Un toro ecuatoriano ridiculiza a los españoles
Miles de quiteños, presentes en la segunda corrida de la feria del Cristo del Gran Poder, y millones de ecuatorianos y españoles, que pudimos verla en directo por la retransmisión que ofreció el domingo RTVE, fuimos testigos de que el único toro-toro que saltó a la arena fue precisamente el único no español: un jabonero, ecuatoriano, con presencia y fuerza.La fama, naturalmente que sí, la tienen los toros españoles. Los juanpedros, por su origen, por su casta, por su antigüedad, que se remonta a 1790, procedencia Veragua -no hay otra ganadería más añeja que la de Aleas, y aún sólo por dos años-, aterrizaron en Ecuador nimbados de gloria y uno a uno despertaban el interés, la curiosidad y la ilusión a medida que saltaban al ruedo. Pero todo ello se difuminaba, como volutas, en cuanto las reses asentaban sus pezuñas sobre la arena. Los famosos juanpedros resultaron los toros de la murga; toros-toritos sin resuello, la mayoría inútiles tras la primera carrera; vistos y no vistos en el primer tercio, pues apenas resistían el simulacro del puyazo; vistos y nos vistos en el segundo, también de trámite -como reconocía el voluntarioso narrador-, pues apenas resistían dos pares; y vistos de sobra en el tercero, en el que se comportaban como borreguitos, con más aire los que resistían sobre sus cuatro patas, con menos, es lógico, los que se caían.
Plaza de toros de Quito
Segunda corrida de feria, retransmitida por RTVE. Toros de Juan Pedro Domecq, flojos, el primero devuelto por inválido, y un sobrero de Huagrahua, sí con poder y genio. El toro ecuatoriano tuvo sobre movilidad que los productos nacionales. Ruiz Miguel: Seis pinchazos (pitos). Media y tres descabellos (bronca). Dámaso González: Tres pinchazos y estocada (vuelta). Pinchazo hondo y descabello (oreja). Niño de la Capea: Pinchazo, media y dos descabellos (vuelta). Estocada baja enhebrada y otra corta (silencio).
Hubo dos excepcionalmente nobles, que fueron el quinto y el sexto, y los demás no tanto, pero se dejaban torear. ¿Hemos dicho torear? Pues la verdad es que no toreó nadie. Pases sí que dieron los espadas, casi todos en aseo y con más aseo que nadie el Niño de la Capea en dos derechazos y dos naturales al tercero. Pero la tónica fueron los zapatillazos, los tirones, las vueltas, un mucho bullir y poco para (es decir, parar, templar y mandar).
De manera que para su particular españoleo y muestra de lo que pasa en las Américas, los taurinos pusieron en solfa un manojo de toros inválidos y tres honrados trabajadores; en lugar de tres artistas de una vez, que es lo que nos hubiese gustado ver por televisión para que nadie echara de menos el habitual partido de los domingos, para nuestro solaz en la tarde dominguera, y, si se quiere, para promocionar la fiesta.
Y en esto del toro fofo y la emoción que no aparecía ni a la de tres estábamos cuando salió el cuarto, jabonero, ecuatoriano, de Huagrahuasi, sin fama ni nada, hasta el punto de que el pobre locutorsito se curaba en salud y le llamaba criollo, cunero y demás lindezas, acomplejado el hombre porque temía que el morito de la tierra fuera a hacer el ridículo. Mas el ridículo lo hicieron los toritos españoles, pues el guagraguasi ese se comportó como, un toro, derribó dos veces y nada más que por genio (pues malo no era), puso en apuros a Ruiz Miguel, que le anduvo a distancia, de pitón a pitón.
Le abroncó el público; un público taurinamente santo, amable, simpático, siempre a favor de los lidiadores, pero que no se la deja dar con queso. A Ruiz Miguel -decíamos- le dijo para ir pasando y para Dámaso González pidió una oreja -una nada más-, cuando por lo mismo en la mayor parte de las plazas españolas le habrían dado dos y quizá el rabo.
Fue una reveladora experiencia esta retransmisión desde Quito. ¿Por qué no más, desde otras plazas americanas?
Una prolongada feria
La feria de Quito se compone de nueve corridas de toros consecutivas y es la más larga de América. Está montada por los conocidos apoderados y empresarios Hermanos Lozano.
Babelia
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