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Antecrítica a "Cementerio de automóviles"

Cuando me fui de España, en 1955, los dramaturgos tenían la costumbre de publicar en la mañana del estreno «la antecrítica». No sé si la usanza pervivirá, pero yo me atengo a ella.Cuando escribí el Cementerio de automóviles, lo que menos podía sospechar es que iban a pasar 22 años antes de verla representada en mi país o que Tokio, Lima o Varsovia (pongo por ejemplo) se iban a adelantar al estreno en Madrid.

¡Es un espectáculo que he visto tantas veces! ¡Y con montajes tan diferentes! Víctor García lo hizo en el Teatre des Arts, de París, ya hace diez años: fue un triunfo y yo diría, y que me disculpen la inmodestia, una fecha teatral. El propio Víctor lo representaría años más tarde en Río de Janeiro, en Belgrado, en Sao Paulo y recientemente en Lisboa. Y cada vez supo mejorar lo que parecía inmejorable: su portentosa dirección. Por todas partes se coleccionaron los más prestigiosos premios. Baldi, en Roma; Gutkin, en La Habana; Joan Dean, en Nueva York (premio Oby), fueron excelentes, pero sin llegar al nivel de Víctor García.

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Fuera de tiempo

Es una pieza que se me antoja fuera del tiempo. Cuando se representó en París, en 1968, se dijo que había anunciado la revolución de mayo por «una premonición poética». Se suponía, por lo visto, que era, entonces, una obra reciente cuando en realidad llevaba ya doce años escrita. Los montajes que vi el año pasado eran acogidos también como si se tratara de la pieza de la más candente actualidad. En realidad esta pieza es un cataclismo medieval; me inspiré al escribirla (como al redactar el resto de mi teatro) de lo que vi durante mi infancia en Ciudad Rodrigo, y que iba de los desastres de la guerra al entierro de la sardina.El antiguo régimen, tras censurar mi teatro (como mi cine) me distinguió con sus insultos..., que paso a analizar:

Soy un renegado porque escribo en francés: El hecho de que al no poder editar o representar mis escritos en mi propia lengua lo hiciera en lenguas extranjeras, les ponía nerviosos. La acusación de renegado no tenía más fundamento que la de tachar de anti-ecológicos a los presos de Carabanchel porque no van a la sierra a pasear.

Hago un teatro pánico. El pánico es un movimiento literario que se manifiesta especialmente desde hace catorce años en el mundo de la pintura y de la filosofía. Los creadores, nosotros, hemos declarado que jamás hemos escrito una pieza «pánica». Pánico (derivado de pan, todo) nada tiene que ver, con una voluntad de causar terror, es tan sólo una interpretación diferente del mundo de hoy y sus valores, así como un arte de vivir.

Mi teatro es sólo una moda para consumo del «snobismo» euroamericano: Mi pasión por la vanguardia la aprendí en España, en mi adolescencia, con los poetas postistas. Las dificultades de esta vía se plasmaron en torno mío de una manera brutal: el postismo fue enterrado... ¿No es cierto, amigos Arroyo y Molina, Chicharro y Ory, Carriedo y Casanova de Ayala? (Sus nombres ni siquiera aparecen en las antologías.) La vanguardia fue una respuesta (seria y coherente) de autenticidad a un mundo totalitario que vivía en plena inautenticidad. Por ello, y desde nuestros balbuceos, la represión contra nuestra forma de escribir se ejerció de una forma desatada y frenética. Uno de los últimos ministros del general Franco declaró: «Hay una consigna de censura total contra Arrabal»..., como en su día hubo contra el postismo.

Mi plaza de resonancia parisiense. Esto es curioso, porque no se ha representado mi teatro más en París que en el resto de las capitales europeas. Con París hay un trato especial, que por su discriminación (el cuasirracismo me recuerda los ataques a la Rubia Albión) no deja de ser sintomático. Lo que duele a los totalitarios es que en París se haya representado por vez primera a Beckett, lonesco, Adamov y Picasso. Y sobre todo en esta ciudad no sólo hacíamos teatro, sino que además podíamos organizar mítines como Seis horas para España en el Palacio de los Deportes, o colaborar en la defensa de los presos (en el CISE), o asistir con nuestros entrañables amigos militantes en sus reuniones (¿no es cierto, compañeros anarquistas de la calle Saint Denis?).

Soy de un antibrechtismo militante. Mi primer viaje a Francia lo hice en 1954 (antes de mi destierro del año 1955) para ver en el Teatro de las Naciones el Berliner Ensemble en Madre Coraje, dirigida por el propio B. Brecht. Y es que el antiguo régimen se las daba de obrerista. En aquellos años heroicos, un alto dignatario del régimen me recibió en su oficialísimo despacho (que presidía los retratos inevitables) para decirme que mi teatro no era bastante social (así se decían entonces estas gansadas)... No olvidará su última frase: «Su teatro no puede propiciar una relación productiva para la aspiración de la clase obrera.» Y yo le pregunté: ¿qué es más productivo para esta clase, dos sonetos, medio kilo de placeres ocultos o una tinaja de melodramas? A los totalitarios les encanta dar lecciones. Cuando se quiere matar al perro se le acusa de que tiene rabia: algo tenían que inventar para amordazarme:

Mis trucos y más trucos..., claro es, cuando no se me acusaba de no ser español, o de ser un español de segunda zona (sic), español de la periferia (sic), o español hijo de no se sabe quién, etcétera. ¿Se me va a pedir un certificado de limpieza de sangre?

Mis trucos y más trucos... claro es, capaces de engañar a los más brillantes hombres de teatro de hoy que me representaron (como Sir Laurence Olivier, Peter Brook o Lavelli), o me elogiaron (como Beckett, o Breton, o Arthur Miller)..., pero trucos que a ellos nunca engañaron. ¡Bienaventurados!

Confianza en volver a España

Confío que muy pronto pueda estar en España, con mis hermanos, con mis amigos de San Antón y de la plaza del Pino del Retiro, con mis compañeros de Papelera Española, de la facultad de Derecho de San Bernardo, del Ateneo. Confío que muy pronto pueda volar hacia Madrid, que cada día revivo y recreo con más precisión en mi mente, y que cada día más añoro.Quiero dar las gracias a todos aquellos que tanto han batallado para que al fin pueda ser un autor en España, a comenzar por los actores del espectáculo.

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