En el cuarto aniversario de la muerte de Neruda
Ayer hizo cuatro años de la muerte de Neruda. Días antes -sólo días antes- había caído Allende, el hombre al que el poeta fundador del Partido Comunista chileno, y la gran mayoría de su pueblo, había dado su confianza junto con la presidencia de un Gobierno en que se unía un extraño Frente Popular de nuevo cuño.
La casa que podía haber sido museo, la casa de Neruda en Isla Negra, fue asaltada pocos días antes por fuerzas incontroladas: la biblioteca, destruida; la colección de cerámica popular de los bordados de Isla Negra, quemados, rotos, o directamente robados. Eso también aceleró su muerte, que Matilde Urrutia, su compañera, adjudicaría con frase feliz «a un cáncer de alma». Según los médicos, el cáncer de Neruda era de cuerpo, pero su muerte se precipitó en horas, cuando el golpe fascista llegó a su conciencia cuando la destrucción de su casa era ya un hecho, y a su cama de militante herido llegaban las noticias de los compañeros muertos. Todo el mundo sabe que un cáncer se puede tragar a alguien en días, si le abandonan las ganas de vivir y las esperanzas. Esta sensación de derrota fue lo que acabó con Neruda.
La poesía de Pablo Neruda su misma vida, habían seguido los acontecimientos del continente y de las letras. Desde el naciente surrealismo de los primeros años éspañoles -cuando hizo con Lorca, Buñuel y tanto más su Caballo verde para la poesía-, hasta los más combativos, a la vista de tanta pérdida, de las Brigadas Internacionales en la guerra civil española: los Versos del capitán son un ejemplo lírico y transitorio. Luego, su verso se haría telúrico, continental, de abismos. Y más tarde -a la hora del Canto general- contaría la historia maldecida' de la colonia, pisándose los calcetines y los zapatos en esas infinitamente domésticas y dulces Odas elementales. Y bastaría con esto si no hubiera las Residencia en la Tierra, primera, segunda y tercera, en la que tal vez la primera, pese al título místico, sea su mejor libro. Y si al final, a la hora de las presentaciones políticas, de las campañas propagandísticas y de los libros no menos propagandísticos, va a renunciar a los grandes temas o a los mínimos y cotidianos, a ese zoom lingüístico e innegable, en función de la poesía más panfletaria, directa y combativa, lo cierto es que, pese a los terribles alejandrinos y romances del Nixonicidio y otros, Neruda seguía siendo un enorme poeta. Y ahí está su papel, pese a sus autocríticas, respetables por venir de él.
Babelia
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