La palinodia del Sahara
Lo más bello, lo más civilizadamente dramático era el espectáculo en sí mismo: las cariátides del antiguo régimen, apeadas de la balaustrada franquista, han sido sentadas e interrogadas por los jóvenes barbudos airados, que no hace todavía un año andaban por las tabernas y alcantarillas del reino. Por lo demás, el torneo dialéctico sobre la descolonización del Sahara, en los tres días de vista pública en la Comisión de Exteriores, se ha desarrollado en un cuadro de modales esmerilados, dentro de la más distinguida urbanidad parlamentaria: un respeto que ha rozado el miedo, una excavación que no ha pasado de la piel de aquel desierto, de la superficie de un informe casi administrativo. Excusas aceptadas, usted perdone, eso me lo callo, con mucho gusto informaré a su señoría, me doy por satisfecho. Es decir, una acusación imaginativa convertida en hipótesis de trabajo.El fondo del interrogatorio ha sido un relato bastante hortera sobre la caída de los dioses, un Visconti en ocho milímetros, lleno de pespuntes, descosidos y contradicciones. El abandono del Sahara ha sido cantado como una gloriosa avanzada sobre la retaguardia. La Operación Golondrina con todo el arrastre de pesquerías, fosfatos y negocios sucios ha quedado desvanecida en un combate de conceptos abstractos. La punta de la manta estaba allí al alcance de la mano, pero ningún diputado ha osado tirar de ella y arrastrar así la vajilla del franquismo. No ha sido un proceso al régimen anterior, sino más bien una disquisición escolar, como una clase práctica, en la que unos alumnos aventajados torturan con preguntas picantes a sus catedráticos rozando levemente el enojo, arañando con un guante blanco las cuestiones más espinosas. Pero ha sido hermoso, dentro de la estética surrealista, ver sentado en la tribuna a un ilustre militar lleno de medallas junto a un joven socialista con jersey y la barba puesta e interrogado entre la humildad, el miedo a la realidad y la franqueza juvenil de neófitos que han llevado la curiosidad de la inquisición hasta los límites de la cortesía. Los altos jefes militares, coronel Rodríguez de Viguri, general Gómez de Salazar y general Blanco han contestado con un pensamiento perfectamente estructurado. Los diplomáticos, Jaime Piníes desamparado allá lejos en la ONU, José María de Areilza, con una elegante displicencia, y Martín Gamero con una cansada vaguedad, han ofrecido un panorama desgarrado de contradicciones. Los ex ministros Alvarez Miranda, Carro Martínez y Cortina Mauri, dándole al motor del verbo patriótico que rateaba a dos por tres sobre este bebedero de patos, han demostrado una vez más lo evidente. La descolonización del Sahara ha sido un episodio nacional desarrollado cuando la política española había hecho pie en el fondo de la ciénaga habitada de peces negros en desbandada.
Entre las opciones de Marruecos, Argelia y la autodeterminación del pueblo saharaui concedida a tiempo, sin la interferencia de un proceso tromboflebítico que no alcanzaba sólo a la extremidad de Franco sino al cerebro de sus políticos, nadie ha hablado del papel de Estados Unidos ni del miedo, pánico, que daba entonces la ideología izquierdista del Polisario. Durante las tres sesiones inquisitoriales de la Comisión de Exteriores, unos se han refugiado bajo el manto de la madre patria y otros no se han, atrevido a darle el tirón. La cosa ha quedado en un revoloteo de ave primeriza alrededor del nido del cuco. Y todos contentos.
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