Un pacto histórico
EL RESTABLECIMIENTO de la Generalitat de Cataluña tiene una significación, histórica, cuya trascendencia sería difícil exagerar. El contencioso quizá más cargado de peligros de los que ha legado el franquismo a la naciente democracia española es, precisamente, el conflicto entre las reivindicaciones autonómicas de las «nacionalidades históricas» y las resistencias de diferente signo que se dan en el resto del territorio español a aceptar su cumplimiento. Porque lo que confiere esa potencialidad explosiva al litigio es la mezcla de intereses materiales, actitudes emocionales y sentimientos patrióticos, que le convierte en objetivo de fácil manejo para quienes desean su enconamiento en vez de su solución En este sentido, el comunicado ofical dado en Perpiñán el 28 de septiembre, y suscrito por el señor Tarradellas, el presidente Suárez y los dirigentes de todos los partidos políticos de ámbito catalán constituyen el paisaje parcialmente sombrío de la España actual, un documento que debe devolver la confianza a todos los ciudadanos en las posibilidades de los mecanismos de negociación democrática para resolver los más difíciles problemas. El camino del acuerdo ha sido arduo, pero el desenlace demuestra que, pese a todos sus defectos, la pugna de intereses encauzada por la discusión, el regateo y los compromisos, es la única vía de que dispone una sociedad moderna para, a la vez, resolver los conflictos y mantener las libertades de los ciudadanos.
El acuerdo de Perpiñán, por lo demás, es un contundente desmentido de aquellas posiciones que sostienen, contra toda evidencia, que la conquista por Cataluña de sus justas reivindicaciones equivale a la disgregación y a la ruptura de la comunidad histórica española. Así, el documento subraya que "el reconocimiento de la personalidad de Cataluña» es la otra cara del «principio de la unidad e España». La referencia a «la solidaridad de todo los pueblos que la integran» parece un mensaje enviado por los catalanes a los españoles, a quienes una política económica incoherente y desordenada ha condenado a la emigración o a la permanencia en su tierra natal en desesperadas condiciones de subdesarrollo, desempleo y hambre.
En estos momentos, pasa a segundo plano el análisis de las consecuencias que puede tener el pacto de Perpiñán para la correlación de fuerzas dentro de Cataluña. Unos partidos y personalidades han obtenido seguramente, más que lo que las elecciones de Junio les habían reconocido; y otros, han visto restada parte de su fuerza. Pero verdaderamente importante es que no hay vencedores absolutos ni derrotados totales, y que unos y otros han negociado alrededor de una mesa, en plena libertad, las condiciones del nuevo arreglo.
Digamos, finalmente, que la solución provisional de la «cuestión catalana» -sólo las Cortes y la futura Constitución podrán establecer la definitiva- marca la línea a seguir para resolver la "cuestión vasca.». Confiemos en que también en esta negociación, probablemente más difícil y compleja, termine por imponerse el buen sentido. Ni los vascos podrán recuperar sus libertades como pueblo fuera de un acuerdo global con el resto de, los españoles, ni los españoles podrán consolidar definitivameme la democracia sin que los Vascos conquisten sus instituciones de autogobierno.
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