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Secuestro del presidente de la DC italiana

Un ataque al Estado y a la democracia

Juan Arias

«No es casual que el secuestro de Aldo Moro se haya realizado mientras el presidente de la Democracia Cristiana se dirigía al Parlamento para participar en la discusión sobre la confianza al nuevo Gobierno que por primera vez sancionaba el ingreso de los comunistas en la mayoría», afirmaba ayer el editorial de La Republica, el diario romano social radical.En realidad, todas las fuerzas democráticas del país calificaron este hecho como el más grave que ha vivido Italia después de la resistencia. No porque ha tomado de mira al presidente de la Democracia Cristiana, el partido de mayoría relativa, sino porque Aldo Moro, el hombre más respetado de toda la política italiana, es el puente de diálogo entre las dos grandes fuerzas populares: la DC y el PCI.

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Sin Moro no existe compromiso histórico, afirmó un parlamentario. Sin él, no sólo la DC se queda huérfana, sino también las demás fuerzas democráticas pierden el único interlocutor. Moro ha sido quien desde hace veinte años, desde el centro-derecha al centro-izquierda y al nuevo Gobierno con los comunistas en la mayoría parlamentaria, está llevando a Italia hacia formas de democracia siempre más abiertas.

Sin Moro, el Partido Comunista probablemente no hubiese nunca dialogado con toda la DC. Por eso, ayer los comunistas han afirmado que el secuestro de Moro es «la herida más grave a la libertad que ha recibido Italia en treinta años». Por eso han sido los primeros en salir a la calle con ediciones extraordinarias a toda página. Movilizaron en pocos minutos todos los trabajadores de las mayores ciudades de Italia. Un obrero declaró: «Si hubiesen secuestrado a Berlinguer, el Partido Comunista no se hubiera comportado de otra manera.»

La impresión política en Roma es que lo ocurrido a Moro es algo que no sólo ha sucedido a la Democracia Cristiana, sino a toda Italia. «Un ataque al Estado» es el título que aparece en todos los periódicos.

Hace años que los políticos italianos no hablaban en sus declaraciones con el nudo en la garganta. Todos, desde el jefe del Estado al ministro del Interior, afirman: «Los italianos no deben perder los nervios.» Por un momento, se ha temido que pudiese suceder lo peor.

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La ministra Tina Anselmi declaraba con las manos en la cabeza: «Es la guerra civil.» La Malfa, el líder carismático del Partido Republicano, añadió en la televisión: «Esta es la guerra. Tenemos que responder con medidas excepcionales.»

Moro puede ser el único capaz de mantener unida a toda la Democracia Cristiana y prepararla a aceptar, ante la emergencia del país, una colaboración cada vez más estrecha con todas las fuerzas de la izquierda. «Todos los comentaristas Políticos -dice Il Messaggero, de ideología independiente- aseguran que fue el paciente e iluminado trabajo de Moro el que consiguió la solución de las mayores crisis políticas del país, incluida la última de estos días.»

Todos los políticos del país han coincidido en que las Brigadas Rojas no podían golpear más alto ni escoger un día más significativo que el de ayer. Mientras, los democristianos aseguran que el partido de Moro teme por su vida.

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