Nicaragua, a la sombra de Sandino
LOS GRAVES sucesos que están trastornando al pueblo nicaragüense afectan al equilibrio político de Centroamérica y ponen de relieve el anacronismo moral de situaciones políticas dignas de ser relatadas por Graham Green y el baldón que su permanencia supone para la política americana de Estados Unidos.Desde que Teodoro Roosevelt mandara a Nicaragua tropas de intervención, en 19 10, Managua devino literalmente en la capital de una finca explotada agrícolamente por la United Brand (antes United Fruit Co.) y en el seguro estratégico de Centroamérica y su canal interoceánico. Tras el asesinato de César Augusto Sandino, hace ahora 44 años, el país ha sido administrado por una sola familia -los Somoza-, bien en forma directa, bien por intermedio de meros empleados, elevados a la categoría presidencial.
Toda sombra de verdadera institucionalización política del país quedó borrada bajo la fachada de una caricatura constitucional. El «caso» político nicaragüense carece del exotismo y la publicidad de dictaduras suramericanas, como la de la familia Doc, reinante en Port au Prince, pero en arbitrariedad y dependencia del exterior supera la situación de la Cuba batistiana. Nicaragua hoy no pasa de ser un Haití sin vudú. Que el comercio exterior del país esté en manos de una compañía estadounidense y que la economía marginal sea manipulada por la familia Somoza; que las cuentas de la generosa ayuda internacional llovida sobre Nicaragua tras el terremoto de 1972, que asoló el 40% de la riqueza nacional, aún no hayan podido cuadrarse, son la trastienda explicativa de asesinatos de Estado como el de Joaquín Chamorro, que han deparado la actual violencia popular.
Joaquín, Chamorro, director de La Prensa y líder político conservador, representaba la alternativa patrocinada por Washington a la política impresentable de los Somoza. Chamorro, con el apoyo del empresariado y la Iglesia nicaragüense, hubiera aportado alguna credibilidad a la política estadounidense en Centroaménica que el presidente Carter podría culminar con la aprobación por el Senado del tratado con Panamá sobre el canal.
Tacho Somoza, ante la pérdida de puntos de apoyo en la Iglesia, la patronal y Estados Unidos, no ha hecho otra cosa que aplicar el criterio último de que cuanto peor, mejor. El asesinato de Chamorro ha desplazado el centro de gravedad de la protesta desde el altar y la burguesía a las masas agrarias, los estudiantes y el Frente Sandinista de Liberación. Ante el avance del cambio democrático, de las libertades formales, Somoza ha destapado la revolución, haciendo dudar a la Iglesia, obligando a los empresarios a revocar su huelga y obligando a Washington a repensarse un cambio de régimen cuando el país pisa la raya de la guerra civil. Y ahora, a menos que la Guardia Nacional, capitaneada precisamente por un hijo de Tacho Somoza, opte por la dudosa posibilidad de un golpe de Estado, la situación nicaragüense puede continuar pudriéndose indefinidamente entre el Scila y Caridbis de la revolución o el cambio democrático. Y ello con el telón de fondo de la artificial división centroamericana, heredada de la independencia y de las secuelas interesadas de la doctrina Monroe.
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