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Tribuna:Salvar primero a la empresa y reformarla después / y 4
Tribuna
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La imposible socialización de la miseria

Por desgracia -y también por fortuna- parece que todos estamos de acuerdo en calificar de extremadamente grave la situación económica de España. Lo procLama así la prensa, lo confiesan los economistas y en reconocerlo coincide el propio Gobierno Con la Oposición. Recientemente el ministro de Comercio, en unas declaraciones plenas de buen sentido y de franqueza, se ha opuesto a un cambio del sistema económico (aludiendo, sin duda, al sistema socialista), y luego de reconocer las desigualdades y las injusticias que pesan sobre las clases más modestas, añadió que el camino para corregir esas desigualdades no puede ser el que conduzca a la destrucción de nuestra economía. «Frente a la inflación, -añadió-, sólo caben dos planes de actuación: política monetaria o política de moderación en el crecimiento de las rentas, la cual no quiere decir congelación, y es tanto más eficaz cuanto mas voluntariamente es aceptada. La no aceptación de esta política pone en peligro el funcionamiento de todo el sistema económico y, con ello, de la democracia.» .Pero es evidente que el caos-económico que se nos avecina, si no lo remedia un cambio de mentalidad de ciertos españoles, cuya meta parece que consiste en trabajar menos y ganar más, está ya vulnerando mortalmente a las empresas españolas, las cuales, encerradas a la fuerza en el lecho del Procusto de la incesante espiral de los salarios, que no se modera sabiendo que las empresas están al borde de la ruina, y de la falta de inversión del ahorro, se encuentran hoy, en su mayoría, al borde de la quiebra. El impago de las letras de cambio, como vehículo del crédito a corto plazo que conceden las empresas a los consumidores, alcanza cifras impresionantes (cerca de 130.000 millones de pesetas en el primer trimestre de 1977). Conociendo esta situación de las empresas, los ahorradores se niegan a invertir en Bolsa y las cotizaciones de ésta están por debajo de la cifra del 70 % del valor de los títulos a pnincipios del año. Y a todo esto se añade la ausencia de una estructura sindicalista que pueda poner coto a esos francotiradores que, traicionando la verdadera defensa de los obreros, pretenden una elevación de salarios que alguien ha cifrado nada menos que en el 120 %. Estas desaforadas pretensiones conducirán a la quiebra de las empresas, que ya se dibuja en el horizonte con ejemplos alarmantes, como es el de varias firmas prestigiosas del norte de España. Para completar el cuadro se une al parecer, el anuncio de las empresas del Instituto Nacional de Industria de llegar todas ellas rápidamente a un estado de suspensión de pagos.En esta situación de la economía española, que sólo puede tener remedio cuando los españoles se convenzan de que hay que ganar, menos y trabajar bien, surge inevitablemente la duda -que es más, bien una certeza- de que no es oportuno hablar de la reforma de las empresas mientras éstas sigan estando al borde de la ruina. No olvidemos que toda reforma de la empresa va a suponer un recorte de los derechos del empresario capitalista a favor de los derechos de los trabajadores y que esto sería insensato hacerlo cuando los empresarios, por un lado, estén constantemente amenazados por los aumentos salariales, que en España han alcanzado una cuota enormemente superior a la de los demás países de Europa; de otro lado, por impuestos sobre beneficios de la empresa que hoy realmente no existen; y finalmente, por una lluvia de huelgas ante la actitud sistemáticamente condescendiente del Gobierno.

Mientras tanto, los españoles esperan del Gobierno, cuyas buenas intenciones están fuera de toda duda, que conceda al pavoroso problemade la economía la atención que está dedicando a otros, también importantes sin duda, pero inferiores en jerarquía, como puede ser el de la concesión de ciertas autonomías o el de la liquidación de un incidente personal lamentable sufrido por un parlamentario digno de todo respeto, que ha suscitado en el parlamento largo y apasionado debate político.

Estamos asistiendo, en suma, a lo que José Luis Aranguren , en su agudo artículo publicado en este diario el día 25 del corriente mes, llamó El espectáculo de la política, destacando que el deporte-espectáculo se ha transformado en política-espectáculo, como lo fue siempre en el sistema parlamentario, pero con la diferencia, ahora, de que antes el eipacio público de representación escenográfica era restringido, mientras que ahora la sociedad de masas ha multiplicado el escenario situando la pequeña pantalla en el centro de cada hogar.

Yo soy un modesto jurista que he vivido siempre alejado de la política, pero no insensible a los graves problemas de mi patria, y en este momento me creo autorizado para preguntar a los que propugnan un cambio total en la estructura de la empresa, a favor de la autogestión socialista, como hacen muchos socialistas españoles, de cuyo patriotismo no quiero dudar, si no deberían ellos recordar aquellas nobles palabras de Indalecio Prieto cuando, contemplando en 1936 la pendiente de España hacia el colapso económico, decía que, era posible socializar la riqueza, pero imposible socializar la miseria. Recordando estas valiosas palabras, yo preguntarla si es conveniente emprender aquí y ahora la reforma de la empresa o si es más prudente salvarla primero para reformarla después.

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