Buero, Larra y la libertad
«Larra es un cuerpo antisocial. Un anticuerpo. Y la sociedad lo expulsa de sí, le arrincona, le persigue, le humilla. La sociedad le pone la pistola en la mano. La sociedad ha entrado en su casa a ejecutarle. Hemos dicho en este libro que Larra se pega un tiro contra la burguesía madrileña. En igual medida, es esa burguesía la que aprieta el gatillo. En todo caso, el resultado viene a ser el mismo: un escritor o un baratero ruedan ensangrentados. Una víctima o un mártir del orden social». He encontrado esta cita sin vacilar ni en la página. Tengo siempre muy cerca un libro inteligente, tembloroso y lúcido de Francisco Umbral, Larra, anatomía de un dandy.Aunque no lo creo, dada la escrupulosidad del trabajo de Antonio Buero, el autor de La detonación podría muy bien desconocer el libro de Umbral. Al menos, no lo ha citado en sus declaraciones. Y en ese caso la estremecedora coincidencia nos confirma la autenticidad del enfoque: amargura, negra tragedia personal, desaliento social. Como en Goya, otro tema de Buero. Como en Quevedo. Gentes que viven una situación crítica, gentes que penetran y juzgan objetivamente esa situación. Gentes esperanzadas y que desesperan. La desesperación fue un gran título de Espronceda, tan amigo de Larra. Pero Larra luchó, sin abandonarse fácilmente al torbellino. Buscó las causas y las censuró. Contempló los efectos y los denunció. Se fue quedando sin salidas, empeñado en pensar y en pensar. Las negativas de Larra, como las negativas de Buero, son obligados rechazar a los remolinos falseadores, denuncias morales de quienes enfrentan una y otra vez la propuesta del día con su claro modelo de la libertad ideal.
La detonación de Antonio Buero Vallejo
Dirección: José Tamayo. Adjunto: Luis Balaguer. Escenografía: Vicente Vela. Figurines y máscaras: Victor María Cortezo. Principales intérpretes. María Jesús Sirvent, Juan Diego, Pablo Sanz, Luisa Sala, Francisco Merino, Alfonso Goda, José Hervás, Fernandó Conde, Francisco Portes. Teatro Bellas Artes
La detonación ha sido subtitulada «fantasía», con todo lo que ello encierra de admirable y abrumador. La larguísima, la interminable «exposición» que hace Buero se debe a la técnica acumulativa de datos, al fuerte repaso histórico, a la minuciosidad, al detallismo reconstructivo. Recuerdo que Buero nos hizo cegar una, vez para percibir el problema de la invidencia. Ahora, por parecida vía, nos hace sufrir el goteo inmisericorde que asesinó a Larra. Quiere que sintamos, acumulativamente, lo que lo que Larra sintió. Renuncia a la vía casi natural de la síntesis dramática, -en definitiva, a la famosa «mediación» de los personajes- y nos. obliga a «ser» Larra, a «sentimos» Larra, a recorrer el calvario de Larra. Es la gran novedad «formal» de La detonación. Y debo decir, honestamente, que «eso» no me gusta, aun agradeciendo a Buero su, audacia experimental al pretender cohonestar la «dramaticidad» tradicional con la «epicidad» ya relativamente nueva. La vía emotiva y la vía reflexiva juntas deshacen al espectador. Al menos a mí, que me he sentido incómodo y más fatigado que estimulado.
Y, sin embargo... Creo que esta es la primera vez que Buero afronta el problema del escritor. Su cercanía a Larra es tan visible y patente que casi resulta anécdota muy menor el «cómo se: dice», tan importante en el teatro frente al «qué se dice». Buero es explícito aquí: dice que el mundo de Larra y el nuestro son como son. Pero imagina, con Larra, que pudieron y pueden ser de otro modo. Eso se llama un pensamiento, un rigor, un proyecto de redención, una ética. Ni Larra ni Buero son negativos. No son, ni siquiera, utopistas. Se fortalecen con los proyectos positivos que, una y otra vez, iluminan su pesimismo superficial. Están cargados de respuestas generales y específicas, respuestas que irritan respuestas que llevaron a Ramón Gómez de la Serna a su famosísimo dictamen: "Tontos todos los contemporáneos de Fígaro", respuestas que permitieron el engarce entre el desesperado romanticismo y la ilusión de futuro. Otro tema de nuestro tiempo.
Buero, en nombre de- todos -o de casi todos- expía la culpa general que lleva a un hombre como Larra a la desesperación y la muerte. Buero da un manotazo muy fuerte en la polémica de la literatura-belleza o la literatura-verdad y en la tradicional aprobación de la primera frente a la incomodidad -incomodidad que lleva a la muerte- de la segunda. Esa interpretación, como es natural, limita a simple gota de agua el alcance decisorio del desengaño amoroso. La sensibilidad, la formación, la capacidad crítica, convierten en amargura la interminable serie de percepciones negativas. Por eso Buero dice que Larra no se suicida, sino que es suicidado. La reducción al silencio era un asesinato. En la densa serie de imágenes que Buero propone se reitera como gran significante que la censura era el comienzo de la mutilación, el comienzo de la muerte. El comienzo, quizá, de. aquella autodestrucción que Umbral, agudísimamente, fijara en la. crítica al Anthony, de Alejandro Dumas, un personaje muy pariente. de Larra con quien Larra, sin embargo, se ensañó.
La enorme empresa de transferir la problemática de Larra a un escenario la cumple Buero con una propuesta intimidante. Tamayo, una vez más, monta la propuesta con esfurzo, amor, respeto y seriedad. Los problemas planteados por la multiplicidad de escenas, los saltos de tiempo y espacio, la variedad d - e lugares y el número de personajes son terroríficos. Algunos, casi insolubles. Sin un giratorio, la solución contemplada ha sido la de un esquema de decoración romántica estilizada -la alfombra, la lámpara- con espacios aislados. Esta solución define máximamente la presión sobre Larra del entorno social de su tiempo, a costa de sacrificar otros datos personales, ya que confiere mucha lejanía a las escenas más íntimas. Cuestión de elegir, a sabiendas de que algo sufrirá. Una vez hecha esa elección hay que superarla. Tamayo ha ordenado una geometría al servicio literal de la palabra. Se trata de entender analíticamente a Larra. Ahí el director ha apurado fa estupenda idea de Buero de utilizar, en todos los personajes, máscaras defensivas que sólo, a veces, consigue Larra arrancar. Eso señala a los actores una doble vertiente interpretativa: hierática en los en mascaramientos y muy humana cuando esas caras se descubren. Es muy difícil citar a esos actores por otra parte numerosísimos, pero sí hay que decir que todos «hablan». Y, entre todos, destacar a aquellos que doblan por un requerimiento dramatúrgico: María Pilar Sirvent, Luis Lasala, Alfonso Goda; a aquellos que permanecen, también, al servicio de la técnica explicitadora de Buero: Pablo Sariz, Francisco Merino, Francisco Portes; y, sobre todo, al lealísimo esfuerzo de Juan Diego por clarificar y transparentar el personaje, con sus alegrías y sus caídas, sus ilusiones y sus desfallecimientos. Una interpretación muy difícil porque a la gradación lógica del desarrollo biográfico se une la discontinuidad temporal de toda La detonación.
Este empeño, tan difícil, está resuelto con dignidad. Incluso con morosidad. Larra « y su circunstancia». Cuando el protagonista tiene nombre y el antagonista máscara es difícil la salida. La «circunstancia» orteguiana está, sin embargo, ahí. En el escenario. Es el honor -y la debilidad- de la obra. Tremendo texto expiatorio y, a la vez, apologético. Obra de dolor que nos propone recorrer el camino del protagonista y después mirarnos y mirarnos por dentro. Larra se suicidó. Buero, hoy, venga esa muerte sintiéndose a ratos Espronceda y a ratos Valdés Leal.
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