"Los antisiquiatras son los que usan medicinas y electricidad para destruir mentes"
Ronald D. Laing desmiente pronto la imagen contracultural que se le ha asignado. Toda su vida ha usado corbata y trajes serios y jamás se creyó lo que decían los periódicos acerca de su personalidad incivilizada. El creador de una serie de hogares en los que cerca de cuatrocientos individuos conviven apartados de la sociedad que los llama locos es un hombre serio, con buen humor, que ni en el Aula Magna de Derecho, ante más de un millar de estudiantes, que le recibieron arrojándole avionetas de papel, ni ante los periodistas que a mediodia le pidieron cuentas de su aparente y nuevo carácter civilizado, perdió la compostura de profesor británico, cansado, pero dispuesto.«El término antisiquiatria lo inventó mi colega David Cooper. Yo no me identifico con ese concepto. Lo que tratamos de hacer es investigar por qué razones sociales o genéticas aparecen ciertas perturbaciones en el carácter de los individuos. Al hacerlo, no queremos invalidar a las personas. Lo que la siquiatría tradicional llama tratamiento es simplemente invalidación de los enfermos. Lo que se logra con las medicinas y con los choques eléctricos es acabar con la posibilidad de pensar. Los choques eléctricos que aplican los siquiatras, en contra de la voluntad de los pacientes, deberían estar fuera de la ley.»
El año pasado, Ronald D. Laing mantuvo un seminario con dieciocho colegas suyos. Según contó ayer en el Aula Magna de Derecho, les preguntó qué harían ellos con el propio Laing si apareciera un día mentalmente insano, aunque no estuviera haciéndole daño a nadie ni contraviniendo ley alguna. «¿Me aplicarían medicinas y choques eléctricos para reducirme?» La respuesta médica fue unánime y aterradora para el siquiatra Laing: «Todos dijeron que si no hicieran eso estarían abdicando de su condición profesional.»
«Es asombroso. Ellos siguen aplicando esa terapéutica al tiempo que se sobresaltan porque en la Unión Soviética les hacen lo mismo a los disidentes políticos. En definitiva, lo que hace la siquiatría ortodoxa en el mundo occidental es destruir lamento de las personas, que se quedan sin capacidad para recordar ni siquiera lo que deben pensar.»
Lo que se hace en la Unión Soviética con los disidentes,es una variante de lo que se hace más acá del telón con otros inadaptados sociales, a los que se aisla y maltrata. "En Londres nosotros hemos acogido a esos inadaptados y les hemos ofrecido un medio en el que van desarrollando su personalidad y recuperando lo que formalmente se llama salud mental."
La presencia del miedo
«¿Qué es lo que le ocurre a la gente que va a los hospitales?», pregunta el doctor Laing. «Lo que les sucede es lo mismo que nos pasa a todos en la vida cotidiana: tienen miedo. Hay que saber interpretar ese miedo que sienten. En la vida normal, cuando una mujer se arroja al suelo, se arrodilla y contempla el vacío, se dice que reza. Cuando hay sospechas sobre su actitud se afirma que está loca, se la interna y se le aplica un tratamiento. El miedo puede ser más o menos intenso y puede reflejarse, en la modestia, en la timidez. Pero en general todos hemos perdido el miedo antiguo a los animales y a quienes tememos ahora de módo radical es a nuestros semejantes. La idiotez de la siquiatría convencional es que sus practicantes no saben qué pasa y estudian y tratan cada caso individualmente y no tienen en cuenta los aspectos sociales y globales de la enfermedad. »Ronald D. Laing cree que debajo de todas las sensaciones hay una base orgánica, la química del miedo, la química de la inseguridad o la química de la desesperanza. Ese componente que se manifiesta en los cuerpos convierte en esquizofrénico a uno de cada diez seres. Las causas de esa sicopatía son diversas "y varían según el dinero de que disponen para curarse". En Norteamérica, por ejemplo, hay tres veces más mujeres que hombres en tratamiento siquiátrico. «Esto no ócurre porque sean menos sanas que los hombres, sino porque ellas no tienen el poder y van a buscarlo a través de una supuesta cura.»
El antisiquiatra británico no acepta como método de purificación mental el zen ni ninguna otra variante de este sistema meditativo. «Jóvenes de Japón que se quedaban largas horas contemplando una pared tuvieron luego que ser asistidos porque sus facultades habían sido perturbadas.»
Tampoco acepta Laing la imagen que se le ha adjudicado. « Nunca he defendido el uso de las drogas ni la destrucción del matrimonio, por ejemplo. Durante los años sesenta desarrollé mis actividades como siquiatra y decidí que lo mejor para que mi profesión, tuviera algún sentido social era la creación de comunidades terapéuticas, y a eso me dediqué. En cuanto a las drogas, me parece obvio que los Estados. tienen que defenderse prohibiendo y controlando estos fármacos. No permiten el acceso a ciertos fármacos y quizá tardará mucho tiempo hasta que la gente. pueda acercarse a algunos elementos que, de hecho, son sicotrópicos, que cambian la mente de las personas. Sin embargo, considero que será pronto cuando prácticamente todos los Estados decidan levantar la prohibición sobre sustancias como la marihuana.»
Ronald D. Laing, al revés que David, Cooper, el inventor del término. antisiquiatría, no se considera un marxista ni cree, que sea el capitalismo el que está alimentando la marginación social de los individuos en las grandes sociedades. Es un «escéptico social» que, no es tan radical con Cooper al despreciar a los siquiatras ortodoxos. Sin embargo, un periodista le dio ayer la oportunidad de hablar del siquiatra español López Ibor, que hace poco escribió un artículo en contra de los antisiquiatras: «Me complace que un hombre como el doctor López Ibor desprecie lo que hacemos porque eso quiere decir que nuestras teorías no tienen nada que ver con lo que él practica con sus pacientes.» Para Laing, siquiátras que desprecian lo que él y sus colegas predican, siguen simplemente la frase de Tácito: «Hagan la desolación y llámenla paz.»
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.