Los quijotes planetarios

En esta obra el autor trata dos temas claramente diferenciados. El relato bélico de la guerra civil española y el posterior exilio de los hombres que se vieron forzados a cruzar las fronteras de su patria como consecuencia de la derrota militar.La historia, escribía Maritain, es una memoria y una experiencia cuyo uso está reservado a los prudentes. No es una ciencia exacta porque versa sobre hechos variables y contingentes. Un hecho histórico, aunque se trate de algo tan concreto como una batalla militar, es suceptible de muchas interpretaciones.

Podemos hacer sobre un suceso multitud de análisis casuísticos e interesados. Pero por muchos sofismas que se utilicen no variaremos un ápice, por ejemplo, el resultado de la batalla de Waterloo.

El peligro reside cuando el historiador trata, desde su peculiar punto de vista, de interpretar la historia. Entonces juzga, determina, acusa y dogmatiza. Sostiene Eduardo Pons Prades una tesis harto discutida y discutible. Afirma, con absoluta convicción, que después de la pérdida de Cataluña las fuerzas del Gobierno republicano hubieran podido mantener la lucha seis meses más en la zona del centro, con lo que se hubiera conseguido empalmar nuestra guerra con la contienda mundial, variando por completo el acontecer político de nuestra reciente historia.

Y como la realidad no se produjo así, no entremos ahora en la conveniencia de que ocurriera o no, entonces se lanza a emitir juicios que, por lo menos, hay que calificar de incongruente ligereza. Con un sincretismo gratuito no ve más que traidores a diestro y siniestro. Incluso a hombres esencialmente afines a su credo libertario, como Cipriano Mera, los moteja de engañados y equivocados. Los demás, hasta la personalidad digna y respetable de Julián Besteiro, son sencillamente traidores. Así no se escribe la historia. Así lo más que se hace es un panfleto mitinesco. No recuerda Pons Prades el estado de la opinión pública en los momentos en que desarrolla su relato. Somos de su misma quinta, la «quinta del biberón», y cuando nos habla de la posible capacidad de resistencia numantina, en aquellas fechas, nos invade el escepticismo.

Olvida, lamentablemente, el espíritu de entrega cobarde incubado en Munich que imperaba aquellos días en Europa. En plena batalla del Ebro, Hitler había ocupado Austria; después liberó a los sudetes de Checoslovaquia, la quimera de enlazar nuestra contienda con la segunda guerra mundial no pasa de ser una vaga utopía.

En lo que estamos totalmente de acuerdo con Pons Prades, por ser una verdad incontrovertible, es en la cruel odisea del exilio y en el heroísmo con que los españoles lucharon contra el nazifascismo europeo en los bosques de Francia, en los fiords de Noruega, en las montañas de Italia, en los desiertos de África y en las estepas rusas.

Dice Pons Prades que cuando hablan las armas el corazón debe enmudecer. Por eso hay que agradecerle el extraordinario trabajo que ha realizado reuniendo la más copiosa documentación testimonial sobre la infatigable lucha de los espanoles exiliados contra el poderío nazi.

El relato de Martín Bernal (Garcés) es fiel reflejo de ese espíritu: «Yo fui, eso sí, uno de los primeros españoles que entró en el Berghof de Hitler y seguramente el primer europeo llegado a él sin haber sido invitado por su dueño. Y lo primero que hice fue desabrocharme la bragueta y vaciar mi cargada vejiga en el hall. Y experimenté, lo confieso, un gran alivio, no sólo material sino también y, sobre todo, moral. Era como si al fin hubiésemos lavado todas las afrentas que los republicanos habíamos recibido del fascismo europeo desde el verano de 1936.»

Este es el quinto libro que conocemos de Eduardo Pons Prades dedicado al estudio y a las consecuencias de nuestra guerra civil. Esperamos de él, quijote planetario, nuevas obras y nuevos testimonios, porque Pons Prades es de esos hombres que no abandonan la lucha en el camino hacia la libertad.