La actualidad de Azaña con sus plumas y palabras
Asistimos desde hace no mucho tiempo a una recuperación por tentosa casi a una resurrección: la de Manuel Azaña. El hombre, el político del escritor, ernergen rejuvenecidos después de cuarenta años de ostracismo, de persecución a su memoria, de difamación sistemática, y se vengan así cumplidamente de cuantos piensan que basta el encono para convertir a un ser humano en un fantasma. Aunque no faltarán quienes despierten de su largo sueno franquista con el sobresal tode que es efectivamente el fantasma de Manuel Azaña el que viene a tirarles de los pies. Para los españoles de después de la guerra es posible que la mayor sorpresa literaria de los últimos años haya estado precisamente constituída por la lectura de esas casi 5.000 páginas de los cuatro grandes volúmenes de la edición mexicana al cuidado de Juan Marichal. Es obvio que me estoy refiriendo a los españoles que se hayan atrevido a tamaña empresa, y que no sé si han sido muchos o pocos, pero que, en cualquier caso, estarán de acuerdo conmigo en el formidable ejercicio de comprension española quesemejante lectura representa.
Manuel Azaña: Plumas y palabras
Editorial Crítica. Grupo editorial Grijalbo, Barcelona, 1976.
Pero los grandes volúmenes no bastan. Por desgracia, no se hallan al alcance de ese público que adquiere el libro que ve en un escaparate, de pasada, pero que no va al encuentro del libro: tiene que ser éste el que vaya al encuentro de él. Así, ahora, la reedición de este título, Plumas y palabras, tal como en 1930 lo publicara el propio Azaña. Sólo dos objeciones que hacer a esta reedición. La primera, que no se la acompañe ni siquiera de una escueta advertencia previa que sitúe el libro en su tiempo y en la trayectoria del autor. La segunda, que se le anuncie como conteniendo «los más importantes ensayos políticos y literarios escritos por el presidente Azaña». Lo cual, sencillamente, no es verdad, y no porque és.tos sean los menos imporortantes, sino porque Azaña cuenta en su haber de escritor con un número considerable de trabajos que son tanto y aún más importantes que los aquí reeditados.
Pero importantes síque lo son, y es posible que sea un acierto haber conservado la titulación y el orden de estos ensayos, debidos al propio Azaña, y que la edición de sus obras completas ha dejado a un lado.
Ganivet
Plumas y palabras comienza con un ensayo laborioso y muy significativo del pensamiento de Azafia: El Idearium de Ganívet, uno de cuyos temas se reitera en otros lugares de este mismo volumen. Es el tema que pudiéramos denominar « distanciamiento del 98» (léanse, a este propósito, El león, Don Quijote y el leonero, y ¡Todavía el 98!), y que señala nítidamente la nueva disposición generacional que la promoción del 14 traíaconsigo: más analítica y, en definitiva, menos entusimta. Quizá, viene a decirnos Azaña, lo mismo la sobra de entusiasino que la deficiencia del análisis in tentaban paliar la endeblez de unos medios muy inferiores a los propósitos ganivetianos: «Está por hacer el drama del español -escribe Azaña- que, en el umbral de la madurez, cuando ya ha conseguido despojarse de los harapos con que vistieron su inteligencia juvenil, entrevé su fracaso y descubre que no le restan me dios ni tiempo para advenir a las órdenes superiores de la cultura. Tal fue íntimamente el conflicto en que sucumbió Ganivet ... » Y sucumbió porque, a pesar de su pesimismo, no logró romper el encierro de la tradición; muy al contrario, puesto en el trance de buscarle una clave a la historia de España, cayó en la trampa antihistórica de imaginar un pre sunto periodo español puro y tratar de explicar desde su perspectiva el resto del proceso. La manera contundente como demuestra Azaña que la guerra de las comunidades de Castilla no fue lo que Ganivet pretendía, pone de manifiesto la solidez de las lectu ras históricas y la agudeza de juicio que encierra el ensayo que comentamos.
Valera
De lo que esas mismas solidez y agudeza alcanzaron en el conocimiento por Azaña de la figura de Juan Valera, sabemos algo cuantos nos hemos acercado a éste. Los escritos de Azaña sobre Valera son en conjunto lo mejor, lo más sabroso también, y él ensayo que aquí se incluye, Asclepigenia y la experiencia amatoria de don Juan Valera, en sus pocas páginas de desenvuelta apariencia, constituye un análisis ejemplar de cómo Valera se complacía en disimular la vida bajo los devaneos de su filosofía y en encumbrar sus, incorregibles amoríos a términos disquisitivos. Después del estudio sobre Ganivet, del ensayo sobre Valera -leído como conferencia antes de la primera representación escénica de Asclepigenia- y del prólogo a su propia traducción del famosísirno y revelador -así lo conceptúa Azaña- libro de Borrow, La Biblia en España, viene la parte propiamente periodística de este volumen: artículos publicados en revistas como La Pluma o España entre losaños 1922 y 1924. Si se ha podido olvidar la anécdota que los provocó, su viveza de respuesta los mantiene enhiestos. Los tipos clericales de Los curas oprimidos son de un vigor que hace palidecer cualquier prosa hispana. De paso, nos lo dicen casi todo sobre el famoso anticlericálismo de don Manuel.
Una constitución en busca de autor -correspondiente ya a la serie Palabras sin libertad, de 1923-24- no ha hecho sino intensificar su certera puntería hasta volverse, ahora mismo, rabiosamente actual. Después de una suculenta caracterización autobiográfica, escribe Azafia: «Me interrogo -como incumbe a cada uno- para desentrañar el ser de España. Si este criterio es válido, y yo lo creo, nada que éncuentre en mí podrá parecer, siento tan español, intruso en el carácter de la nación. Lo que,más estimo, mi aspiración más fuerte, es la libertad personal.
( ... ) Con ser tan violenta y natural, ninguna aspiración es más precaria, ninguna apetencia del espíritu depende tanto del asentimiento ajeno. Otras pueden saciarse fuera de la sociedad, en contra suya, a sus espaldas. Para ser libre, la sociedad es necesaria; y nadie lo es si la sociedad no lo consiente. Imagino que los españoles (este. pueblo se caracteriza por su independencia altanera) abundan en mis inclinaciones. Libertad es el objeto; liberalismo es el modo. Quien lo detesta o lo rechaza, no renuncia a ser libre: se opone, sencillamente, a que lo sea yo. Cada cual concibe la sociedad en que desearía vivir, proporcionando a sus aspiraciones el cauce más llano. La España política, según mi traza, seria una asociación democrática, regida con humanidad.» Frente a la sempiterna polémica de si los españoles pueden tolerar un sistema de libertad, o necesitan con apremio de carácter nacional un orden de despotismo, el razonamiento de Azaña es de una deslumbradora sencillez: no es cierto que los españoles no quieran o no puedan ser libres. Lo, que ocurre con harta frecuencia es que pretenden ser libres a costa ajena, negándose a ser liberales.
Madrid
Todavía el lector habrá de encentrarse al final con la sorpresa de las páginas que componen el ensayo Madrid, mezcla de ternura y de sarcasmo, escrito con anterioridad a los artículos que anteceden, especie de homenaje cuyas fórmulas perviven extrañamente al encarárselas con la ciudad que hoy habitamos y sufrimos: Madrid sin hacer, Madrid dolencia de los madrileños... Queda por decir que Manuel Azaña es uno de nuestros mayores escritores, con quien sigue nen deuda todos aquellos españoles, que son los más, que lólo recuerdan las líneas que en las historias de la literatura al uso se le dedican, y según las cuales Manuel Azaña, más conocido como presidente de la II República española, escribió El jardín de los frailes y algunas otras cosillas. Pues bien; yo me arriesgo.a sostener que Azaña fue, junto con Ortega, el otro gran prosista de nuestro primer medio siglo. No inferior ni superior, sino distinto. Si el uno tuvo lectores y el otro careció de público -como incisiva y no benévolamente apuntó Unamuno- eso es algo que pertenece a la sociología literaria y sobre lo que habría que hacerse muchas preguntas.
Babelia
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