La manipulación de los servicios secretos
DESPUÉS DE cuarenta años de dictadura no hay lejía capaz de lavar la ropa del país. A pesar de las numerosas y dignas excepciones que han padecido persecución por la justicia, hay que tener conciencia que en su conjunto la colectividad hubo de aceptar, de grado o por fuerza -y quien no se opuso a la fuerza por la fuerza, en última instancia aceptó la dictadura-, estos ocho lustros de autoritarismo. En el terreno de la moral colectiva, por tanto, la comunidad no tiene más que una solución: hacer tabla rasa, optar por el olvido y la indulgencia, mirar hacia el futuro para construir una democracia un poco más auténtica y menos enteca que la que estamos estrenando. No hay que mirar hacia atrás, o al menos, mirar hacia atrás sin ira.Estas reflexiones vienen a cuento por la frecuencia inquietante con la que están surgiendo de los medios más podridos de nuestro pasado una serie de documentos, de secretos, de denuncias, que pretenden todos -con una intencionalidad política clara y ejercida en un sólo sentido-, el de desprestigiar a la democracia. El procedimiento consiste en sacar supuestos trapos sucios a la luz pública, atentar al prestigio de personas o de instituciones que están comprometidas en el necesario proceso de cambio político que exige hoy la comunidad.
A estos exhumadores nostálgicos del fascismo, a estos cazadores de brujas pretéritas, hay que decirles que la amnistía es para todos. Que lo que necesita el país es el perdón, la tolerancia y la coexistencia pacífica. Que encontrar un enorme porcentaje de colaboradores con el franquismo entre los que hoy protagonizan el cambio democrático es algo perfectamente normal, teniendo en cuenta que el 70% de la sociedad española ha nacido y vivido bajo el régimen implacable de una dictadura que no permitía más que la integración o la marginación -si no la autoeliminación de una sociedad integrada a pesar suyo-, porque en política quien calla no otorga: lo más probable es que calle porque no le han dejado hablar. No podemos empezar ahora a rememorar la infancia de todos y cada uno de los ciudadanos de este país. Defendemos la claridad informativa, la transparencia, pero siempre que no se desvirtúe, que no sea utilizada como golpes bajos contra todos aquellos que hoy están empeñados en conseguir la democracia. Como se dice en las Escrituras, que el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
Pues lo que está sucediendo es precisamente que quienes tiran estas primeras piedras son precisamente aquellos que disponen todavía a su antojo de los archivos de la podredumbre. Quienes han acaparado la información de los setenta y tantos servicios secretos carentes de credibilidad, acumulados por la dictadura durante estos ocho lustros. Esto se llama reavivar la discordia, enturbiar deliberadamente el camino hacia adelante, sembrar la confusión, la calumnia y hasta la injuria en el resbaladizo terreno de las relaciones políticas. Esto es una gigantesca manipulación del pasado, que se hace, para colmo, con el material acumulado por unos servicios que, en muchos casos, no aspiraban a informar, ni a proteger la seguridad del Estado, sino a justificar un sueldo con la ocultación de abusos o la adulación a los jefes.
Como, por casualidad, toda esta información reservada -que repetimos carece de toda contrastación judicial- va en un sólo sentido, y aparece en los círculos de la ultraderecha que alimentó el franquismo. Todos estos documentos elaborados con el dinero de los contribuyentes y contra su propia sangre, son la memoria histórica de la parte más vergonzosa de nuestro pasado. Que no se oculte nada, que la verdad se abra camino, pero que la historia autentificada no se confunda con injustas descalificaciones personales.
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