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Tribuna:A pedir de boca
Tribuna
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Las condiciones de la realidad

Los españoles, hemos pasado, en un cuarto de siglo, de la extrema pobreza de la guerra civil y la posguerra, a una holgura económica que nunca habíamos conocido en nuestra historia, ya que la abundancia había estado antes reducida a minorías sumamente exiguas. La razón principal de ello fue la prosperidad de Europa -y en general de los países «occidentales » - después de la segunda guerra mundial. Si nos preguntamos por esa prosperidad -mayor que cualquiera anterior, a pesar de los inmensos destrozos de la guerra-, hay que reconocer que se debió a la puesta en práctica delos principios políticos, sociales y económicos característicos de Occidente: democracia liberal, técnica científica, empresa privada, sociedad abierta y móvil. Donde se han aplicado estos principios, en Europa, América, Australia, el Japón, donde sea, allí ha habido prosperidad en un grado incomparable con los países que, sean cualesquiera sus recursos naturales, no los han adoptado.Durante cuarenta años, en España sólo se han aplicado a medias (o a tercias), y por eso nuestra prosperidad ha sido tardía, modesta y en gran proporción debida a los que aplicaban de verdad esos principios: el turismo, las inversiones extranjeras y la absorción del excedente de nuestra mano de obra han ayudado fuertemente a una considerable industrialización y al hecho de que, por la subida de salarios de hace unos quince años, los españoles, dejaron de vivir como pobres, y empezaron a dejar de serlo. España, quisiera o no, estaba en Occidente, y de ello se ha beneficiado aun a pesar suyo. Campmany decía en el siglo XVIII que «Europa es una escuela general de civilización» y que esto refluye hasta sobre los que contribuyen poco a ella; podríamos decir que Occidente es un sistema general de prosperidad y libertad que acaba por envolver hasta a los que más resisten.

El hecho es que los españoles viven -vivimos- como nunca. Los que parecen vivir en cuevas y no enterarse de nada siguen hablando de «el pueblo con su botijo», cuando es difícil encontrar un ejemplar de tan simpático cacharro. El pueblo tiene su nevera llena de bebidas embotelladas y caras, y de alimentos, porque el beber agua es propio de las gene raciones que vamos dejando de ser jóvenes. Los que comían pan y legumbres comen carne, pesca do, huevos, jamón, embutidos, frutas -todo carísimo-. Casi todo el mundo está bien nutrido, bien vestido; no hay más descalzados que algunos turistas o hippies. Aquellas bombillas deprimentes de los pueblos, que apenas enrojecían el filamente, a cuya luz no se podía leer, que iluminaban el suelo de tierra de tantas casas sin muebles, han desaparecido: una buena luz alumbra habitaciones decentes, con butano y televisión, con armarios y mesas, con libros y revistas y periódicos, muchas veces con aparatos electrodomésticos, cámaras fotográficas, relojes, etcétera. A la puerta es probable que haya una moto, y más probable un coche. La talla media de los españoles ha aumentado en siete centímetros; su salud estadística, su esperanza de vida, increíblemente; su belleza «media» -que siempre se olvida, como si no tuviera importancia- es difícil de medir, pero piénsese en ello.

Compárase lo que viajan los jóvenes con lo que viajaron sus padres; y no sólo dentro de España, sino por el extranjero, que antes sólo conocían tres clases de españoles: los privilegiados, los emigrantes y, de cuando en cuando, los emigrados políticos hace pocas semanas se habían agotado los libros, en que se extienden los pasaportes, tal había sido la de manda. (Se dirá que también es tos años ha habido emigrantes. Pero ¿son comparables los que se iban a América en tercera o en un barco de carga, a buscar fortuna, para no volver nunca o ya en la vejez, con los que van a Alemania o Suiza en avión y vuelven en vacaciones en su Volkswagen, con ahorros para comprar una casa de veraneo, quizá en su mismo pueblo?)

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En cuanto a los estudios- que permiten la elevación total de la sociedad y la ampliación de las posibilidades de los individuos-, el incremento es fabuloso. Hijos de padres que no pasaron de las primeras letras estudian el bachillerato, carreras técnicas, universitarias. Ese crecimiento de la talla física tiene su equivalente en el nivel global de la vida, que es lo que verdaderamente cuenta.¿Es esto posible?, se preguntará. Lo ha sido, todavíá lo es. Esa prosperidad empezó a comprometerse gravemente desde 1973, con la elevación desmesurada de los precios del petróleo -maniobra más que económica, política, dé las más hábiles y graves que pueda recordar, y con la cual no ha sabido enfrentarse adecuadamente el equipo rector de nuestro mundo-. Aquellos países en que los principios que he llamado «occidentales» se han mantenido en todo su vigor, han podido, si no superar, atenuar esa crisis y contener el deterioro en cadena que se provocó hace cuatro años. Los países que han preferido hacer experimentos ideológicos están al borde del desastre económico (y del desastre sin más), y sólo se salvan de éI gracias a la ayuda insegura de los que todavía no han llegado a ese extremo.

Solamente un esfuerzo enérgico e inteligente -sobre todo, inteligente- puede conservar la modesta prosperidad a que los españoles nos habíamos acostumbrado, porque a lo bueno se acostumbra muy pronto el hombre. No quiero ni pensar lo que sería para los 35 millones de españoles volver a vivir en las condiciones de 1950, para no hablar de las de 1935 o más allá. Convendría que lo pensaran; que los no muy jóvenes evocaron sus recuerdos; que los nacidos en la relativa abundancia se dieran cuenta de lo insegura, lo improbable que es, y pensaran en las condiciones de su conservación y, si es posible, aumento.

El error consiste en creer que la realidad es blanda, dócil, sin estructura; que se pliega a nuestros deseos; que se, puede vivir «a pedir de boca».. A lo sumo se cuenta con las resistencias voluntarias; se admite que algunos hombres no quieran satisfacer nuestros deseos, peticiones, exigencias. Con pasar por encima de esas voluntades estaría, resuelto el problema.Lo grave es que no se trata de voluntades -que siempre pueden ceder o desistir-, sino de las cosas, que son inexorables. Si no hay riqueza no la hay. Se dirá que siempre la ha habido para unos pocos privilegiados; se puede su primir el privilegio, y de paso al que goza de él; pero si no hay riqueza, todos serán pobres. Si no hay quien posea los saberes y las técnicas, no funcionará el mundo. Si no hay nadie capaz de en señar adecuadamente, seremos ignorantes y entraremos en una decadencia cultural que puede durar medio siglo, si hay suerte, y de ahí en adelante (la historia está llena de ejemplos de decadencias seculares).

Cuando se pide -se exige, porque ya nadie pide- buena destrucción para todos, se da por supuesto que hay cientos de miles de buenos maestros y profesores, que pueden y quieren dedicarse a la enseñanza. Cuando se reclama excelente asistencia médica para el país entero, se supone que va a haber, no sólo costosísimos edificios, quirófanos, camas, aparatos, medicamentos, sino médicos competentes y dedicados, en número altísimo, enfermeros diestros y afables, capaces de cuidar abnegadamente a los pacientes y dispuestos a ello. Todo esto supone cuantiosa riqueza, pero todavía más ciencia, entrenamiento, disciplina, una moral rigurosa. ¿Se puede contar automáticamente con todo esto, se lo puede querer sin querer las condiciones que lo hacen posible?

Innumerables empresas están en los números rojos hace mucho tiempo; sus pérdidas son constantes y altísimas; gran parte de ellas están a punto de la quiebra. Sólo podrán salvarse con un máximo de eficacia en la gerencia, de austeridad, de aumento de la productividad, de aprovechamiento de todas las posibilidades, de los materiales, del trabajo, del rendimiento de la maquinaria. De otro modo, no podrán operar, y su inactividad desencadenará una ola incontenible de otras inactividades que podrán llevar a una crisis sin límite. A última hora, es el país el que tiene que sostenerse a sí mismo, y el descargar el peso sobre una fracción de él (la empresa, privada o el Estado, tanto da) no es más que un engaño: el parasitismo es imposible, y es la gran tentación de nuestra época, en que innumerables hombres y mujeres aspiran a ser parásitos totales o al menos parciales del conjunto, es decir.. de los demás. Esto es siempre indebido, pero es posible en situaciones de extremada opulencia, en que los lujos -y éste es de los más grandes- son aceptables; en época de dificultades, cuando el salir al mar abierto o hundirse depende de un margen muy estrecho, nadie debe pretender ser parásito y, por supuesto, a nadie se le debe consentir.No puedo evitar la impresión de que nos estarnos jugando nuestro futuro inmediato en el sentido más literal de la palabra. La vida colectiva española en los últimos decenios era humanamente deficiente, políticamente lamentable, pero en los últimos veinte años se habían constituido las bases económico-sociales para poder vivir a la altura del fiempo, como corresponde a un país de Europa occidental. Ahora están dadas llas condiciones políticas para ello, lo cual debería tener en estado de sereno entusiasmo inteligente a las nueve décirnas partes de los españoles. Pues bien, mientras por un lado se intenta enturbiar y avinagrar, ese entusiasmo-verdadero pecado contra el espíritu-, por otra parte se procura destruir el fundamento económico, técnico, educativo que hará posible esa vida superior a la que aspiramos, a la que debernos, aspirar. Hay que preguntarse en nombre de qué y a costa de quiénes y en beneficios de quiénes otros.

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