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Anouilh y la melancolía

En una sociedad decadente, la lucha por la vida tiene, como primer precio, la pérdida irremediable de la inocencia. Este es, de una u otra forma, el repetido, doliente y melancólico mensaje de Jean Anouilh, reiterado desde el romanticismo luchador de sus primeras obras -Leocadia y las llamadas comedias rosas- a la resignación triste de su trabajo posterior -El viajero sin equipaje y la serie de las comedias negras- y, finalmente, al lúcido destelleo de su madurez -La invitación al castillo y las comedias brillantes-, y la amargura de sus comedias rasposas, que jalonan los últimos treinta años de su tarea y en cuya serie se integra, hará unos quince años, la pequeña maravilla de La Orquesta, que ahora nos llega con el título de Orquesta de señoritas. Obra breve que suele completarse en los programas con un corto escrito para la televisión: El señor Barnett. Aditivo que aquí no ha sido necesario porque la recreación planteada por Augusto Ravé cubre, sin penuria, la natural duración de un espectáculo. Hay pues que considerar, con intensidad parecida, dos aspectos de este trabajo: el texto original y la versión que se nos ofrece.Jean Anouilh parece siempre un reflejo de Proust. Un reflejo, sólo un reflejo que viene del tiempo perdido y nos escalofría. «El autor de teatro es un caballero que seduce a una señora; la señora es el público», escribió una vez. También dijo, con idéntica inexactitud, que él era un artesano que fabricaba obras como otros fabrican muebles. Anouilh, como es bien sabido, detesta las biografías. Ama, en cambio, otras cosas: la libertad, la insolencia, la dignidad humana. Anouilh, como Moliére, su gran pariente, ríe siempre, incluso ante la tragedia, y su risa se carga de enorme ternura. Moliere, Marivaux, Musset, gentes de un idioma ágil y civilizado. Shaw y la denuncia responsable de los convencionalismos. Giraudoux y la poesía. Importante Anouilh, que toma el realismo tema de una orquesta femenina en el viejo balneario, lo trata de acuerdo con las leyes implacables del realismo y, después, lo escribe como un poema. Sencillamente como un poema. Durante el desarrollo de Orquesta de señoritas nos sale al paso un humor sórdido. Avanza la representación y casi asoma el sainete que se va inclinando, poco a poco, al puro grotesco. Acaba el texto y hemos oído un poema. La famosísima progresión que caracteriza el teatro de Anouilh se produce aquí con asombrosa maestría. Su diálogo presenta, a la vez, el derecho y el revés de las pobres vidas accidentalmente integradas en la orquestina provinciana. Anouilh comienza con una sonrisa y acaba helando nos la respiración. Nos había engañado con el tratamiento casi lírico de la sordidez. Tiene que desengañarnos. Es una forma de excusarse. Espiritualismo, bien. Sátira, bien. Humor, bien. Pero el drama llega con una exactitud estremecedora. Anouilh no es un psicólogo y puede que tampoco sea un moralista. Pero no está dispuesto a esconder sus referencias éticas a la situación del ser humano.

Una orquesta de señoritas, de Jean Anouilh

Versión: Augusto Ravé. Dirección: Colectiva. Música: Juan A.Pugliano. Intérpretes: Los « Comediantes de San Telmo»: Zelmar Gueñol, Alberto Busaid, Hugo Caprera, Alberto Fernández de Rosa, Esteban Peldez, Santiago Doria y Carlos Marchi. En el teatro del Príncipe.

No hay nada más insufrible que una mala representación de Anouilh. No queda nada. ¿Qué puede quedar, frente al actor torpe, de un escritor que se caracteriza por el enorme acierto y cuidado de colocar en cada escena, en cada situación y en cada frase la palabra justa que corresponde? Con Anouilh no se juega. Mejor dicho: hay que jugar su juego. Por eso creo que no olvidaré nunca esta versión de los «Comediantes de San Telmo». Hombres, grandes actores, que al trasponerse a papeles femeninos no lo hacen por seguir una moda tan tonta como la contraria, sino en busca del efecto grotesco, de la luz esperpéntica, de la desilusión teatral, de una sustración de las posibles carnalidades y emocionalidades que la lectura natural podría agregar al texto. Siete actores, pues. ¡Pero qué actores! Siete virtuosos que abren contemporáneamente la expresión de la humanidad máxima, marcan las diferencias que los separan, se integran en el espacio y tiempo que los une y empastan una creación colectiva de altísimo rango dramático. Interpretación muy abierta, como de grandes y perfilados solistas. Interpretación profunda, que desentraña los secretos fondos de cada personaje. Interpretación racional, que pasa por la cabeza cada tono, cada acento y cada silencio. Interpretación refrenada, que no ahorra ni desmesura un sólo matiz de la propuesta. Interpretación acordada, que se ajusta a la diversión y el patetismo sin un sólo punto de desmayo.

Hay que oír este concierto de los «Comediantes de San Telmo». Anouilh es hoy un escritor controvertido. Su conservadora nostalgia, su reflexión semieterna sobre el tiempo pasado, su condición de dandy literario pueden producir irritación, sana irritación en espectadores de atención y solicitud más comprometidas. Pero es un gran autor. Y, en esta ocasión, en el autor de un texto respetable puesto en pie, entrañablemente, lúcidamente, por un equipo de actores de muy gran magnitud. Estos actores son argentinos. Volveré a escribir, con dolor y angustia personal, que la grande y triste marea que está trayendo a nuestras playas a tantas gentes del espectáculo rioplatense, sólo puede y debe ser recibida con los brazos muy abiertos. Los «Comediantes de San Telmo», por ejemplo, no son meros emigrantes que buscan trabajo. Romperé una vieja costumbre para decir que yo había aplaudido mucho y muy fuerte este espectáculo en el encantador feudo bonaerense de Julieta Ballvé y había vuelto a aplaudirlos, en pleno éxito, en las ricas playas de Mar del Plata. Puedo asegurar que tenían trabajo. Lo que están pidiendo es hospitalidad. Desde luego, mi parcela de esta casa madrileña está a su disposición. Es muy grato poder decir que a esa hospitalidad que les debo agrego en esta ocasión, con gran alegría, el formidable aplauso que se ganan.

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