España y la nueva política nuclear de Carter
El presidente norteamericano Carter parece dispuesto a conseguir para el mundo un respiro de alivio en la desenfrenada ,carrera de los armamentos nucleares. Su plan incluye un adoble ofensiva: en primer lugar, la conclusión de las conversaciones SALT-II, con la Unión Soviética, sobre limitación de armamentos estratégicos, a la vez que se da un nuevo paso en la prohibición de ensayos nucleares, incluso subterráneos; en segundo lugar el control restrictivo de los suministros de materiales y tecnología para el «uso pacífico» de la energía nuclear en países todavía no poseedores del arma nuclear.En ambas vías de la reducción de la «tensión nuclear», Carter recoge el relevo de las preocupaciones norteamericanas ya manifestadas en los mandatos de Nixon y Ford, pero parece evidente que, en este caso, existen motivos poderosos para creer en una actitud más firme y concreta.
Ante la nueva situación, España se encuentra en una postura francamente incómoda. La reticencia de Madrid a ratificar el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), de 1968, parece estar ,directamente relacionada con la intención, hasta ahora no desmentida por los medios responsables, de acceder a una bomba atómica «nacional». La existencia de un intenso y desproporcionado programa nuclear, con todo tipo de instalaciones, suscita, desde hace tiempo, las inquietudes de los medios oficiales norteamericanos.
Desde mayo de 1974, con motivo de la explosión nuclear india en el Rajastán y el consiguiente aumento de miembros -hasta seis- del «club nuclear», las superpotencias han estimado que hay que impedir que la proliferación nuclear, a nivel ya de potencia media, llegue a situaciones irreversibles. ELproblema ha demostrado no ser fácilmente soluble al comprobarse la íntima relación entre las instalaciones nucleares «pacíficas» y la capacidad defabricación de la bomba. Solamente ahora, el peso de la opinión pública y del Congreso ha hecho que los intereses comerciales de los fabricantes norteamencanos de centrales nucleares se vean desplazados por una iniciativa sin tapujos restringiendo exportaciones nucleares.
El núcleo del problema está -en, lo que a desviaciones nucleares se refiere- en que cualquier pais desarrollado que disponga de una instalación de iratamiento de residuos radiactivos procedentes de sus centrales nucleares está en condiciones de producir su propia bomba. De ahí las fuertes presiones USA para que Francia no proporcionara instalaciones semejantes a Corea del Sur y Pakistán, y para que la República Federal Alemana no haga lo mismo con Brasil.
España, además de no haber firmado el TNP proyecta la instalación de una planta piloto de tratamiento de combustible irradiado en su nuevo Centro de Investigación Nuclear de Soria, como paso previo hacia la instalación de una planta industrial de este tipo, que es lo que contempla el Plan Energético Nacional. Y de estas dos circunstancias nace la desconfianza norteamericana y la tendencia a reducir los suministros de todo tipo, dirigidos al plan nuclear español. Lo que fue solamente una advertencia con la oposición de algunos congresistas, en junio de 1976, al suministro del noveno reactor nuclear norteamericano, puede convertirse, en un momento próximo, en principal obstáculo para el voluminoso programa español.
Aunque España mire con esperanza a Francia y Alemania, todo parece indicar que Estados Unidos no permitirá la conclusión de acuerdos del estilo al germano-brasileño o franco-pakistaní; Washington está dispuesto a presionar y a dictar su voluátad desde el otro lado del Atlántico. Las aplicaciones «pacíficas» de la energía nuclear han dejado de serlo.
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