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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tres generaciones sucesivas: Guinovart, Miró y Tápies

Tres catalanes, tres grandes nombres para tapar un hueco. En estos tiempos de pretemporada en los que, salvo honrosas excepciones, casi nada ocurre y no ha llegado la ocasión de jugar las buenas manos sobre el tapete, se hace difícil llenar el espacio de las galerías.Unos optan por mantener el cierre hasta ver el momento de saltar al ruedo, otros simplemente sacan a la luz lo que ya ofrecían al iniciarse el verano. Pero es también costumbre emplear estas fechas en organizar curiosas, e incluso demenciales, muestras colectivas en las que se desempolvan los viejos lienzos que se arrinconaban qn el desván. Así, con cien gramos de éste, doscientos de aquél y un largo etcétera, se consigue cuando menos un pesojusto para cubrir el expediente.

Los muros se llenan de cuadros, pero el. motivo que allí los convoca escapa, a menudo, al más sutil de los ingenios. El caso que aquí nos ocupa posee, sin embargo, distinta naturaleza. Cierto es que, por su mera brevedad, esta exposición sólo pretende salir del paso. No hallamos, pues, en ella ninguna obra de excepción dentro de la producción de cada uno de los autores. A nadie extrañará que no se eche la casa por la ventana a destiempo.

Sin embargo, los tres nombres aquí reunidos no han sido, o al menos no parecen, escogidos al azar. No se trata tan sólo de su condición de figuras de primera división lo que los convierte en baza segura, sino que su inclusión a modo de trinidad catalana apunta una idea que, en principio, puedeno carecer de interés. El que las naves se quemen por tan poco es, ya, harina de otro costal. Las tres figuras aquí presentadas son, sin duda, puntos clave de tres generaciones sucesivas: Miró, en la lejanía; Tápies y Guinovart, casi coetáneos. Pero entre esos tres puntos resultaría lícito trazar una línea imaginaria, en la que reconocer una de esas genealogías a las que la pasión didáctica es tan aficionada.

Bien pudiera objetarse que, puestos a trazar, lo correcto sería una red y que la línea comporta demasiadas exlusiones, pero entonces nos hallaríamos ante un juego muy otro. No creo que Tápies se sintiera ajeno, salvando las distancias de rigor, del camino que conduce desde el Carnaval del arlequín al Azul Il de 1961 o a la pasión mironiana por el signo. Cumplidamente confesaba tal deuda, compartida por toda una generación, en el texto redactado como prólogo a la monografía de Y. Bonnefoy, cuando declaraba haber aprendido de Miró: «Que bajo el eje del sol mediterráneo el excesivo aplomo de la sensatez había de ser equilibrado por una sana e irracional exaltación pagana. »

Tal sería el furor báquico que Miró seguramente se arrogaba al gritar: ¡Abajo el Mediterráneo!, en el banquete iconoclasta a Sant-Pol Roux. Más cercano a un paganismo de este corte resultaría la obra última de un Guinovart, otrora muy vecino al mundo de Tápies. Pero las posibles y seguramente ciertas relaciones entre las obras de los tres pintores exigian una muestra mucho más compleja que la aquí presentada, Incluso, como hemos apuntado, sería deseable una nómina más amplia que describiera con claridad el paisaje de lo que en cierto sector de la pintura catalana contemporánea ha sido. Pero de todo ello no era, desde luego, ni el momento ni el lugar.

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