Elogio de lo cursi
Dícese «cursi», según la Academia, de aquella persona que presume de fina y elegante sin serlo. Tal presunción, que en el ámbito intelectual suele adoptar cierto aire de superioridad agresiva, es el tema fundamental, o, por mejor decirlo, el prisma a través del cual Manuel Puig nos narra una historia argentina anterior a los años cuarenta.Autor de otras novelas ya conocidas en España, además de la que da título y cuerpo a la película de Torre Nilsson, ha asumido en esta ocasión su propia cursilería, de la. que no reniega, para elevarla a rango literario. Todo el mundo del cine de la época con sus epígonos inseparables: canciones, música, modas y novelas, con sus usos y moral particular, con sus tipos inconfundibles, enfermedades antaño literarias, estrecheces económicas y prejuicios de provincia, llegan hasta el espectador, quizá con menos claridad que al lector del libro, pero siempre dentro de una categoría altamente estimable.
Boquitas pintadas
Dirección, Leopoldo Torre Nilsson. Guión de Torre Nilsson y Manuel Puig. Colaboración de Beatriz Guido. Principales intérpretes: Marta González, Mecha Ortiz, Alfredo Alcón, Luisina Brando, Leonor Manso. Argentina. Música de Waldo de los Ríos. Dramático. 1974. Local de estreno, Infantas.
La palabra ha sido siempre capaz de subrayar mejor que las imágenes un matiz de ironía, máxime cuando el público que asiste a la proyección del filme nunca se halla dispuesto a profundas indagaciones más allá del habitual tono medio a que suele condenarle las películas. A pesar de la buena labor de Torre Nilsson a lo que a ambientación, tipos o incluso pura narración se refiere, siempre hay un margen entre lo cursi, consciente y lo cursi no deseado, que escapa al espectador, imponiéndose más allá del primitivo planteamiento de la obra. Entre el humor que rige desde el lado de la cámara y el que actores, situaciones o palabras imponen, hay un margen de comunicación que, a veces, el público entiende, pero que, en ocasiones, arranca sus risas mejores en pasajes que debieran ser dramáticos.
Ese paso desde lo que el filme quiere ser: sátira, ironía o parodia, a lo que realmente representa, no aparece del todo resuelto y es el gran riesgo del paso al cine que corren tal tipo de novelas.
Por lo demás y, consideraciones de fondo aparté, Alfredo Alcón, Marta González y Mecha Ortiz encarnan bien sus bien trazados personajes. Junto a secuencias francamente divertidas hay otras que recuerdan muy fielmente los años en que la acción sucede, como las del sanatorio, tema literario favorito de los años treinta, las verbenas, el salto del campo a la ciudad, el miedo al qué dirán, el amor de las viudas o esa mezcla un poco sórdida de sexo y claustrofilia tan grato al realizador como los temas marcadamente literarios.
Desde Los siete locos, realizada en 1973, sobre la obra de Roberto Alt, hasta esta Boquitas pintadas, de Manuel Puig, llevada al cine un año más tarde, la novela de este último se impone no sólo por razones evidentes de contemporaneidad, sino por utilizar de un modo más inteligente material y recursos a su alcance.
Todo ello influye en la calidad del filme, más cercano al público en definitiva, en sus buenos momentos y en los menos logrados, pero en el que el espectador llega a entender el sentido del relato en lo que tiene de historia deformada a propósito, cara y cruz de la misma moneda, de una misma realidad, olvidada y vuelta a renacer ahora entre rasgos irónicos y algún eco nostálgico.
Babelia
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