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"Creo ser uno de los mejores directores de cine aragonés"

Estreno en París de la última película de Luis Buñuel

«Sin duda alguna, Buñuel es el más grande», exclamaba, el miércoles, una espectadora al terminar el estreno de la trigésima tercera película del director aragonés Luís Buñuel, Este oscuro objeto del deseo, producida, como de costumbre desde hace años, por su amigo Serge Silberman, y escrita al alimón, como media docena más de sus filmes anteriores, con el escritor francés Jean Claude Carriere.Como también es ya norma, un estreno del autor de Viridiana constituye un acontecimiento en París y la crítica se vuelca a la hora de los mismos ditirambos.

Esta nueva obra (la última, como afirma Buñuel desde hace años al terminar una película) procede de una adaptación libre de la novela La femme et le pantin, de Pierre Louys. El mismo libro ya fue convertido en imágenes cinematográficas en tres ocasiones anteriores: por Baroncelli, con la actriz Conchita Montenegro; por Josef von Sternberg, con Marlene Dietrich, y por Julien Duvivier, con Brigitte Bardot.

La adaptación de Buñuel adultera sensiblemente el hilo argumental, que se apoya, simplemente, en un hombre que desea (Fernando Rey, doblado por Michel Piccoli) y una mujer que lo rechaza y que, en esta ocasión, Buñuel ha desdoblado con dos actrices: la española Angela Molina y la francesa Carole Bouquet.

El amor, el deseo amoroso, los celos feroces: ¿hasta dónde se puede llegar con el desarrollo de estos elementos cuando se ponen en manos de Buñuel, «el subversivo», el manipulador «ínsuperable del humor como elemento de desmitificación», el señor «que a sus 77 años ha probado que sigue siendo uno de los más jóvenes directores de toda la historia del cine»? En torno a esta interrogación, toda la crítica parisiense teje el consabido ramillete de explicaciones metafísicas sobre cuestiones que Buñuel se niega siempre a explicar e incluso a comprender.

Como ha ocurrido también desde hace muchos años, Buñuel, después de ocho meses de trabajo, escapó para México, «porque no tengo nada que ver con la feria del cine», dijo, y le aseguró al señor Silberman que no volvería a realizar ninguna película. Esto se supo gracias a las confidencias que le hizo recientemente a Jean Claude Carriere y que éste reveló a alguna prensa: «Ahora se acabó, insistió, se acabó para siempre. Tengo que descansar y meditar un poco, es necesario que me prepare para morir, qué horror si la muerte llegara por sorpresa.» Sobre esta luctuosa cuestión añadió: «No me da miedo, pero lo que más temo es el olor dulzón de la eternidad, es decir, esa especie de pobredumbre. A mí me gustaría morir y permanecer intacto, así, cada seis meses me levantaría para ir a comprar los periódicos y los leería en la tumba. Es el pecado de la curiosidad. La información es una tentadora, ¿hasta dónde llegará el horror de este mundo? Me gustaría saberlo.»

También abordó los acontecimientos puramente políticos que se han sucedido en España de un año a esta parte: «Estoy muy contento, encantado. Con mucha sensatez se han producido cambios inimaginables hace sólo algunos años». Y tras recordar que «creo ser uno de los mejores directores de cine aragonés», y que Carlos Saura también es aragonés, antes de embarcar, camino de México invitado por un amigo, pronunció su última frase célebre: «Lo que cuenta no consiste en escribir cosas verdaderas, sino cosas que podrían ser verdaderas.»

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