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Los cineastas latinoamericanos y su compromiso antiimperialista

Ángel S. Harguindey

A finales del pasado mes de abril concluyó en Mérida (Venezuela) el V Encuentro, de Cineastas Latinoamericanos, al que acuden tradicionalmente los sectores más progresistas de la cinematografía de aquel continente.«Hace diez años -señalan en su declaración final- un grupo de cineastas latinoamericanos efectuamos nuestro primer encuentro en una parte del territorio de nuestra gran patria dividida, en Viña del Mar, Chile. La visión de las películas allí presentadas provenientes de varios de nuestros países y las ponencias e intercambios de ideas y experiencias con relación a nuestro trabajo nos permitió profundizar colectivamente, por primera vez, en el ordenamiento y coherencia de puntos comunes y objetivos a alcanzar.»

«Así se fue gestando -añaden- el surgimiento de un cine de verdadera identidad continental, porque la estrecha y sensible relación existente entre sus cineastas y la realidad latinoamericana creaba las condiciones para obras que expresaban los rasgos comunes de nuestra historia y culturas, las similitudes en las situaciones económicas y sociopolíticas que han vivido y viven nuestros pueblos, y sus luchas contra el enemigo común. Desde aquel momento nos definimos, independientes de estilo, fórmas de expresión o tendencias estéticas, como políticamente comprometidos en el combate por una verdadera liberación nacional contra el imperialismo norteamericano y sus agentes antinacionales.»Si existe un término político unificador de las muy diversas maneras de realizar cine en Latinoamérica ese término será sin duda el de «antiimperialismo». En la breve historia del cine-latinoamericano se asiste a un fenómeno constante: el surgimiento de una cinematografía nacional es inseparable de las críticas al gran coloso del Norte y ello por una razón evidente, este campo del cine es, probablemente, el que sufre el mayor colonialismo económico, político y cultural. Todo país latinoamericano es un feudo de las grandes distribuidoras y productoras norteamericanas. Las enormes dificultades prácticas que encuentra todo cineasta del continente para intentar conectar con su público conlleva una arraigada conciencia política en esa línea. Cualquier aficionado al cine sabe que, por ejemplo, Jorge Sanjinés -realizador boliviano de notable prestigio internacional- dedicó un año de su vida a exhibir por los Andes su película Sangre de cóndor con un camión y un proyector. Las películas de Sanjinés -habladas en quechúa y dirigidas fundamentalmente a los habitantes de las serranías- encontraban un doble muro de contención: la censura administrativa y la imposibilidad de estrenarlas comercialmente. Algo similar ocurrió con La hora de los hornos, de los argentinos Solanas y Getino, exhibida clandestinamente en su país antes de convertirse en uno de los éxitos más notables de la producción empeñados en la promoción y propagación de películas que intentan recuperar un tiempo y una memoria perdidos, desde los organismos paraestatales pertinentes.

«Allí, en Viña del Mar, en 1967 -apunta la declaración mencionada-, se constató la existencia de un nuevo cine latinoamericano y nos planteamos la lucha por su crecimiento cuantitativo y cualitativo y con el implemento de su difusión sobre la base y objetivos ideológicos y culturales que es conveniente recordar. El auténtico nuevo cine latinoamericano sólo ha sido, es y será el que contribuya al desarrollo y fortalecimiento de nuestras culturas nacionales como instrumento de resistencia y de lucha; el que trabaja en la perspectiva, por encima de las particularidades de cada uno de nuestros pueblos, de integrar este conjunto de naciones que algún día harán realidad que la gran patria del Río Grande a la Patagonia participa como línea de defensa y respuesta combativa frente a la penetración cultural imperialista y frente a las expresiones sucedáneas de sus colaboradores antinacionales en el plano ideológico-cultural; el que adelanta la visión continental de nuestros problemas e intereses comunes en toda actividad o frente posible, como fuente de fortalecimiento y para una más eficaz contribución a los objetivos con los que estamos identificados, y el que aborda los problemas sociales y humanos del hombre latinoamericano, situándolos en el contexto de la realidad económica y política que lo condiciona, promoviendo la concienciación para la lucha por la transformación de nuestra historia.»

«Nuestro cine -concluyen- es alternativo a las salas controladas por las transnacionales y sus agentes internos, cuando su contenido político o las condiciones existentes en determinado país así lo demanden. Nuestro cine es también el que lucha y conquista espacios en el marco de las relaciones industriales de producción, distribución y exhibición, utilizando los marcos de legalidad que presentan la diversidad de contradicciones en nuestras sociedades, porque nuestro objetivo es comunicar con los diversos sectores que integran el pueblo... No hacemos culto a ninguna forma de automarginación investida de pureza, pero tampoco nos dejamos seducir por mecanismos de amplitud. Trabajamos y luchamos dentro de un panorama que exige de nosotros un constante crecimiento en el nivel político, ideológico y organizativo. Es un desafío que nos impone la realidad y lo aceptamos. No ha sido, no es, no será fácil en los próximos años la continuidad y el desarrollo de nuestro trabajo en algunos países del continente.»

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