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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La sátira de Bustos Domecq, resucitada

H. Bustos Domecq es el escritor que oculta desde hace cuarenta años una de las amistades literarias más fructíferas de las letras contemporáneas, la que une a Jorge Luis Borges con Adolfo Bioy Casares. Este misterioso Honorio, que es el nombre que la hache insinúa, lleva dos apellidos supuestamente ilustres: Bustos, como un caudillo -argentino de la provincia de Córdoba, y Domecq, un bisabuelo de origen francés; firmó varios textos que el lector recordará, como Seis problemas para don Isidro Parodi y sus célebres Crónicas, que al fin desvelaron la personalidad doble de sus autores reales.Ahora, tras diez años de silencio, se reúnen en un nuevo libro los nueve últimos cuentos escritos por Borges y Bioy para su personaje, narraciones en su mayoría inéditas o que sólo se publicaron en alguna revista latinoamericana de muy reducida difusión. Vuelve Bustos Domecq, gracias a una cuidada edición de los libreros de La Ciudad -una pequeña librería vecina al domicilio de Borges, en la que el escritor mantiene muchas tardes una tertulia informal- e ilustrada por Fernández Chelo con grabados muy apropiados al tono argentino hasta la caricatura, que caracterizan estas narraciones satíricas que muchas veces superan la barrera del humor para ser drama.

Nuevos Cuentos de Bustos Domecq

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Ediciones Librería La Ciudad. Buenos Aires, 1977.

Es curioso contemplar como Borges y Bioy desaparecen en estas páginas, y lo difícil, por no decir imposible, que resulta emparentarlos con la personalísima literatura de Bustos Domecq. Los tres son argentinos y participan de un mismo lenguaje, de unos mismos tics, de unas mismas manías, pero mientras Borges y Bioy escriben sus libros por separado lo hacen conscientes de su condición de escritores y bajo los focos intensos del careo multitudinario. Sin embargo, Bustos Domecq se nutre de lo aparentemente superficial que no entra en la atmósfera metafísica de sus compadres. Notamos que toman café juntos y se enfrascan en interminables charlas, pero Bustos Domecq se diferencia de los otros dos por su sorna, por el dominio del argot popular, a medio camino entre la parsimonia y el lunfardo. Ni siquiera aquel magistral retrato de Biorges -logrado por el fotomontaje de los rostros superpuestos de Borges y Bioy- logra parecerse al ya veterano depredador que tuvo su discípulo más aventajado,en Suárez Lynch, otra creación literaria de los mismos padres y con apellidos de ancestros cruzados.

La burla en su sentido más peyorativo asoma en casi todas las narraciones del nuevo libro, pero su fiereza se hace mucho más cruel en Deslindando responsabilidades, en el que se reconstruye la pomposamente hueca prosa de la erudición académica de un publicista provinciano y castizo. Todos los lugares comunes de las exégesis seudoliterarias y de la veneración libresca se citan en esta breve y lapidaria sátira. Pero el plato fuerte del volumen es un cuento que Borges y Bioy habían publicado hace siete años en la revista Eco, de Bogotá, con una cita hoy desaparecida de Hilario Ascasubi (Aquí empieza su aflicción), pero que a su vez era una reimpresión de la versión publicada en 1955 en Marcha, de Montevideo: La Fiesta del Monstruo, en el que se relata una concentración peronista y la masacre de un judío por uña turba supuestamente inflamada de un nacionalismo importado de los países del eje. La misma atmósfera de clandestinidad, durante la primera dictadura peronista, respira El hijo de su amigo (fechado en 1950 y publicado en Montevideo por primera vez dos años más tarde), en donde un escritorzuelo quiere hacer carrera en medio de la corrupción y la sordidez que caracteriza Siempre a las culturas oficiales. En ambos cuentos lo humorístico se mezcla con lo horroroso, y de ese maridaje nace en el lector una sensación de asco que no puede paliar el conocer lo grotesco de las situaciones. La irrealidad que el imaginario autor confiere a sus criaturas se ve confirmada por un lenguaje asombrosamente distinto, que alguna vez puede llegar a ser incomprensible para el no argentino.

Recuperados de su inmerecido olvido, estos nueve cuentos del inquietante Bustos Domecq resucitan una literatura poco conocida en la que la sátira se apoya en el léxico más que en los personajes, logrando una efectividad asombrosa.

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