la belleza y el amor son un objeto de compra, pero que, sin embargo, también tiene su corazoncito, los amantes que deciden suprimir a la esposa-estorbo, un París donde todas las pasiones, pecados y perversiones son posibles, una América donde la ambición y el dinero dominan, un Mediterráneo lleno de islas que se dirían creadas para el amor, poderosos armadores griegos que regalan islas y avionetas a su amada, mujeres que sólo buscan en el poder y el triunfo la posibilidad de vengar su traicionado primer amor, pasiones que cruzan la tierra y desafían al tiempo, mujeres ajusticiadas por pelotones de fusilamiento, y todo tipo de traiciones, engaños, deseos, etcétera... Todo ello, supongo, dará una idea del producto que se nos trata de vender, como también de que todos estos ingredientes manejados por alguien con inteligencia, originalidad, humor y sensibilidad -que no es el caso de Jarrot- podría haber desembocado en un curioso melodrama con toda la belleza, la gracia o la ironía de su anacronismo. Pero no es éste el caso, y la variedad de épocas, personajes y paisajes no impide que el filme naufrague en la insipidez y el aburrimiento.

Los amantes de historias gigantescas y voluminosas, de las sagas y epopeyas, de las obras donde variedad significa riqueza, en lugar de esquematismo, complejidad y no simplificación, pueden abstenerse de ver el filme de Jarrot y esperar unos días para ver la gran obra maestra del género: Novecento.