Fin de un viaje de novios
Los pasillos de las Cortes olían a mercromina y compresas de yodo, mas a pesar de eso la gente sonreía, los invitados al combate se guiñaban el ojo y los adversarios directos, después de todo, se mostraban mutuamente la dentadura, llenos de felicidad administrativa. Algo raro pasaba aquí, en un ambiente de tensión divertida, cargada de electricidad estática, con una expectación de antesala de canódromo y un hormigueo en la rabadilla del respetable que sabe que se va a iniciar un baile sobre una trampilla que da directamente al foso de los cocodrilos. Es un juego apasionan te ese de jugar con fuego, sobre todo si se espera que no haya ningún bombero a mano con la manguera preparada.La sesión comenzó con un lenguaje de clínica de urgencia y de juzgado de guardia, reclamaciones, atestados, denuncias de gente apaleada y herida en sus sentimientos. El tema lo centró Felipe González con un discurso compacto, duro y bien leído contra la política de orden público del Gobierno. Y la cosa a buen seguro que no habría salido de esa dialéctica, del florete si no llega Pérez Llorca, en turno de réplica, hecho un patán con su oración llena de malicia burda y ratonera golpeando directamente al hígado socialista y manteniendo además su propia defensa baja. Porque de repente se ha levantado Alfonso Guerra y ha pegado un manotazo en mitad del avispero. Y aquella cuestión del celo profesional desmedido de unos señores guardias ha convertido la política en moral, el trapicheo de ponencia en dignidad lastimada y una posición estratégica en una necesidad de mantener el tipo. De modo que Alfonso Guerra, ese joven pálido y puntiagudo de huesos, abrasado por una zarza ardiente, sin pensarlo dos veces, se ha lanzado a la yugular del Gobierno. Arrojándose sin paracaídas desde lo alto de la filosofía política, dejado a un lado el género epiceno, se fue directamente con el dedo, hecho un Júpiter rojo, a vomitar sobre los tibios del banco azul. Y desde allí saltó el corsario Camuñas con las patas por delante desgañitando su profesión de fe democrática a través de la algarabía. Esto es tan bonito que no puede durar.También es mala pata que el, primer enfrentamiento entre las fuerzas políticas del PSOE y de UCD,- que tan dulcemente pastaban a medias al pie de la colina, se haya establecido en torno a la misma cola del alacrán, es decir, sobre los métodos de nuestra policía, que es uno de los ritos sagrados,- un fario intocable, una fibra nerviosa que mueve aún el sistema vagal de este país. Un debate sobre el orden público, así, para abrir boca, se ha convertido en el juego de la patata caliente que sus señorías se han pasado de mano en mano entre aplausos, gritos, risotadas y abucheos; y al final, cuando comenzó a enfriarse, alguien la ha metido en un cucurucho y se la ha regalado a Martín Villa. Ha sido Gómez Llorente con un bello discurso desamarrado del folio, que ha sorprendido al personal acreditado. Este chico vale. Tiene la lengua de pentecostés sobre el flequillo.
Con esta sesión ha terminado el viaje de novios. Los socialistas habían decidido ser buenos amigos de los centristas, estaban programados para llevar la política del país a ese terreno práctico e insulso del medio campo y el amorío hasta funcionaba bien, con pactos, cuitas, sonrisas y abrazos en lo alto de la superestructura de la profesión. Pero los socialistas, al parecer, se apean en la próxima parada.
He salido de las Cortes llevando en el bolsillo el concepto de naturaleza caída. Ya se sabe, en este país la felicidad no es obligatoria, no hay más que oír a Fraga. Uno creía que los socialistas iban a plantear en las Cortes la noche Oscura de su alma, un subí tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance, esas cosas del corzo herido. Pero lo del PSOE ha sido un zarpazo a los residuos de la autocracia. Después en el pasillo allí estaban todos, otra vez mostrándose los dientes.
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