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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La muerte de las tres Marías

PRIMERO LE correspondió la vez a la enseñanza religiosa. Recientemente le llegó a la asignatura de formación política el turno de ser eliminada como disciplina obligatoria en los estudios universitarios. La última de las tres Marías, la educación física, ha quedado igualmente suprimida como prueba obligatoria, si bien un Servicio de Educación Física y Deportiva, dependiente de los rectorados y subvencionado; o la Universidad, prestará atención a las actividades deportivas de los alumnos de la enseñanza superior.Más vale tarde que nunca. En el activo del actual equipo del Ministerio de Educación debe figurar en lugar de honor la adopción de unas medidas que sus predecesores no quisieron o se atrevieron a aplicar. Sobre todo si constituye sólo el primer paso y esa labor de revisión y rectificación no se limita -como ahora sucede- al ámbito universitario, sino que se prolonga a la Enseñanza General Básica y al Bachillerato Unificado Polivalente.

En cualquier caso, la desaparición de la asignatura de formación política en el nivel universitario es un acta de defunción que viene con varias décadas de retraso. Porque la ideología a la que servía de vehículo esa cátedra vergonzante perdió toda vigencia pocos años después de que finalizara la guerra civil, tanto en su dimensión europea, a consecuencia de la derrota de los fascismos alemán e italiano, como dentro de nuestras fronteras, donde el nacional-sindicalisrno abandonó su condición de proyecto ideológico-político para convertirse en simple renglón del presupuesto, demasiado elevado sin duda: para las funciones, coreográficas y retóricas que cubría.

Ese súbito vaciamiento de todo contenido lo interpretan algunos nostálgicos del falangismo puro como la traición de los primitivos ideales joseantonianos por el franquismo. No parece probable. La insensibilidad de sucesivas generaciones de universitarios ante los puntos de la Falange y la ideología de sus fundadores, pese a la docencia obligatoria de que eran objeto en las cátedras de formación política, podría servir como prueba de la inexistencia teórica de una doctrina, reducible en última instancia a imágenes, confusión y retórica. Pero el argumento de mayor fuerza contra la ilusión de que hay unas esencias falangistas a rescatar entre los escombros del franquismo es la dispersión hacia opuestos puntos cardinales de los antiguos camaradas. Una ideología política cuya filiación invocan formaciones tan dispares como las que presiden el señor Piñar o el señor Cantarero del Castillo, el señor Fernández Cuesta o el señor Sancho Rof, el señor Girón o los seguidores de Hedilla se asemeja necesariamente más a un cajón de sastre que a cuerpo de proposiciones.

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