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Tribuna:DIARIO DE UN SNOB
Tribuna
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La basura

Madrid no es lo que era, ya no se hace vida social, y esto me lo dicen a mí mucho, ahora, con motivo de un libro que he publicado sobre el Café Gijón:-¿Verdad usted que ya no queda nada de aquel Madrid de los cafés?

Uno, sí no se cuida un poco y reacciona a tiempo, se va quedando en una especie de don Ramón de Mesonero Romanos que come perritos calientes. Yo creo que los cócteles de cada tarde no son sino los cafés que se han puesto en pie, pero, de todos modos, Madrid no es lo que era, hay como menos vida social, y por eso la gente, que es muy comunicativa, ha aprovechado la huelga de la basura para hacer amistades finas. Los vecinos de mi calle, que llevamos aquí años y no nos hemos conocido ni siquiera el día que se cayeron los cipreses, estamos haciendo mucha intimidad con la cosa de traer y llevar la basura. La democracia es buena para todo y la huelga de basureros me está haciendo a mí un círculo de amistades.

-Este Madrid parece el de la guerra -me dice Méndez Luengo, con su patilla ferroviaria.

Méndez Luengo ganó el último premio Larra sobre memorias de la guerra, y ahora ha salido el libro, pero nos hemos encontrado junto al cubo de la basura, como si no fuéramos dos autores famosos ni nada.

Madrid ha estado a punto de convertirse en el Orán de La peste, con la huelga de basuras, y hasta he visto, en la madrugada, a Albert Camus, de flautista de Hamelín, llevándose tras de sí niños sin escuela y ratas sin raticida, camino de Peña Grande, a ver si entre todos paran el abuso de las urbanizadoras. Rebuscando entre la basura -esta hermosa huelga nos ha hecho a todos clochards de nosotros mismos-, encuentro un recibo de Editora Nacional, que me brinda veintiocho pesetas (28), y lo pongo en letra y cifra para que conste, como liquidación de libros por el último semestre. ¿En qué quedó aquello, don o, de renovar la Editora con personal más eficiente? Con estas liquidaciones, veo que me quedo de basurero para toda la vida, cheli.

En un cubo de basura, como un personaje de Beckett, encuentro a Valerio Lazarov.

Vuelvo a tapar, azorado, porque no crea que vengo a pedirle, en el estado que está, las 100.000 púas que me debe la tele, pero levanta la tapa y me dice:

-Mira, Paco, hasta aquí me han puesto de basura los críticos de televisión, por la cosa de fin de año.

-Es que el programa no era lo que se dice fascinante, Valerio, como te digo una cosa te digo otra.

Y vuelvo a taparle, para que no se enfríe, que la nieve encima de la basura trae muchas fiebres. Joaquín Soler Serrano no trastea con un cubo de basura, sino con un tacho, que es como le dicen en Latinoamérica, y ya se sabe que Joaquín está enfermo de latinoamericanismo. ¿Y por qué no hablan ya en latín los oriundos, si son tan latinos? Al programa A fondo, de mi querido Joaquín, se le Rama ya A Macondo, porque no saca más que hispanoamericanos. Tengo que ir a Barcelona con Isabel Tenaille y Forges, que Luis del Olmo nos da allí un premio de radio, pero los aviones no despegan porque el puente aéreo está lleno de basura. Alberto Iniesta, el arzobispo rojo, me escribe desde la basura de Entrevías y me remite unas bellas prosas:

-Aquí, como vivimos entre desperdicios todo el año, la huelga no se ha notado.

Estuve en el Martín viendo Flowers y la función olía a sándalo e incienso. Ha sido un respiro, porque todo Madrid huele a perro muerto y alcalde putrefacto. Me asomo a los óleos bucólicos de María Antonia Dans y su égloga galaica, buscando refrescar la pituitaria, que la pintora expone en Biosca. Flowers se lo dedican a Boadella y a la libertad. En la función de Valle-Inclán se ha suprimido el himno nacional, que sonó el día del estreno. Parece improcedente. Andamos estos días de duquesas, y me dice una de ellas que la huelga es una cosa brutal. No, mi querida señora: la huelga, aparte su eficacia reivindicativa, nos hace conocer nuestros límites, nos recuerda que vivimos en la cultura del desperdicio, cuando se trata de una huelga de basureros, y que toda nuestra asepsia democrática tiene un cimiento de basura y esfuerzo. Con tres días de huelga municipal, treinta siglos de cultura acaban en el cubo de la basura.

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