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La perpetuación de la Universidad franquista

Los próximos años van a estar ocupados intentando domeñar los graves problemas heredados del franquismo. El que el país se haya industrializado considerablemente, no hace menores los desequilibrios. Todo lo contrario. Aunque también hay que decir que, justamente, el grado de desarrollo económico alcanzado, nos permite albergar algunas esperanzas. El trabajo va a ser duro, las responsabilidades enormes, pero también los frutos pueden ser cuantiosos.

Uno de los problemas más difíciles y que exigirá tratamiento más largo, pero también con incidencias sociales de mayor alcance, es el de la Universidad. Ni Franco ni su régimen mostraron nunca especial interés por la vida intelectual. No deja de ser sintomático que los pocos intelectuales que se pusieron a su servicio, no pasasen de alcanzar una embajada. Franco desconfió de los intelectuales, como desconfió siempre de la Universidad. Bastaba con que los recintos académicos se mantuvieran tranquilos y cumpliesen su función distributiva de títulos a los hijos de las clases medias. No revelamos un secreto al decir que en los cuarenta años de franquismo no hubo, en su sentido cabal, Universidad (...)

El Ministerio de Hacienda ha impuesto el que en algunas facultades hasta el 80% del personal docente lo constituyan profesores no numerarios. Nadie se pregunta por su cualificación ni por el nivel de la enseñanza que imparten. Es lo de menos. Lo importante es que funcione la fábrica de producción de títulos. Y para este fin, tanto vale un señor catedrático como un profesor no numerario, sin ninguna experiencia docente, recién salido de las aulas. Para el Estado, este último tiene la ventaja de que cuesta mucho menos.

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Desde la perspectiva de la Universidad franquista resulta comprensible que los profesores no numerarios exijan lo que ya tienen los numerarios: mejores salarios y estabilidad en el empleo. Pero lo que hay que decir muy fuerte y claramente, es que sólo dentro de la pseudouniversidad del franquismo, tienen sentido estas reivindicaciones. Una verdadera reforma de la Universidad tendría que empezar por establecer un sistema de preparación y de selección del profesorado que garantizase un mínimo nivel científico y pedagógico. Estabilizar en el empleo a los profesores 110 numerarios, que con independencia de sus particulares aptitudes profesionales, no tienen otra legitimación, que el haber sido elegidos a dedo por la Universidad franquista, sería perpetuar este monstruo ahogando cualquier esperanza de mejora.

, 7abril

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