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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El libro de caballerías

Carlos García Gual y Luis Alberto Cuenca han realizado una magnífica labor de traducción al verter al castellano actual la novela de Chrétien de Troyes Lanzarote del lago o El caballero de la carreta, sin que haya perdido su valor de ingenuidad, de primera novela, escrita hace ocho siglos. Con ella da comienzo el ciclo artúrico de la novela y se consagra con aureola de mito el personaje de Lanzarote alrededor de cuya figura se construirá el «Ciclo de Lanzarote en prosa», obra de varios autores.

Leer hoy la novela de Chrétien de Troyes constituye un auténtico deleite, en ella están, en su origen y en toda su pureza, las características esenciales del libro de caballerías, la conversión en mito del relato de aventuras. A partir de estas primeras novelas se funda el género y alcanza una resonancia y difusión de la que es fruto, también, nuestro Quijote.

Chrétien de Troyes

El caballero de la carreta, Traducción de García Gual Luis Alberto Cuenca. Maldoror. Barcelona. 1976.

En ese mundo fantástico, que llega, sin embargo, fresco hasta nosotros a través de los siglos, hallamos la consagración del «amor cortés». El amor de Lanzarote por la reina Ginebra será desde ahora el símbolo del poderío del amor, por la fuerza del amor el héroe será capaz de emprender y acabar con éxito las más grandes y difíciles empresas.

La trama novelesca se desarrolla con la mayor fluidez. La marcha de Lanzarote al país de donde nunca se regresa en busca y rescate de la reina y los cautivos va acumulando emoción y viene salpicada de grandes hallazgos. Lanzarote se convierte en héroe, dotado no sólo de una enorme fuerza física de características casi sobrenaturales, sino de aquello que hace que el héroe adquiera su verdadera dimensión como tal: fascina a quienes le conocen. Las doncellas acuden en busca de su ayuda, la gente toda se le disputa como huésped y los hijos e hijas de los caballeros le sirven y le colman de honores y admiración: los sueños de Don Quijote.

Pero a pesar de las ocasiones que le brinda el amor su corazón pertenece por entero a la reina Ginebra. Brinda a las doncellas su protección, pero su amor jamás se pone en duda. Y, sin embargo, frente a la figura sin relieve y apenas dibujada de la reina, estas increíbles doncellas que van solas por montes y valles al encuentro de Lanzarote, aparecen llenas de vigor y prestan a la novela mucha de su vitalidad.

Ante el valor de Lanzarote hasta los padres reniegan de sus hijos, saben que es un caballero de perfección única y tratan de disuadir a sus hijos de que se batan con él, no por temor, sino por respeto. No hay más que un sólo personaje que se opondrá a Lanzarote: Melagante, el hijo del rey en cuyo país —de donde nadie regresa—, está prisionera la reina Ginebra. Pero la maldad de Melagante carece de la menor grandeza. No puede medirse, pues, con Lanzarote. Frente a él es una figura ridícula e impotente, como le advierte su padre, es una locura intentar medir sus fuerzas con él.

El amor como religión

Nota esencial del héroes es que el amor no sólo le enviste de grandes poderes, sino, lo que es más importante, por él será capaz de soportar las mayores humillaciones —subirá a la carreta, que cubre de ignominia a quien tan sólo la mira, se comportará como un cobarde en el torneo cuando así se lo ordena la reina—. Su amor es su religión, y se alimenta sólo del objeto de su culto.

Junto a Lanzarote, Galván, un caballero ejemplar, marca la diferencia con el héroe. Es una figura necesaria, de contrapunto. Lo natural perfecto frente a lo casi sobrenatural, lo mítico.

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