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Ordenadores contra naranjas / 2

En 1976, las importaciones españolas de ordenadores y material informático fueron equivalentes en valor a la totalidad de nuestras exportaciones de naranjas. Todo hace prever que, en este año y en los siguientes, las importaciones de ordenadores rebasarán con creces las exportaciones de naranjas, por mucho que mejore nuestro comercio exterior de agrios.Hay dos razones poderosas para creerlo: una, positiva, la evidente necesidad de mantener y mejorar él papel y la participación en nuestra economía del sector informático, uno de los pócos sectores altamente condicionantes al desarrollo económico y social de todo país industrializado. Otra, negativa, la carencia de una política informática en España, con su implicación en las telecomunicaciones.

Hace un par de meses, en un artículo titulado igual que éste, se recordaba a los lectores de EL PAIS la trascendencia económica y social -política- del sector informático, y el triste panorama que presenta en España, no sólo en la balanza comercial, sino en los planos estratégicos, social, económico, educacional, científico y tecnológico.

Nadie discute hoy la conveniencia de reforzar la primera tendencia (la participación en nuestra economía del sector informático) Pero debe vigilarse que la utilización de estas técnicas en los procesos económicos sirva, realmente, para mejorar su eficacia y su economicidad, y no para que su uso indiscriminado agrave, aún más, la dependencia exterior y la elevación de los costes, como revela la tendencia actual en la utilización de los ordenadores en España.

Por otra parte, cualquier ciudadano mínimamente iniciado en el tema estaría de acuerdo en la necesidad y urgencia de luchar contra la segunda tendencia: la falta de una política informática nacional, Esta carencia de política informática ha ocasionado, tanto en el sector público como en el privado, desorden y desconcierto: disposiciones insuficientes, inaplicadas o contradictorias; acciones tímidas o abortadas; flujos y reflujos; tensiones; caos en suma, con su secuela de coste económico y social. Incluso la más disparatada y antisocial política, coherentemente desarrollada, hubiera reducido el desorden y limitado el estrago. En la. situación actual, la dependencia del exterior es casi absoluta, por lo que sólo se benefician los agentes del neocolonialismo tecnológico. Y tales pueden considerarse quienes, de un modo u otro -Gobierno, partidos, funcionarios, empresarios, técnicos-, rehúyen la responsabilidad de afrontar este problema de supervivencia política y económica. La importancia del tema ha sido reconocida internacionalmente. Estados Unidos, Zaire, Francia, México, Japón, Argelia, son algunos de los países que disponen de una política informática. La ONU, la OCDE, la CEE, la IBI (Oficina Internacional para la Informática) han reiterado sus recomendaciones para que todos los países se doten de una política informática. España aún no lo ha hecho, ni parece en vías de hacerlo. «Se ha optado por la política del suicidio: no tener ninguna política». En el artículo del 16 de julio se citaban nueve puntos de consecuencias negativas para la sociedad y el Estado. La traducción macroeconómica, global, de este fenómeno de abandono es escandalosa: Gastamos en informática y telecomunicaciones más que cualquier otro país occidental, respecto al PlB, con una mediocre utilización y unos estamentos técnicos con deficiente -y dependiente- y manipulada formación.

Las cuestiones informáticas han tenido ante la opinión pública un tratamiento engañoso, con enfoques que oscilaban entre la cienciaficción facilona y el esoterismo interesado. de unos cuantos mandarines. (Recuérdese que los mandarines, que monopolizaban en China el arte de escribir y leer, constituyeron, por esa razón, un potentísirno grupo de presión. El analfabetismo informático, como algunos autores describen la situación actual de la mayoría de los ciudadanos de los países desarrollados, puede dar lugar a similares desequilibrios). Todo ello se agrava con la indiferencia y dejación de la Administración, la supeditación del tema a otros, también prioritarios, o la complacencia con un statu quo que simplificaba las decisiones a corto plazo, transfiriendo los problemas al futuro.

Pero el número y entidad de los problemas, propuestos y acumulados, son,tales que el futuro no se nos aparece ya como un horizonte cambiante y amplio, incierto, pero esperanzado, sino como un muro, o barrera, formado por la acumulación de los problemas relegados. Abrir ese muro exige no ya rústicos instrumentos, sino equipos potentes, eficaces y coordinados. Un Plan Informático Nacional podría todavía, con acierto y tesón, permitirnos horadar el túnel hacia el futuro. La renuncia a dicho Plan, o el desacierto o fracaso en su ejecución, nos incorporarían al nuevo rol tercermundista que se empieza a configurar: los países en vías de desarrollo, los moderadamente industrializados, se.rán países coloniales, dependientes, que suministrarán a los bloques hegemónicos no ya materias primas, sino transformados y manufacturas producidas, en un medio ambiente degradado, por las fábricas «llave-en-mano», con la energía atómica generada bajo licencia, con instrumentos informáticos y de gestión importados, bajo un know-how colonial.

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