Seis artistas valencianos

Resulta a menudo peligroso aventurar hoy la existencia de elementos comunes en la producción artística de una región determinada, sin pensar que pueda cegarnos en ello la pasión, favorable o adversa, hacia el terruño en cuestión. Los varios avatares que han hecho oscilar históricamente la voluntad de las vanguardias locales hacia opciones nacionalistas o internacionalistas no sirven de ayuda en una época, como la nuestra, en la que los medios de comunicación han permitido compartir vicios y virtudes de las diversas tendencias nacientes a individuos radicados en coordinadas geográficas dispares.Sin embargo, la identidad cultural que el siglo posibilita o, a veces, descaradamente impone, no agota, ni debiera agotar, el problema. Buen ejemplo del asunto lo ofrece la muestra colectiva presentada por seis jóvenes artistas valencianos en la galería Sen. Si por lo común tal tipo de celebraciones más parecen cajón desastre que otra cosa, esta vez el carácter unitario que el buen ensamblaje de las partes permite nos hace pensar en que las motivaciones exceden al mero ámbito accidental de la partida de nacimiento. Bien pudiéramos zanjar la cuestión aduciendo que se trata de la existencia de un grupo compacto con ánimo de dar la batalla conjunta sobre los presupuestos de un programa definido. ¡Nada más lejano de la diana! Y supongo que los seis artistas en cuestión habrían de ser los primeros en poner el grito en el cielo ante tamaña afirmación. Si existe un cierto aire de familia común a todos ellos, y esto creo es indudable, se trata de algo ajeno a toda intencionalidad programática. Y esa ligera semejanza que parece flotar entre obras tan dispares en lo que relaciona a los aquí presentes con otro ámbito de fenómenos. No me refiero, por supuesto, a algunas imponderables ausencias, ajenas a la voluntad de la empresa, de las que los propios participantes se lamentaban, sino a algo mucho más amplio.

Sería preciso hacer un estudio en profundidad, nada serio por supuesto, de las peculiaridades de la estética popular valenciana, sobre todo en lo tocante a sus ejemplificaciones más modernas. Desde el tópico fallero o la exhuberancia de la cerámica hasta la arquitectura popular que en barrios como en el de la Malvarrosa hace a veces gala de una imaginación desbordante, el universo formal valenciano debe entrar hoy en un período de revisión. Si la historia de los tribunales del gusto ha condenado tradicionalmente todos esos elementos al, actualmente espinoso ámbito de lo kitsch, las sucesivas derrotas de muchos de los ideales estéticos de la modernidad han dado al traste con las viejas condenas elitistas hacia la producción delirante de objetos por parte de las industrias populares. Y de ese modo cambian de rumbo nuestros amores.

El entronque de estos jóvenes que ahora nos ocupan, con elementos de la fértil tradición en la que se insertan, no responde, sin embargo, a un simple juego de transposiciones. No hay, en ningún caso, una traducción literal sino algo que podríamos definir como una relación de simpatía. Es, más bien, el desenfado, el espíritu festivo, irónico e impúdico de las producciones populares modernas lo que se trasluce en un a modo de juego de complicidades. Este afecto por un entorno formal determinado es lo que, a mi juicio, confiere unidad a los aparentemente muy dispares trabajos de Carmen y Javier Calvo, Angela García, Gabriel Gomis, Miquel Navarro y Rosa Torres. Y en ello radica el interés de la muestra por encima de la mera presentación de un cierto número de artistas foráneos en nuestro coso. Si después alguien se detiene en dilucidar si hay entre ellos quien está más o menos «hecho», quien sigue una vía particular de mayor o menor interés, no hará sino equivocar el problema.