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Tribuna:Picasso y Bacon, en Madrid
Tribuna
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Picasso un genio demasiado grande

Si malo parece ser el status de genio incomprendido, peor resulta, al cabo, aquél que proviene de una actitud excesivamente comprensiva. Tal es el caso de nuestro Picasso, malagueño tan universal que, incluso, el affaire de su nacionalidad provocó airadas discusiones entre vecinos. Aunque mereció ser incluido por el crítico bonae rense Bustos Dornecq en su trilogía de grandes olvidados, no por ello quedó exento de recibir, en mayor número que cualquier otro artista moderno, una retahila interminable de lugares comunes, generoso regalo por parte de la imbecilidad reinante. ¡Nadie más grande que él! ¡Lo inventó todo él sólo! Quizás también la historia acabe por arrojar el saldo a su favor, si consideramos que pintó cuarenta y tantas Meninas más que el propio Velázquez. La palabra Picasso se ha convertido, pues, en el mayor tópico del arte contemporáneo. Todo el mundo lo conoce, lo admira. A todos les gustan sus pintu ras disparatadas, aun cuando no las entiendan. ¿No había dicho él mismo que esta última premisa no era necesaria? Nadie como él responde al remozado y ya estandarizado mito romántico del artista rebelde e iconoclasta. Además, teniendo en cuenta que ha hecho prácticamente de todo, uno puede tranquilamente flagelarse con uno de sus cuadros y no ir más allá sintiendo la gratificante tranquilidad que otorga el deber cumplido. Picasso es ya moneda de uso corriente. No en vano le sirvió a Bradbury para materializar el ensueño cultural del americano medio. Se ha convertido en un producto tan generalmente difundido como los sopicaldos o los gadjets de metacrilato, y como tal aparece en las obras de un Lichtenstein. Pero, desde luego, nada de esto tiene que ver con el Pablo Ruiz P. que preferíalos picassos de Elmyr d'Ory a sus propios falsos picassos. Este era un hombre de estatura no tan alta como para dar la talla de genio entre los genios, que los demás se empeñaban en otorgarle. Prefería, más que asistir a multitudinarios homenajes que hedían a cadáver, quedarse en casa dedicado a lo suyo: el placer de la pintura. Incapaz de divertirse de otro modo, exceptuando su pasión por las mujeres, pintaba ininterrumpidamente. De ahí parte su continuo cambio de estilo, único modo de combatir el aburrimiento y de evitar así quedar encerrado en un cliché que hubiera acabado por asquearle. Irónicamente, este pluriestilismo *se ha. convertido en el cliché picassiano por excelencia. Un mercado artístico que exige a los pintores unaunidad de estilo que, a modo de marca de fábrica, les haga inmediatamente accesibles y, por tanto, más fácilmente vendibles (piénsese en la delirante incomprensión que sufre un Manolo Quejido, entre nosotros), otorga empero a Picasso bula papal, elevándolo a nivel de maestro cuasi sobrenatural, capaz de realizar cualquier tipo de creación con , genio inigualable. - Y si a uno, de pronto, se le ocurriera decir que las obras de tan importante señor no le interesan demasiado y que prefiere dedicarse a otros compañeros del -artista menos agraciados con el estrellato, toda persona de buen gusto y sano juicio pondría el grito en el cielo, incapaz de soportar tamaña herejía.

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