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Tribuna
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Una reparación necesaria

En 1876 se produjo uno de los hechos más importantes en la historia de la cultura de nuestro país: la creación de la Institución Libre de Enseñanza. Un grupo de profesores (los hermanos Giner de los Ríos, Salmerón, Azcárate ... ) dieron nacimiento a un centro de formación universitaria que constituyó uno de los experimentos más intereseantes y fecundos de la evolución cultural de Occidente. Todo lo que importa en nuestra vida intelectual, durante sesenta años, sale del pulcro edificio del Paseo de Martínez Campos, « laboratorio donde se acomete la reforma universitaria», en frase de Alberto Jiménez: Ia Junta para la Ampliación de Estudios e Investigación Científicas, presidida por Ramón y Cajal y cuyo director, Castillejo, logra que completen su formación en las Universidades extranjeras nuestros mejores estudiosos. El Centro de Estudios Históricos, el de Investigaciones -Científicas, el Instituto Cajal de Histología, el de Física y Química, el Seminario de Matemáticas, las Comisiones de Paleontología, Prehistoria, etcétera. Y, además, cuatro creaciones singulares: la Residencia de Estudiantes, obra espléndida de Jiménez Fraud, por la que pasa todo cuanto hay dé valioso en España o en el extranjero, desde Marie Curie a Bergson, desde Severo Ochoa a Alberti; el Museo Pedagógico, regido por la figura egregia de don Manuel Bartolomé Cossío; las Misiones Pedagógicas y el Instituto Escuela. En los años treinta, esa siembra había fructificado en la cosecha espléndida de un auténtico renacer cultural de nuestro país, merecedor de la gratitud de todos los españoles.

Esa gratitud se manifiesta, terminada la guerra, de manera singular: el decreto de 17 de mayo de 1940 (BOE núm. 149) incluye en el artículo 1º del decreto número ciento ocho de la Junta de Defensa Nacional («que sanciona cuales quiera otras agrupaciones filiales o de significación análoga contrarias a los intereses de la Patria») a la Institución Libre de Enseñanza, «por sus notorias actuaciones contrarias a los ideales del nuevo Estado», y dispone que «los bienes incautados procedentes de dicha Institución quedarán adscritos al Ministerio de Educación Nacional para cumplimiento de sus fines culturales en la forma que su titular estime conveniente».

Un primer paso para la reparación de este increíble expolio lo ha dado la orden de 20 de junio de 1977, por la que se reconoce la Fundación Francisco Giner de los Ríos y que firma Aurelio Menéndez, como firmó en su día el reingreso de los profesores Aranguren, Tierno y García Calvo, dentro de su noble línea de reparación de injusticias pasadas.

Pero esto no se remedia con ese elogiable texto legal. La Institución Libre fue sancionada por un decreto y su honor debe ser restablecido por otro. Yo me atrevería a pedir a las autoridades de nuestro Ministerio de Educación y Ciencia que promulgaran una disposición de este rango en el que se reconociera de forma expresa la tarea admirable de la Institución Libre de Enseñanza y se le devolviera su status y su patrimonio de la manera más completa. Pienso que si vamos a hacer una nueva España democrática hay que empezar por cumplir este deber de gratitud hacia quienes, durante más de medio siglo, hicieron tanto por la democracia.

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