Las dichosas oposiciones
Existe en el sector de la enseñanza un profundo malestar. Parte de él se debe al sentimiento contra las oposiciones como sistema para reclutar al profesorado. Es hoy el de las oposiciones un tema debatido apasionadamente, a veces con ira; quizá sea útil tratar de examinarlo lo más fría y objetivamente posible.Los defensores del sistema de oposición argumentan generalmente no que tal sistema sea óptimo, sino que constituye un mal menor. En una sociedad como la española, de patrones de moralidad más bien laxos, la publicidad y rigidez en el método de selección que la oposición implica son la única salvaguardia contra los nombramientos arbitrarios, nos dicen, contra el nepotismo y el caciqueo, contra el odioso «dedo». El argumento no es reciente: hay que tener en cuenta que con este propósito se diseñó el sistema en el siglo pasado, pensándose entonces que constituía un procedimiento de selección de una imparcialidad casi ideal. Con el franquismo el sistema ha sido sometido a gran violencia. Por un lado, un Estado y un Gobierno totalitarios y autocráticos lo manipularon y presionaron de tal modo que lograron que seleccionase con criterios muy afines a los de los que se hallaban en el Poder. Por otro lado, sin embargo, resultaba que sin el formalismo burocrático de las oposiciones la arbitrariedad hubiera sido aún mayor de lo que fue: los defensores del sistema de oposición señalaban triunfalmente ejemplos individuales incontrovertibles de personas no gratas al régimen que ocuparon cátedras por y gracias al sistema de oposición.
Pero en este carácter de mal menor, de freno a la corrupción, está uno de los problemas de este modo de seleccionar al profesorado. Sí, es cierto, en el contexto de arbitrariedad y violencia de la dictadura franquista, las oposiciones representaban una cierta salvaguardia de objetividad. Pero es que la dictadura franquista ya terminó, y uno quisiera pensar que esa situación anómala -aunque prolongada- no se volverá a repetir, y que la sociedad española, cada día más abierta y democrática, irá alcanzando niveles de moralidad más altos cada día. Y que con ello el costoso sistema de oposiciones resultará innecesario.
Y es que el verdadero problema, el gran inconveniente de la oposición es su altísimo coste. No es lo más caro el tener que reunir a cinco, o siete, profesores durante una o varias semanas en Madrid, con serlo mucho: lo más gravoso es el esfuerzo de preparación de meses y a veces de años, de los opositores, preparación que no sirve para nada más que para hacer los ejercicios. El derroche de recursos humanos es altísimo, y ahí está el quid de la cuestión. En el período subsiguiente a la terminación de la tesis doctoral, cuando la capacidad de enseñanza e investigación de un universitario están en su punto más alto, la exigencia de las oposiciones le impone abandonarlo todo y tratar de abarcar en unos meses los contornos enormes de una disciplina, tarea imposible y científicamente ridícula. Es un despilfarro de recursos que los países adelantados no se permiten y que el nuestro no se puede pagar. Y este esfuerzo comporta, además, como. corolario comprensible, pero lamentable, la relajación y abandono consiguiente a la obtención del puesto: probada «objetivamente» (la pretendida objetividad de la oposición hace que cualquier parecido entre los ejercicios y el resto de la vida profesional sea puramente casual.) y casi espectacularmente la valla y preparación del candidato, la tarea diaria de labor docente e investigativa resulta anodina. Así, la oposición termina por ser en muchos casos la culminación de la carrera universitaria, no su inicio. Obtenido el puesto, el profesor-funcionario puede ya abandonar la ciencia y dedicarse a otras cosas más importantes: la política o el ejercicio lucrativo de la profesión.
Hay otros problemas también muy graves: el carácter público, casi dramático, de la oposición, retrae a muchos candidatos capaces y atrae a otros cuya brillantez y competitividad no son garantía de probidad científica. Ocurre frecuentemente con personas consagradas, sobre todo fuera de España, que pueden resistirse con toda razón a pasar por las horcas caudinas de las oposiciones. La Universidad española, tan necesitada de talentos, erige barreras formalmente altísimas, cuando lo que debiera hacer es tratar de atraer a profesores e investigadores hispano-parlantes de categoría, hoy desvinculados de ella y que tanto le pueden aportar. No se trata aquí de dar nombres: la lista sería larguísima; el franquismo propició tal situación.
¿Qué hacer entonces? ¿Recurrir al dedo? No, por supuesto. Hay métodos de selección mucho más racionales. Miremos en derredor. ¿Cómo seleccionan sus profesores las universidades más prestigiosas? Naturalmente, los métodos varían mucho según los países, los centros, y a veces según los departamentos. Pero nadie recurre a oposiciones ni cosa parecida.
Otro elemento que puede introducirse en el proceso de selección es un acto público sin el carácter procesal del ejercicio de oposición. Además del curriculum vitae, la obra escrita, los informes de colegas y alumnos, el candidato podría dar una charla de seminario sobre un tema de su elección, por supuesto, que no le requeriría más preparación inmediata que unos instantes de estudio, pero que no podría darse con solvencia sin al menos meses de trabajo útil de investigación y años de meditación y lectura. No harían falta bolas, sorteos ni ceremonias. Pero en el diálogo que en estas sesiones sigue a la conferencia la comisión aclararía sus dudas y conocería mejor al candidato que tras largas horas de monólogo sobre temas de programa. Y se eliminaría así el carácter de examen de bachillerato trasnochado y absurdo que tienen las oposiciones, tanto más humillantes cuanto mayor sea la categoría del candidato.
Los detalles de un proceso racional de selección no caben en este artículo. Por otra parte, este problema es uno más entre los muchos y serios que tiene planteados la Universidad española; y todos ellos están estrechamente relacionados entre sí. La solución al problema universitario requiere reflexión, y ésta, debate con pasión, pero sin ira. Y a este debate quieren contribuir estas líneas.
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