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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Por la paz y la unión del pueblo vasco

HAN TRANSCURRIDO muchos años desde aquel mes de agosto de 1894 en que los hermanos Sabino y Luis Arana levantaron la bandera del nacionalismo vasco ante el viejo roble de Guernica. El tiempo sólo ha servido para enquistar aún más el problema y para demostrar, hasta la saciedad, cuán desprovistos de sentido político estamos los españoles. Durante ese tiempo, el nacionalismo vasco ha brotado y se ha ocultado, fundamentalmente, en función de ese gran caudal de fuerza política que ha sido el Partido Nacionalista Vasco. Desde el viejo Consejo Provincial Vizcaíno, germen del PNV hasta su versión actual, este partido, democristiano, nacionalista y parlamentario, no ha dejado de experimentar transformaciones que, sin embargo, resultaron en los últimos años insuficientes para permitirle seguir dirigiendo los cambios de una sociedad en rápida transformación.Estos planteamientos políticos no pueden desarraigarse de la evolución económica. Vizcaya y Guipúzcoa constituían al concluir la guerra civil el pilar de la industria española. La gran burguesía vasca era antinacionalista, no sólo por convencimiento político, sino por conveniencia económica. La autarquía de la posguerra le compensó con creces de la pérdida de los privilegios forales que sólo se mantuvieron para Navarra y Alava.

La prosperidad del País Vasco en esos años atrajo hacia sus ciudades una fuerte inmigración. La población obrera vasca estaba compuesta, al finalizar la década de los sesenta, por más de un 50% de hombres y mujeres nacidos fuera de Euskadi, de habla castellana, con una base cultural ajena a las tradiciones vascas.

Estas circunstancias han contribuido a forjar un tipo de nacionalismo diferente. Frente a la orientación moderada, parlamentaria y cristiana del PNV, sectores de la juventud vasca adoptaron una actitud radical en favor de la separación de las siete provincias vascas -cuatro españolas y tres francesas- de los respectivos Estados; y surgieron grupos socialistas y autogestionarios, preconizadores de la lucha armada.

En agosto de 1968 era asesinado en Irún el cerebro de la policía política de San Sebastián, el comisario Manzanas. Las siglas ETA iban a saltar desde entonces al primer plano de la vida política española. Los jóvenes fundadores de ETA eran un grupo revolucionario, de ideología seudomarxista y que pretendían constituir nada menos que la vanguardia armada de una guerra de liberación nacional, calcada de los manuales revolucionarios tercermundistas. Desde entonces, ETA se ha renovado a través de escisiones, depuraciones y mutuas acusaciones de españolismo, nacionalismo pequeño-burgués y fraidores de clase.

Gran parte del crecimiento y el innegable y peculiar arraigo de ETA se ha debido no tanto a la audacia de sus acciones, casi siempre de terrorismo y de sabotajes, sino a la torpe represión y a la ausencia de soluciones políticas que sus actividades provocaron en sucesivos gobiernos del franquismo: suspensión de garantías constitucionales, arrestos arbitrarios, violencias policiales, destierros, juicios militares y movilizaciones multitudinarias, colaboraron para convertir en héroes de la juventud vasca a los etarras, echar tierra sobre delitos injustificables y paralizar la actividad política propia de una burguesía que abominaba de estos métodos y a la que nada unía con ETA, salvo el sentimiento de repugnancia ante la violencia y la torpeza gubernamentales.

La dureza represiva del Gobierno Arias y la política de concesiones a remolque de la presión popular del Gobierno Suárez no han facilitado la preparación de un clima propicio a las elecciones. La lucha por la amnistía ha permitido a ETA y a sus grupos afines crear un ambiente emocional en el cual se identificaban situaciones de injusticia particular con soluciones políticas generales, llegando hasta el chantaje de decir que participar en las elecciones era traicionar a los presos y a los muertos.

La ausencia de una base teórica en los planteamientos denominados abertzales -nacionales- se ha traducido en una fragmentación de sus representaciones -en un último recuento aparecen seis grupos políticos «auténticamente» vascos y de izquierdas, cinco de ellos agrupados en la Coordinadora Socialista Patriota (KAS)-, que aparecen divididos no sólo por sus matices doctrinales, sino también por su actitud de abstención o no en los comicios. A esta izquierda patriota cabe sumar los partidos nacionales tales como el PC de Euskadi, el PSOE vasco y alguna organización minoritaria.

En el camino hacia el centro aparecen el Partido Socialista Vasco (ESB), Acción Nacionalista Vasca (ANV), el Partido Carlista de Euskadi (EKA), la Democracia Cristiana Vasca (DCV) y el PNV. Este último es, sin duda, el partido vasco de mayor tradición. Demasiado pasivo durante la mayor parte del exilio franquista, no planteó una alternativa dinámica al radicalismo nacionalista de ETA. El PNV se ha despertado, no obstante, de su letargo en los últimos meses y los más recientes sondeos le dan como favorito en Guipúzcoa y Vizcaya. Precisamente en esas dos provincias de mayor tradición obrera es también donde los grandes partidos de la izquierda «estatalista», PSOE y PCE, tienen posiciones más favorables.

Estos pronósticos reposan, sin embargo, en bases muy frágiles. Los "partidos en liza han llegado a complicados acuerdos electorales en los que en unas provincias presentan candidatos comunes para el Senado y en otras para el Congreso; a lo cual se añade la gran incógnita de la capacidad de atraer votos que manifiesten los grupos abertzales que decidan presentarse a las elecciones.

Resulta muy difícil, pues, aventurar pronóstico alguno. Sí cabe afirmar que la ausencia de un partido vasco respaldado por una votación mayoritaria sería una auténtica tragedia. Tragedia para el País Vasco en cuanto reforzaría las violentas tensiones disgregadoras que hoy le dominan; tragedia para el resto de España, pues le privaría de un interlocutor con el cual negociar el estatuto de autonomía que Euskadi reclama. Una de las estrofas finales del Guernicaco Arbola pide para los vascos «una paz inalterable para vivir al calor de sus leyes seculares». Ningún don mejor que éste podrían traer las elecciones al País Vasco.

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